El arte de posar para una foto
Hacia el fondo de la noche, Sabina se pondr¨¢ suave y Serrat har¨¢ de canalla y no cesar¨¢n de volar hasta encontrar el coraz¨®n dulce de los caballos en cada uno de los espectadores
Un d¨ªa de primavera, por los montes de Navas del Marqu¨¦s, m¨¢s all¨¢ de El Escorial, por una carretera perdida que solo llevaba a un cercado donde pastaban unas vacas rubias, apareci¨® un Cadillac 1953 Eldorado, descapotable, de color rojo, largo, muy largo, con Serrat y Sabina a bordo, unidos por la misma marca Stetson del sombrero y la gorra. Aparte de estos dos p¨¢jaros que cantan en los escenarios hab¨ªa otros que en ese momento cantaban en las ramas de los pinos, robles y carrascas.
Contemplar a Sabina respirando un aire extremadamente puro con olor a lavanda era en este caso el espect¨¢culo. Se pod¨ªa temer que lo matara aquella descarga de ox¨ªgeno con su punta afilada de navaja, pero se comport¨® como un valiente. Por su parte Serrat, que es m¨¢s de mar y monta?a, respiraba a pleno pulm¨®n sin temer peligro alguno. Por all¨ª andaban sus mujeres, Candela y Jimena, que ejercen con ellos de compa?eras, amantes, enfermeras y asistentas sociales.
Dec¨ªa Sabina: ¡°Yo con el martirio de los aut¨®grafos y los selfis ya no puedo salir de casa. Algunos amigos tienen la llave. Saben que all¨ª hay camas¡±. Ahora en esta tierra alta, de m¨ªsticos y jabal¨ªes, Sabina se sent¨ªa a salvo, a menos que una vaca se acercara a abrazarle. En cambio, Serrat suele aceptar la gloria como un pan tierno de cada d¨ªa que le manda la vida y sonr¨ªe como la cosa m¨¢s natural cuando un matrimonio de cierta edad, despu¨¦s de felicitarle, le confiesa que ha engendrado a sus hijos escuch¨¢ndole cantar y hasta ahora nadie le ha pedido da?os y perjuicios.
Serrat y Sabina volver¨¢n en oto?o a unir de nuevo sus voces en el Cono Sur de Latinoam¨¦rica donde son dioses, cada uno en su nube de algod¨®n, entre la l¨ªrica y el desgarro, ambos con su endiablado talento. Un d¨ªa Rafael Azcona les dijo: ¡°Lo hab¨¦is conseguido todo, venga, dejadlo ya¡±. C¨®mo lo va dejar Sabina si sigue imbatido despu¨¦s de haber meado sobre el lim¨®n espumoso de miles de urinarios en bares de madrugada; si Joan Manuel Serrat ha sobrevivido al Mediterr¨¢neo y conserva intacta la rebeld¨ªa moral, comprometida de unos tiempos dif¨ªciles, pero siempre envuelta en el aura de una dicha de vivir y en la melancol¨ªa de aquellos tranv¨ªas que transportaban hacia las playas los domingos a gente vencida y devolv¨ªan a la ciudad solo derrotada por el sol, con los labios salados y la piel quemada.
Y entre tantas palabras de amor de Serrat, los gritos af¨®nicos de Sabina, ambos fundidos, y aunque los dos crucen sus canciones, uno con la guitarra se rascar¨¢ el coraz¨®n y otro el h¨ªgado sobrevivir¨¢n hasta el ¨²ltimo d¨ªa y ni un minuto m¨¢s. Durante sus conciertos de nuevo se llenar¨¢ el aire de nuevas p¨¢lidas princesas, de versos inc¨®lumes de poetas, de borrachos, macarras y prostitutas, de aquellos bares que ahora son bancos hipotecarios y otras ternuras, pero estos dos p¨¢jaros volar¨¢n juntos, con las alas cruzadas como sus letras y melod¨ªas hacia el fondo de la noche y Sabina se pondr¨¢ suave y Serrat har¨¢ de canalla y no cesar¨¢n de volar hasta encontrar el coraz¨®n dulce de los caballos en cada uno de los espectadores. Cantando la moral de la derrota o la gloria de estar vivo, de ser un h¨¦roe cotidiano o un superviviente de la propia guerra, los dos han sido elegidos por los dioses, uno con la voz rota, otro modulando un temblor tambi¨¦n desga?itado.
Estar siempre de parte de los que pierden, apuntarse a las derrotas, convertir cualquier ca¨ªda en una rima dura y cantarla como quien grita a la vida, ese es el asunto de Sabina cuyo primer objetivo es que todo el mundo sea feliz, que los reaccionarios dejen libres las nubes y los jergones para que los hijos del cielo puedan volar. Si hubiera sido misionero habr¨ªa bautizado con whisky a los apaches. Y mientras ese milagro suceda Serrat enamorar¨¢ a las madres y a las hijas. Acosados por una estampida de admiradores en Espa?a y Latinoam¨¦rica, Joan Manuel Serrat y Joaqu¨ªn Sabina se han apropiado de los j¨®venes m¨¢s insomnes, de los m¨¢s cabreados, de todas esas chicas, que si bien pueden ser princesas, tienen el coraz¨®n suburbano.
Volar¨¢n juntos otra vez, ahora con las canciones trabadas, como el fuego cruzado de una guerra conjunta contra los b¨¢rbaros de cada esquina, a favor de la felicidad de cuantos esperan que un asa llegue por el aire a rescatarlos para volar a la misma altura, con estos dos p¨¢jaros, Serrat y Sabina.
Despu¨¦s de contemplarlos entre el humo de los aplausos recibir exhaustos y sudorosos los abrazos de los admiradores en los abarrotados camerinos era cosa de verlos ahora en la altura m¨ªstica de los montes de ?vila entre flores silvestres y vacas rubias y de ojos azules bajo el canto de los mirlos y de los jilgueros. Pese a todo, estos dos p¨¢jaros en este vuelo han podido comprobar que las flores de jara son blancas y amarillas las de la retama. ?Qu¨¦ hac¨ªan all¨ª? Posar para una foto. Lo mismo que hac¨ªa aquel tigre en la cumbre nevada del Kilimanjaro.
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