Vermeer y Rembrandt se miran. Se observan constantemente: en una sala del Kunsthistorisches Museum de Viena cuelga El arte de la pintura, del maestro de Delft, y en la pared de enfrente dos retratos del art¨ªfice de La ronda de noche tienen sus ojos puestos en ese interior. Hay que pasar a otro espacio para encontrar a Vel¨¢zquez: la infanta Margarita no puede cruzar miradas con los holandeses, ella comparte muros con los franceses. Muros que act¨²an como fronteras que separan escuelas nacionales, divisiones t¨ªpicas en este museo centroeuropeo, en el del Prado y en otros tantos. Es una de las formas tradicionales de ordenar la historia del arte, que ahora Vel¨¢zquez, Rembrandt y Vermeer. Miradas afines quiere derribar intercalando escuelas, poniendo la holandesa y la espa?ola bajo el mismo marco, huyendo de los nacionalismos. La pintura como lenguaje y patria com¨²n.
Ya tuvo esta muestra un simb¨®lico avance hace 16 a?os, cuando al clausurar la exposici¨®n Vermeer y el interior holand¨¦s, El arte de la pintura prorrog¨® su estancia en el Prado unas semanas y estuvo colgada junto a Las meninas, compartiendo sus dos atm¨®sferas que tanto tienen en com¨²n.

Ribera, Murillo, Hals, Rembrandt, Zurbar¨¢n, Vel¨¢zquez, Vermeer, El Greco¡ El G8 de la pintura del siglo XVII reunido en la pinacoteca madrile?a hablando de lo que les une y no de lo que les separa. Los tres nombres que se destacan en el t¨ªtulo son solo eso, los que ¡°tienen m¨¢s tir¨®n¡±, dice el comisario, Alejandro Vergara, que hubiera a?adido a El Greco y a Hals, pero, ¡°?cu¨¢ntos nombres caben en un t¨ªtulo?¡±. El jefe de conser?vaci¨®n de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte hasta 1700 del Prado se?ala que hay que atraer al p¨²blico. A la vez que explica que, ¡°si esto fuese un libro acad¨¦mico, se llamar¨ªa Miradas afines. Similitudes entre la pintura espa?ola y holandesa del XVII¡±, desvincula la muestra de la conmemoraci¨®n del 350? aniversario de la muerte de Rembrandt: ¡°?Qu¨¦ es eso de un 350? aniversario? ?Por qu¨¦ no el 616?? Es puro turismo industrial¡±.
La misma idea a miles de kil¨®metros
Si ha pasado el tiempo desde que en 2003 Vermeer y Vel¨¢zquez compartieron pared en el Prado ¨Clo que el catedr¨¢tico de Historia del Arte Contempor¨¢neo Francisco Calvo Serraller denomin¨® ¡°un sue?o cumplido¡±¨C, tambi¨¦n ha pasado desde que Vergara tuvo claro otro d¨²o de esta pareja de maestros, el germen de Miradas afines: Vista del jard¨ªn de la Villa Medici en Roma (hacia 1630) y Vista de casas en Delft (hacia 1658). Fantasea el comisario con los dos artistas creando en la distancia (nunca se conocieron): el mismo tama?o, la misma paleta, la misma idea, una composici¨®n parecida, el mismo equilibrio. ¡°Si fuera hoy te los imaginas a los dos en casa con la m¨²sica al mismo volumen, con sensibilidades parecidas¡±. Deja poco hueco a estas hip¨®tesis irreales si se le pregunta qu¨¦ se dir¨ªan el uno al otro. Confiesa que le gusta el rock and roll, pero que no le interesa lo que haga Mick Jagger, ¡°a m¨ª lo que me gusta es la m¨²sica¡±. S¨ªmil que se lleva a la muestra, que es una oda a la pintura barroca, y ah¨ª pone cautela: ¡°Barroco solo es ¨²til como sin¨®nimo del siglo XVII; hay muchos barrocos, es un t¨¦rmino equ¨ªvoco¡±.
No es el ¨²nico concepto que puede llevar a confusi¨®n. Uno de las secciones en las que est¨¢ dividida la exposici¨®n se llama Ficciones realistas, un ox¨ªmoron en el que encajan Aparici¨®n de san Pedro, de Zurbar¨¢n; Cristo coronado de espinas, de Hendrick ter Brugghen; Menipo, de Vel¨¢zquez; Autorretrato como ap¨®stol san Pablo, de Rembrandt o Mujer joven junto a una cuna, de Nicolaes Maes. El realismo no es caracter¨ªstico ¨²nicamente de la pintura de los Pa¨ªses Bajos ni lo es solo de la espa?ola. La prueba: en el Museo del Prado hasta el 29 de septiembre.
Antiidealismo, no realismo
Pero, ?el realismo es real? No, no representa la realidad, plasma escenas veraces, fidedignas, cre¨ªbles, cercanas al espectador, pero no tuvieron que ser as¨ª. Se baja del olimpo a los dioses, a los fil¨®sofos, se les representa como seres coet¨¢neos a los artistas. Dem¨®crito, de Ribera, es un mendigo; El ge¨®grafo, de Vermeer, es un profesional trabajando; Vel¨¢zquez rodea a su Baco de borrachos de taberna. Vergara apunta que el t¨¦rmino ¡°antiidealismo¡± es m¨¢s preciso para estas pinturas. En cuanto al af¨¢n por atribuir el realismo a espa?oles o neerlandeses, queda mencionar a Caravaggio: ?d¨®nde est¨¢ el italiano entonces? ?Ser¨ªan las pinturas de Ribera lo mismo sin su caravaggismo? No. Y tampoco los bodegones, en los que se repite la cantinela: t¨ªpico g¨¦nero espa?ol para unos y holand¨¦s para los otros. ?Acaso El cesto de frutas pintado por Caravaggio en torno a 1596 es holand¨¦s o espa?ol?
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La muestra evidencia que la pintura europea del XVII tiene unas ra¨ªces comunes y estas est¨¢n en Italia y en Flandes. No existir¨ªa la pincelada ni el colorido de El Greco sin los venecianos, pero tampoco sus retratados vestidos de riguroso negro sin los duques de Borgo?a ¨Cgobernantes de Holanda y familia a la que pertenec¨ªa Carlos I y, por ende, Felipe II¨C. Y si el final de la muestra est¨¢ dedicada a la materia pict¨®rica, a esos ¡°golpes de pincel groseros¡±, expresi¨®n con la que Jer¨®nimo San Jos¨¦ en 1651 se refiri¨® a la manera de pintar de Tiziano, que vinculan el Autorretrato, de Carel Fabritius, con Jer¨®nimo de Cevallos, de El Greco; La mujer ba?¨¢ndose en un arroyo (Rembrandt) con Marte, de Vel¨¢zquez; los bufones del sevillano, con retratos de Frans Hals. El comienzo es para la moda del momento.
Los hombres de negro
El recibimiento a la exposici¨®n lo hacen los t¨ªpicos espa?oles vestidos de negro sobrio con solo una licencia: el blanco de los cuellos de golilla. ?O eran holandeses? Son ambos, fruto de un pasado hist¨®rico com¨²n que hacia 1568 se empieza a desmoronar por las revueltas de los Pa¨ªses Bajos contra Felipe II. Estas rebeliones dieron lugar a la Guerra de los Ochenta A?os, de la que surgieron los Pa¨ªses Bajos. La indumentaria com¨²n perdurar¨¢ como s¨ªmbolo de rigurosidad y como reacci¨®n a lo superfluo durante casi todo el siglo XVII, mucho m¨¢s tiempo que en otras regiones europeas. Y as¨ª hay algo que resulta familiar en Los s¨ªndicos (es un hito en la historia del arte que este rembrandt vaya a pasar el verano en Madrid, es una de las 17 obras que ha prestado el Rijksmuseum de ?msterdam. Despu¨¦s el Prado les prestar¨¢ 14 piezas para otra muestra).

Quiere el comisario que esta muestra se disfrute de muchas maneras. Una de ellas por el mero placer est¨¦tico de poder contemplar piezas fundamentales para la historia del arte, ¡°y una de las funciones del arte es llevarte a un lugar mejor¡±. Otra, pensando en que muchos de los artistas aqu¨ª reunidos est¨¢n muy por encima de sus naciones, representan al lenguaje paneuropeo de la pintura; el fomento de los nacionalismos y de los mitos fundacionales de los Estados fue posterior, en el siglo XIX. Incluso no le importar¨ªa que alguien confundiera a Tito, el hijo de Rembrandt, en h¨¢bito de monje (1660), con un zurbar¨¢n y que tuviera que acercarse a la cartela para percatarse de su error. Aclara Vergara que esta lectura de las escuelas espa?ola y holandesa no es un ensayo para la colecci¨®n permanente, que "claro" que est¨¢n repensando: ¡°Rembrandt y Ribera est¨¢n muy bien juntos, pero el Prado solo tiene un rembrandt¡±. Por ahora, y hasta septiembre, en las salas de exposiciones temporales solo les separar¨¢n las calles entre las parejas de cuadros. Una exposici¨®n sin fronteras.