La pesca del salm¨®n en Oslo
La primera edici¨®n de la bienal noruega dura, parad¨®jicamente, cinco a?os, es cien por cien p¨²blica, a¨ªsla al mercado y las obras generan su propio ecosistema
La cima es preciosa, la cresta de una ola perfecta en la edad de plata de las bienales. Quien la alcanza graba all¨ª su haza?a, aunque en el camino se haya dejado medio pie y todos sus ahorros. Hay que llegar hasta el pico, a poder ser a pleno pulm¨®n, pero el atasco acaba siendo insoportable entre cuerpos derrotados y basura de todos los colores.
Replicar el modelo de bienales como la de Venecia ha sido el deporte art¨ªstico de moda de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas. Pocas citas se mantienen, puede que las de siempre, Documenta, M¨¹nster, Manifesta, S?o Paulo, Whitney, Berl¨ªn y, alas!, Basel, una feria, s¨ª, que ¡°esferifica¡± todas. Y cuando ya no quedaba ni un solo hueco m¨¢s, irrumpe el salm¨®n para emprender su peculiar ruta lejos de la Himalaya mancillada. A contracorriente, incongruentemente, da su salto a ciegas.
La idea no es tanto buscar artistas extranjeros como explorar en la ciudad e incorporar poco a poco autores de fuera
La primera bienal de Oslo tiene el ciclo de un salm¨®nido joven, un lustro, y en su traves¨ªa los peces que lo acompa?an no son un impedimento, al rev¨¦s, entre ellos forman escaleras que les permiten ascender r¨ªo arriba donde los m¨¢s fuertes conseguir¨¢n el desove, cultivo de pr¨®ximas ediciones. En la capital noruega todo es colaborativo: pocos artistas (de momento son 23), performances en conexi¨®n con otras esculturas que ya estaban en la ciudad, un simposio y su financiaci¨®n, 0,50% del dinero que genera el municipio. Lujo n¨®rdico.
Su director, Ole Giskemo Slyngstadli, ha puesto a andar un experimento entusiasta y contestatario en una ciudad que fue bella y que actualmente sufre el mal de la piedra del siglo XXI: exfoliaci¨®n urban¨ªstica (con la amenaza de demolici¨®n del hist¨®rico Y-Block, de Erling Viksjo, 1968) y apretujamiento de anodinos edificios de oficinas y viviendas a la espalda de la luminosa explanada de la ?pera (Sn?hetta), una ¡°playa dura¡± que ha transformado el antiguo barrio obrero de Bj?rvika en un espol¨®n de nuevos ricos.
La comisi¨®n de los comisarios Per Gunnar Eeg-Tverbakk y Eva Gonz¨¢lez-Sancho no fue tanto buscar artistas en otros pa¨ªses como explorar lo que hab¨ªa en la ciudad, en donde ir¨¢n incorporando progresivamente el trabajo de otros autores y colectivos locales, europeos y del resto del mundo. Tambi¨¦n deb¨ªan cambiar la percepci¨®n que los osloitas tienen del arte p¨²blico, abundante pero convencional, con lo que parece un zoo de bronce diseminado en plazas y parques: mooses (alces), jabal¨ªes y un inexplicable tigre frente a la fachada de la Estaci¨®n Central (a Oslo se la conoce como la Ciudad Tigre, seg¨²n un poema del siglo XIX que describe la lucha entre un caballo y el f¨¦lido, representando el campo seguro y la ciudad peligrosa, aunque hoy nadie recuerda que quien sali¨® vencedor fue el caballo). El resto del patrimonio art¨ªstico est¨¢ diseminado entre el inocent¨®n parque de esculturas de Gustav Vigeland (1869-1943) y los aleda?os del Astrup Fearnley Museet (Renzo Piano), con piezas de Franz West y Louise Bourgeois.
La bienal es un crescendo de voces solas que se encabalgan, instrumentos/acciones que reverberan en enclaves espec¨ªficos o se tensan para generar un debate pol¨ªtico. La pieza m¨¢s corta dura quince minutos; la m¨¢s larga, cinco a?os. En las oficinas centrales ¡ªuna isla de edificios de ladrillo rojo que hab¨ªa sido cuartel del Ej¨¦rcito alem¨¢n durante la guerra¡ª se concentra el taller de artistas y una biblioteca de ¡°80 libros vivientes¡± (Time has fallen asleep in the afternoon sunshine) de la noruega Mette Edvardsen y 80 voluntarios que memorizan y recitan, bajo demanda, algunas de las mejores obras de la literatura universal. Fahrenheit 2019. A pocos metros, en un barrac¨®n sospechosamente gris, el norteamericano Gaylen Geber cultiva la memoria de la resistencia noruega contra los nazis y la transporta al estudio taller que perteneci¨® a Edvard Munch, donde crea un laberinto de peanas con esculturas y objetos repintados de blanco y gris: una figurilla nayarit (M¨¦xico) o una r¨¦plica del espejo que colgaba en la casa de invierno de los Kennedy. Otro norteamericano, Michael Ross, esconde en tres tiendas de la ciudad unas miniaturas que ilustran personajes de los cuentos ¨¦lficos (Three Fairy Tales); y en la misma deriva, el franc¨¦s Benjamin Bardinet dise?a un Mapa para perderse con aventuradas rutas que, como salmones ungidos con la grasa del arte, estaremos invitados a saltar m¨¢s de una vez.
osloBiennalen. Comisarios: Per Gunnar Eeg-Tverbakk y Eva Gonz¨¢lez-Sancho. Hasta 2024.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.