Diario de Tenderloin, o c¨®mo amamos la horquilla de Lucas Pope
El dise?ador Alberto Oliv¨¢n, de Fictiorama Studios, relata para 1UP c¨®mo fue vivir ser finalista del 'Sundance' de los videojuegos
Jueves, 3 de enero de 2019
"?Eh, ten¨¦is que echar un ojo al enlace!", dice el mensaje del grupo de WhatsApp de Fictiorama. Una cara sonriente cierra misteriosamente la frase. Son las 19.32, es de noche, y el fr¨ªo es tan punzante en Madrid que pienso en guardar el m¨®vil y no abrir el link hasta llegar a casa. Pero sucumbo a la tentaci¨®n mientras atravieso la Gran V¨ªa. El enlace lleva directamente a un art¨ªculo de la p¨¢gina oficial de los premios IGF 2019: nuestro Do not feed the monkeys ha recibido tres nominaciones y una menci¨®n de honor. Una de las nominaciones, al mejor juego del a?o.
Risas, bromas, incredulidad. ?Cuatro tipos del extrarradio nominados con su segundo juego a los premios m¨¢s importantes de la industria independiente? Alg¨²n miembro del jurado se ha equivocado al votar. Seguro que ha sido eso. Pero el m¨®vil hierve con m¨¢s mensajes, y ya no hace tanto fr¨ªo. Felicitaciones, m¨¢s bromas. Incredulidad. "Va a ser el a?o de Lucas Pope", comenta alguien. M¨¢s felicitaciones. "Se los va a llevar todos de calle, seguro". "Pero, ?de verdad estamos nominados? "S¨ª, s¨ª. De verdad. As¨ª que id preparando la maleta, que s¨®lo quedan tres meses".
Una hora despu¨¦s, la noticia ha adquirido el color rojo de las luces navide?as reflejadas en la pantalla de mi m¨®vil. Entonces me doy cuenta de que sigo en la Gran V¨ªa, de que apenas me he movido unos metros, y de que, aunque mi coraz¨®n late muy r¨¢pido, me cuesta sentir los pies por el fr¨ªo. "?Nos vamos a San Francisco!", dice un nuevo mensaje.
Pues s¨ª. Todo indica que la cosa va en serio.
Domingo, 17 de marzo de 2019
"Mario, Luis y Alberto Oliv¨¢n Tenorio. Sois hermanos, ?verdad?", pregunta con perspicacia el azafato. Asentimos con la cabeza en silencio, mientras etiqueta nuestras maletas. Nos queda por delante una semana de conferencias, tres d¨ªas de exposici¨®n y la gala de entrega de premios. Son las 6.30 de la ma?ana, y nuestro instinto nos dice que debemos conservar fuerzas.
El plan del d¨ªa es hacer escala en Londres, donde esperaremos 5 horas hasta el siguiente vuelo. Ya en San Francisco nos encontraremos con Denis Asensio, que vuela directamente desde Polonia.
La pel¨ªcula del avi¨®n: La favorita, de Yorgos Lanthimos, un dram¨®n de conjuras y traiciones con aire a Las amistades peligrosas que me deja los pelos de punta. A medio viaje, los tres hermanos jugamos alrededor de la consola port¨¢til. Risas, complicidad, y algunas viejas rencillas que cultivamos con mimo desde los tiempos del Spectrum familiar. Un ritual que llevamos repitiendo m¨¢s de 30 a?os, y que en cierta forma, ha sido la semilla de Fictiorama Studios y de todo lo que ha sucedido desde entonces.
El resto del viaje pasa dentro de esa burbuja entre el sue?o y la vigilia propia de los vuelos transoce¨¢nicos, donde la oscuridad y el ruido de los motores hacen que parezca que el tiempo se ha detenido, pero el dolor de las piernas pegadas al asiento de delante te recuerda que no, que el tiempo sigue su curso, y que cada segundo que vayas a seguir sentado la cosa s¨®lo puede a ir a peor.
Aterrizamos. Una interminable cola de espera en el control de fronteras hace que salgamos del aeropuerto 24 horas despu¨¦s de partir de Madrid. Denis ya nos est¨¢ esperando fuera. Taxi y hotel: los cuatro estamos exhaustos. Pero antes de dormir, pensamos en comer algo. As¨ª que pedimos una porci¨®n de pizza en el Domino's de la esquina. El dependiente nos da una lecci¨®n magistral de l¨®gica de para¨ªso capitalista: "Por nuestra pol¨ªtica de ofertas, una pizza completa os va a salir m¨¢s barata que pagar un trozo suelto." As¨ª que al final salimos de all¨ª, hechizados por la ley de la oferta y la demanda, cada uno con una pizza mediana bajo el brazo. En el hotel, el cansancio y el jet lag hacen que comamos s¨®lo una porci¨®n, y enterramos avergonzados el resto del bot¨ªn en lo m¨¢s profundo de la papelera de la habitaci¨®n.
Ya estamos es San Francisco. De vez en cuando, sonidos de gritos, golpes y vidrios rotos atraviesan el cristal de la ventana mientras intentamos dormir algo.
Lunes, 18 de marzo de 2019
"Es una ciudad preciosa, fant¨¢stica. Moderna, abierta, multicultural. San Francisco es un para¨ªso de la tolerancia. Pero hag¨¢is lo que hag¨¢is, no os aloj¨¦is nunca en Tenderloin. Ese barrio es un infierno, sobre todo por la noche", nos hab¨ªan advertido. Pero nuestra econom¨ªa de tipos de extrarradio no daba para mucho m¨¢s. As¨ª que, si exist¨ªa un epicentro, un coraz¨®n, un n¨²cleo profundo en el barrio de Tenderloin, nuestro hotel estaba justo all¨ª.
Salimos por la ma?ana en direcci¨®n al Moscone Center, lugar donde se celebrar¨¢ la Games Developer Conference (GDC) y la exposici¨®n de los juegos nominados a los premios IGF. La exposici¨®n arrancar¨¢ el mi¨¦rcoles, pero las charlas de la GDC dan comienzo este mismo d¨ªa. Al atravesar la puerta del hotel, un sin techo nos grita algo ininteligible, mientras se aleja cojeando con una bolsa de pl¨¢stico entre las manos. Unos metros m¨¢s abajo, una mujer agazapada est¨¢ inyect¨¢ndose algo en el brazo. ¡°Tenderloin es el barrio de los vagabundos", nos hab¨ªan advertido. "Hay miles de ellos. En principio, no son peligrosos. Pero es mejor que no interactu¨¦is. La inmensa mayor¨ªa tienen problemas mentales, de adicciones, enfermedades graves... Mirad al frente e ignorad que est¨¢n all¨ª. Es lo que hace todo el mundo".
Visitar la GDC por primera vez impresiona. La conferencia se celebra en tres edificios distintos perfectamente coordinados, acogiendo a miles de visitantes de todo el mundo. La organizaci¨®n funciona como un aut¨¦ntico reloj: las acreditaciones, las conferencias, los horarios, los ponentes, los puestos de ayuda, las exposiciones de juegos... Todo fluye de una forma tan milim¨¦trica y natural que, con el paso de los d¨ªas, la posibilidad de presenciar un fallo t¨¦cnico o un retraso llega a parecerte algo tan improbable como disparatado. Adem¨¢s, el ambiente es amable, cordial, seguro. Tan c¨®modo que en apenas unas horas te haces con el lugar y con el ritmo. Y no lo sueltas hasta el d¨ªa de la clausura.
El panel de conferencias nos abruma: decenas al d¨ªa, centenares durante toda la semana. Nombres conocidos y estrellas emergentes de la industria compartiendo su conocimiento en p¨ªldoras de media hora. As¨ª que el d¨ªa pasa r¨¢pido entre charla y charla. Al final de la jornada nos invitan a la fiesta que celebra la plataforma digital Humble Store, en un bar a unos diez minutos del Moscone. Ambiente universitario, m¨²sica country y mesas de beer pong. Todo desprende una agradable sensaci¨®n de confort y buen rollo. "Un buen broche para el primer d¨ªa", pienso, mientras el jet lag nos hace comer techo en la habitaci¨®n del hotel. ¡°?Nos habremos cruzado ya con Lucas Pope sin darnos cuenta?¡±
A mitad de la noche, dos sin techo empiezan a discutir a gritos en la acera de enfrente. Adem¨¢s, alguien est¨¢ rompiendo botellas vac¨ªas unos metros m¨¢s all¨¢. Mientras intentamos dormir, el hervidero triste de Tenderloin hace vibrar de vez en cuando el cristal la ventana.
Martes, 19 de marzo de 2019
Segundo d¨ªa de GDC. A partir de mi¨¦rcoles comienza la exposici¨®n, lo que nos obligar¨¢ a permanecer el resto de las jornadas a pie de stand. As¨ª que hoy, al igual que ayer, acordamos tom¨¢rnoslo con mucha calma.
Vemos algunas charlas. Comemos. Paseamos por los edificios. Nos sacamos unas fotos como recuerdo, no vaya a ser que en casa no crean que estuvimos aqu¨ª. Caf¨¦s aguados a precio de oro y compra de libros en la tienda oficial. A¨²n no nos hemos cruzado con Lucas Pope. M¨¢s charlas. Descansos en la zona com¨²n.
La media de edad de los asistentes ronda los 30 a?os. La mayor¨ªa, personas anglosajonas blancas de clase alta y estudios superiores. Muchos profesionales haciendo contactos, prensa especializada y estudiantes buscando su primera oportunidad. Ambiente de moderna conciencia social. La propia GDC es un oasis en ese sentido: carteles con normas de tolerancia en cada pared, papeleras con cinco cubos de reciclaje diferentes y consejos sobre el uso responsable del agua junto a cada fuente p¨²blica, recalcando la absoluta necesidad de cambiar tu botella de pl¨¢stico por una de vidrio. Dentro de las cristaleras del Moscone Center se ha creado una burbuja de seguridad y cordialidad que durar¨¢ intacta hasta el d¨ªa del cierre. Se est¨¢ realmente c¨®modo aqu¨ª dentro. Y el ¨²nico peaje para acceder es pagar el precio de la acreditaci¨®n.
Por la tarde decidimos visitar la ciudad. Las calles de China Town nos llevan directamente al barrio de North Beach, donde la librer¨ªa City Lights de Lawrence Ferlinghetti a¨²n sigue en pie. En la esquina, nos tomamos una cerveza en el Vesuvio Cafe, lugar donde Ginsberg, Kerouac y el resto de la generaci¨®n beat conspiraban para hacer reventar las costuras del sistema a base de gasolina, literatura, bebop y m¨ªstica zen. En ese momento, el adolescente que durante un verano sin vacaciones ley¨® En el camino en un rinc¨®n rec¨®ndito del imperio siente cosquillas en el est¨®mago.
Al final del d¨ªa, nos invitan a la fiesta del publisher Devolver Digital. Cuando llegamos, una largu¨ªsima cola a la entrada de una nave industrial reconvertida en discoteca augura un ambiente muy diferente al de ayer. Esperamos. Frente a la puerta nos cachean dos vigilantes, mientras los graves de la m¨²sica hacen vibrar las vallas met¨¢licas que rodean la entrada. Una vez dentro, el ruido, el calor y el evidente exceso de aforo nos golpean en la cara. Huimos r¨¢pido. Cenamos algo y volvemos pronto al hotel: ma?ana ser¨¢ la entrega de premios.
Intentamos dormir. Fuera, el oscuro insomnio de Tenderloin ara?a de vez en cuando la ventana.
Mi¨¦rcoles, 20 de marzo de 2019
Llegamos al Moscone temprano: la exposici¨®n comienza hoy, y queremos comprobar que todo funciona bien antes de que se abran las puertas. En la zona de stands descubrimos con sorpresa que han situado Do not feed the monkeys entre el juego de Terry Cavanagh, una de las mentes m¨¢s brillantes y f¨¦rtiles de la industria, y el juego de Lucas Pope. Bromas, risas, incredulidad. "?Estamos en la pole!". ¡°Seguro que quien reparti¨® los expositores ya est¨¢ despedido¡±. Mir¨ªadas de fotos inmortalizando la escena.
El p¨²blico comienza a llegar y tambi¨¦n lo hace Cavanagh, que con su impecable acento british y su cordialidad inglesa acepta con modestia nuestros nerviosos cumplidos, y tras darnos la mano, nos habla de su nuevo juego.
Y unos minutos despu¨¦s, aparece Lucas Pope. Cruza despacio y con parsimonia la sala. Anda lento y concentrado, espigado y mirando al frente, como si supiera de memoria d¨®nde situar cada uno de sus pasos. Detr¨¢s de ¨¦l va su hermano, que se encarga de encender y preparar el equipo. Les miro de reojo. De pie frente al expositor, comparten algunas palabras inaudibles mientras se miran con seriedad c¨®mplice. Me parece ver a Lucas Pope suspirar mientras realiza unos leves contoneos de hombros y cuello, como el de los boxeadores a punto de entrar en el ring. Despu¨¦s, se quita y vuelve a colocar una brillante horquilla negra que lleva en el pelo, y su rostro adquiere la solemnidad de un jerogl¨ªfico o una esfinge. Y ya no puedo ver m¨¢s: un numeroso grupo de personas empiezan a arremolinarse en su stand y, pese a que estamos a su lado, le perdemos de vista de vista durante horas.
A la gente que se acerca a nuestro juego parece gustarle lo que ve. Algunos ya lo conocen. Otros, incluso, ya lo han comprado. A la mayor¨ªa simplemente les suena, y quieren echar una partida. La prensa nos hace algunas entrevistas, donde al final, de manera inevitable, las respuestas se repiten: ¡°?G¨¦nero? Es dif¨ªcil decirlo. Nosotros definimos nuestro juego como un simulador de voyeur digital". ¡°S¨ª, por supuesto. La experiencia es una reflexi¨®n sobre la privacidad, la curiosidad y nuestro instinto b¨¢sico de entrometernos¡±. ¡°Claro, nuestra intenci¨®n es hacer una cr¨ªtica pol¨ªtica y social, pero siempre bajo una capa de s¨¢tira y humor negro¡±. ¡°No, a vosotros. De verdad: muchas gracias por la entrevista¡±.
Salimos a comer y, de camino, un chico se fija en nuestras camisetas promocionales. Nos grita al pasar: ¡°?Ey, conozco vuestro juego! ?Y mola!¡±. Nos damos la vuelta y sonre¨ªmos, salud¨¢ndole con la mano. Y mientras seguimos andando, me doy cuenta de que los cuatro hemos ido acompasando nuestros pasos, que ahora suenan al un¨ªsono sobre la acera. Hoy hace un precioso d¨ªa soleado en San Francisco.
Tras la comida, volvemos al hotel a cambiarnos para la ceremonia de entrega de premios. ¡°?Est¨¢is nerviosos?¡±. ¡°Venga, si ya sabemos qui¨¦n se va a llevar todo este a?o¡±. ¡°Si, ya. Pero, ?est¨¢is nerviosos?¡± "Bueno. Quiz¨¢ un poco¡±.
Unas horas despu¨¦s, ya de madrugada, estamos de vuelta en el hotel. Y quiz¨¢ es que el d¨ªa ha sido muy largo, o que nos hemos pasado de frenada con las copas, pero el infierno de Tenderloin parece hoy un poco m¨¢s tranquilo al otro lado de la ventana.
Jueves, 21 de marzo de 2019
La primera media hora de exposici¨®n en el Moscone Center est¨¢ siendo tranquila, parece que a los visitantes les est¨¢ costando madrugar. As¨ª que aprovechamos la calma para acercarnos a conocer, por fin, a Lucas Pope.
?l y su hermano est¨¢n de pie junto a su stand, ensimismados y en silencio, como si escucharan una canci¨®n que s¨®lo ellos pueden o¨ªr. ¡°Conozco vuestro juego, Josu¨¦ Monch¨¢n me habl¨® de ¨¦l¡±, nos dice mientras nos estrecha la mano. Se mueve con parsimonia y gravedad, casi como si lo hiciera debajo del agua. ¡°?l es Caleb, mi hermano. Viene conmigo a estos eventos para echarme una mano. As¨ª podemos pasar un tiempo juntos.¡± Caleb asiente con la cabeza. Lucas Pope sigue hablando, y su voz suena abstracta y melanc¨®lica, como si se callara cosas que no pudiera contar. ¡°Vivo en Jap¨®n y es dif¨ªcil vernos m¨¢s a menudo¡±, dice, mientras se quita y coloca de nuevo, con cuidado, la horquilla negra que lleva en el pelo. Entonces regresa esa expresi¨®n de jerogl¨ªfico o de esfinge, y me doy cuenta por primera vez del equilibrio: la gravedad, la leve tristeza, esa canci¨®n privada, el aire espigado y lento, la horquilla y sus juegos. Todos los elementos, de alguna forma, encajan sin fisuras como teselas.
Hago un ejercicio de imaginaci¨®n mientras los visitantes de su stand nos obligan a terminar la charla: esa brillante horquilla negra quedar¨ªa rid¨ªcula en la cabeza de cualquiera de nosotros. Ser¨ªa como una nave alien¨ªgena, llegada de otro tiempo y de otro mundo, aterrizando sobre un planeta equivocado. Aunque hay algo que me consuela: me temo que esa horquilla a¨²n le quedar¨ªa peor al bueno de Terry Cavanagh.
Al acabar la jornada, noche de espa?oles en San Francisco. Historias, cotilleos y an¨¦cdotas que el curry y la cerveza hacen especialmente divertidas. Terminamos la noche en la azotea del hotel Marquis, donde a trav¨¦s de la cristalera pueden verse las luces de los barcos que entran y salen de la bah¨ªa.
Viernes, 22 de marzo de 2019
?ltimo d¨ªa de GDC y de exposici¨®n. Los visitantes se arremolinan en los stands con prisa: la clausura est¨¢ programada para antes de la hora de comer. Curiosos y prensa siguen acer¨¢ndose a Do not feed the monkeys durante toda la ma?ana, mientras los cuatro nos turnamos para poder acudir a las ¨²ltimas conferencias. La gran Meg Jayanth, que hab¨ªa conducido la gala de entrega de premios dos d¨ªas antes, se acerca a charlar con nosotros a ¨²ltima hora, y aprovechamos para contarle efusivamente c¨®mo nos gustan todos y cada sus juegos.
A las 14.00h se cierran las puertas del Moscone, y comenzamos a recoger el equipo. Lucas Pope y su hermano guardan lentamente los transformadores y los cables, con esa seria complicidad compartida, como de ritual o de ceremonia. Cuando terminan, se acercan a nosotros: "Ha sido un gusto conoceros. Sois hermanos, y para nosotros la familia es importante", dice Lucas, mientras nos estrecha la mano. "?Nos hacemos una foto?", preguntan. Y entonces los cuatro tipos de extrarradio nos miramos sorprendidos, como si el mundo se hubiera dado la vuelta. Como si de repente la gravedad se hubiera invertido, o alguien hubiera alterado el ritmo natural de las estaciones. "Claro... ?Claro! Por supuesto". Todos miramos en silencio a la c¨¢mara.
Antes de marcharse, Caleb se sube de un salto a nuestro stand, y con un destornillador logra desencajar para nosotros el cartel que llev¨¢bamos un tiempo intentando llevarnos, y que ya hab¨ªamos dado por perdido. "Buen viaje de vuelta", dice Lucas, mientras se ajusta la horquilla del pelo. Y ambos se alejan como andando bajo el agua, escuchando su canci¨®n privada.
Llueve a c¨¢ntaros fuera del recinto. Un caos de camiones y furgonetas preparados para la recogida colapsan la calle. Cientos de visitantes se refugian de la lluvia bajo las marquesinas de Moscone mientras esperan el coche que han pedido, y que por la ley de la oferta y la demanda, hoy alcanza un precio delirante. Los guardias de seguridad meten prisa a los expositores para que abandonen el edificio. Malas caras, tensi¨®n, paraguas abiertos y material electr¨®nico que empieza a empaparse. La confortable burbuja de la GDC debe desinflarse muy r¨¢pido para que quepa de nuevo en su caja.
Tarde libre. Ya de noche, caminando de vuelta al hotel por las calles de Tenderloin, me doy cuenta por primera vez desde que llegamos a San Francisco de un detalle llamativo: los sin techo dejan siempre libre el centro de las aceras. Su alcoholismo, su depresi¨®n, su esquizofrenia, su enfermedad cr¨®nica o su mala racha eterna se queda en los bordes, como si una m¨¢quina quitanieves les hiciera recordar todas las noches cu¨¢l es su sitio. En esta ciudad, la humanidad se aplica tambi¨¦n seg¨²n las leyes de la oferta y la demanda, y la ¨²nica diferencia entre un enfermo digno de cuidados y la carne an¨®nima de Tenderloin es el n¨²mero de ceros de su cuenta corriente.
S¨¢bado, 23 de marzo de 2019
Por la ma?ana visitamos el Pier 39, un antiguo muelle reconvertido en centro de ocio para turistas, que tiene todo lo que un centro de ocio para turistas deber¨ªa tener: leones marinos, tiendas estramb¨®ticas, vistas al mar y un laberinto de espejos. Y por supuesto, tambi¨¦n tiene el Mus¨¦e M¨¦canique.
En el Mus¨¦e M¨¦canique se guarda la historia de las m¨¢quinas arcade, desde los primeros teatros de aut¨®matas hasta la actualidad. Una memoria que no se conserva en formol detr¨¢s de una vitrina, sino que se mantiene viva: el visitante puede usar todas y cada una de las m¨¢quinas expuestas. Y, gracias a eso, a la experiencia de jugarlas, te das cuenta de que ver girar mu?ecos de trapo a cambio de una moneda de n¨ªquel, o conducir un canica entre agujeros sobre una plancha de lat¨®n, fue el verdadero origen de todo. Ni Spectrum, ni Mario, ni Sega. Ni siquiera Pong o Space invaders. Caes en la cuenta de que ese nuevo medio no tan nuevo, con el que llevas unos a?os gan¨¢ndote la vida, naci¨® aqu¨ª: en los m¨¢rgenes, en los muelles, en las barracas de feria, bajo las arcadas de los soportales de los barrios populares de las grandes ciudades. Y entonces te das cuenta de que, si existe una cueva de Altamira de los videojuegos, est¨¢ aqu¨ª dentro.
Por la tarde, visita al Golden Gate y vuelta al hotel. La llave magn¨¦tica ha dejado de abrir la puerta de la habitaci¨®n, as¨ª que bajamos a preguntar el motivo a recepci¨®n. "La habitaci¨®n ya no es vuestra. Unos espa?oles dijeron que dejaban el hotel, y por eso la hemos desalojado." Momento de shock colectivo. Hay un total de 8.946 espa?oles censados en San Francisco, sin contar visitantes o turistas ocasionales. Y es obvio que esos, los que hab¨ªan dejado la habitaci¨®n, no ¨¦ramos nosotros. Pero el recepcionista se encoge indolente de hombros, e insiste en se?alar algo que para ¨¦l es evidente, y que en su cabeza es el germen indiscutible de la situaci¨®n: unos espa?oles hicieron check out por la ma?ana, y por eso ahora nosotros estamos en la calle. Punto A que conduce irremediablemente al punto B, a trav¨¦s de una l¨®gica secreta que mueve gran parte de los mecanismos de esta ciudad, y en la que a¨²n no estamos iniciados. "?Y d¨®nde est¨¢n ahora todas nuestras cosas?" "Las metimos en bolsas de basura", contesta, sin ni siquiera levantar la mirada del monitor de su escritorio.
Veinte minutos despu¨¦s, estamos de nuevo en la habitaci¨®n. Han vuelto a activar nuestra tarjeta, sin dar m¨¢s explicaciones ni ofrecer disculpas. Alguien trae un carro con varias bolsas de basura llenas de ropa, arrugada y h¨²meda por el contacto con los cepillos de dientes y los botes de gel. La ordenamos y volvemos a colocar en los armarios, pensativos y en completo silencio. Mientras lo hacemos, se cuelan a trav¨¦s del cristal los gritos r¨ªtmicos e inteligibles de un vagabundo que est¨¢ acampando para pernoctar debajo de nuestra ventana.
Domingo, 24 de marzo de 2019
Pasamos nuestro ¨²ltimo d¨ªa en San Francisco paseando por el barrio de Haight-Hasbury, epicentro del movimiento desde el que Kessey, Leary y Jerry Garc¨ªa conspiraban para hacer reventar las costuras del sistema a base de contracultura, LSD y rock ¨¢cido. Varias tiendas de suvenirs sirven ahora de colorido mausoleo. Volvemos al hotel despu¨¦s de comer, para preparar la maleta con tiempo.
El taxi viene a recogernos un par de horas antes de que salga el vuelo. En el aeropuerto, nos despedimos de Denis, que regresa a Varsovia. Y, mientras esperamos nuestro turno para dejar las maletas, soy consciente por primera vez del inmenso cansancio acumulado durante estos siete d¨ªas. Para despistarlo, hago repaso mental del viaje. Especialmente, de la noche de la ceremonia de entrega de premios.
Entonces recuerdo el momento de salir del hotel, rumbo al impresionante auditorio el Moscone Center. ¡°?Est¨¢is nerviosos?¡±. ¡°Venga, si ya sabemos qui¨¦n se va a llevar todo este a?o¡±. ¡°Si, ya. Pero, ?est¨¢is nerviosos?¡±. ¡°Bueno. Quiz¨¢ un poco¡±. Y recuerdo tambi¨¦n el aire glamuroso y espectacular de la gala, y c¨®mo nos temblaba el pulso mientras sosten¨ªamos la copa de champ¨¢n para la foto oficial, rodeados de gente tan importante e influyente que sus nombres y sus rostros nos resultaban absolutamente desconocidos.
Y recuerdo tambi¨¦n c¨®mo se iban entregando uno a uno los premios, y c¨®mo el tiempo se deten¨ªa cada vez que se anunciaba uno en el que est¨¢bamos nominados, mientras las im¨¢genes de Do not feed the monkeys inundaban las pantallas gigantes del escenario. Y recuerdo c¨®mo, siendo conscientes de lo relativo de nuestras posibilidades, conten¨ªamos la respiraci¨®n durante el silencio previo a anunciarse el nombre del ganador. Y tambi¨¦n recuerdo c¨®mo aplaud¨ªamos despu¨¦s, aunque nunca llegara a sonar nuestro nombre, mientras intent¨¢bamos grabar cada segundo de la gala en nuestra retina y nuestro cerebro. Porque s¨ª, porque estar all¨ª ya era algo extraordinario e incre¨ªble para cuatro tipos de extrarradio que acababan de publicar su segundo juego.
Y, por ¨²ltimo, tambi¨¦n recuerdo a Lucas Pope salir a recoger el premio gordo, el grande, tal y como estaba previsto. Le recuerdo acerc¨¢ndose al atril lento y espigado, como andando bajo el agua, y arrastrando tras de s¨ª esa canci¨®n privada y ese silencio de jerogl¨ªfico. Su hermano Caleb aplaude dos mesas m¨¢s all¨¢. Mientras agradece el premio, su horquilla negra brilla como un pararrayos bajo los focos del escenario. Y en ese momento no me doy cuenta. No soy consciente de ello. As¨ª que la gala contin¨²a con su brillo y su glamur, y nosotros seguimos celebrando cada segundo que estamos all¨ª.
Pero ahora, d¨ªas despu¨¦s, apoyado en el mostrador del aeropuerto de San Francisco, s¨ª que lo veo claro: me doy cuenta de que en el momento de recoger el premio quiz¨¢ ¨¦l no est¨¢ all¨ª, en San Francisco, si no el alg¨²n otro sitio diferente. Y que adem¨¢s sabe algo que los dem¨¢s ignoramos, y que por eso el silencio, y la gravedad, y esa cierta melancol¨ªa. Como la de los jerogl¨ªficos o las esfinges. Y puede que esa horquilla negra le conecte con algo, o le sirva de ancla, o de antena. O... ?yo que s¨¦! S¨®lo s¨¦ que puedo sentirme afortunado de vivir tiempos como ¨¦ste donde gente como Lucas Pope, o Terry Cavanagh, o Meg Jayanth, u otros cientos de creadores que son capaces de parar el tiempo, de no estar all¨ª, de convertirse en esfinges y de saber cosas que el resto desconocemos pueden crear sus juegos y ser reconocidos por ello, y ser admirados y aplaudidos en glamurosas galas en lugares como San Francisco. Porque eso es algo tan bueno, tan terriblemente bueno, que s¨®lo llegaremos a darnos cuenta de lo bueno que era cuando lo hayamos perdido, y los presupuestos infinitos, los p¨²blicos objetivos y las batallas de marketing en las fachadas de los rascacielos hayan convertido definitivamente la magia de los mu?ecos de trapo que bailan por un n¨ªquel en as¨¦pticos productos de supermercado.
Embarcamos. El vuelo sale puntual, y har¨¢ escala en Londres. Estamos tan cansados que esta vez no hay pel¨ªcula del avi¨®n, ni ritual alrededor de la consola port¨¢til. As¨ª que el viaje lo pasamos saliendo y entrando de ese trance m¨ªstico propio de los vuelos transoce¨¢nicos.
A las 22.15 del d¨ªa siguiente, ya podemos ver Madrid desde la ventanilla del avi¨®n.
Alberto Oliv¨¢n es dise?ador narrativo y cofundador de Fictiorama Studios.
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