Un sue?o cumplido
Lo primero y principal que hay que decir, ante el hecho de que nueve cuadros de Vermeer -la cuarta parte de la producci¨®n conservada del pintor- est¨¦n temporalmente colgados en el Museo del Prado, es que nos encontramos ante un acontecimiento hist¨®rico de primera magnitud, porque no s¨®lo se trata de uno de los artistas m¨¢s apreciados hoy de entre los que guardamos memoria, sino del que no hay ning¨²n ejemplar en las colecciones espa?olas y del que, en nuestro pa¨ªs, s¨®lo se hab¨ªa visto antes, que yo recuerde, un cuadro con motivo de una colectiva. Sobre la actual popularidad de Vermeer, tampoco hace falta extenderse mucho, siendo todav¨ªa reciente el apote¨®sico eco producido, hace un par de a?os, con motivo de la exposici¨®n Vermeer y la Escuela de Delft en Nueva York y Londres. Sin salir de nuestro pa¨ªs, baste citar que no s¨®lo circulan dos novelas con Vermeer como protagonista -La joven de la perla, de Tracy Chevalier, y La joven de azul jacinto, de Susan Vreeland-, ambas convertidas en best sellers, sino que hasta el ensayo escrito por el profesor Valeriano Bozal, Johannes Vermeer de Delft ha agotado enseguida su primera edici¨®n. Por ¨²ltimo: ?qui¨¦n con sensibilidad puede sustraerse a la honda emoci¨®n de saber que ahora conviven bajo el mismo techo dos de los mejores pintores de todos los tiempos, Vel¨¢zquez y Vermeer, que compartieron la misma ¨¦poca y cuya respectiva forma de pintar, en cierta manera, y por caminos diferentes, aunque quiz¨¢ complementarios, alcanzaron la cota m¨¢s elevada de lo que fue el arte moderno? ?Ay! ?Lamentar¨ªa que nuestro abotargamiento nos privara de comprender el privilegio excepcional que nos ha deparado el destino!
Por otra parte, aunque no hay Vermeer malo entre los que ahora nos visitan, tan s¨®lo pondr¨ªa yo alg¨²n reparo ante la rigidez y el rechupamiento que delata la mala conservaci¨®n-restauraci¨®n de la Lectora en la ventana (h. 1657), de la Gemaldegalerie de Dresde; pero el resto, incluso cuando se dejan sentir tambi¨¦n ciertos estragos, resplandece de forma tan plenariamente vermeeriana que se pierde hasta el aliento. ?C¨®mo no si ah¨ª est¨¢n Dama con dos caballeros (h. 1659-60), del Museo de Brunscwick; Mujer con aguamanil (h. 1662-5), del Metropolitan Museum de Nueva York; Mujer con una balanza (h. 1664) y la rutilante Mujer joven con sombrero rojo (h. 1665-6), ambas de la National Gallery de Washington; la portentosa Mujer con collar de perlas (h. 1664), de los Museos de Berl¨ªn; la fastuosa El arte de la pintura (1666-8), del Kunsthistorisches Museum de Viena; La carta de amor (h. 1669-72), del Rijksmuseum de Amsterdam; la radiante Dama del virginal (h. 1670-73), de la National Gallery de Londres? Sinceramente, no creo que haya que a?adir m¨¢s a esta simple relaci¨®n de obras e instituciones prestadoras para subrayar lo extraordinario de su presencia entre nosotros.
En realidad, es tal la potencia del conjunto que sobrar¨ªa lo dem¨¢s, aunque no se puede despreciar el esfuerzo realizado por el Prado para "contextualizar", m¨¢s que para "acompa?ar", los Vermeer. El criterio elegido -acopiar los interiores para la ocasi¨®n- es, desde un noble punto de vista did¨¢ctico, y hasta cient¨ªfico, muy oportuno; pero, claro, no todos los cuadros aguantan con igual gallard¨ªa semejante vecindad. Los mejor parados son los ejecutados por maestros de mayor talento, como, sobre todo, Pieter de Hooch y Gerard Terboch, cuya respectiva calidad, bien por el sentido escenogr¨¢fico, caso del primero, bien por el refinamiento crom¨¢tico, caso del segundo, a veces nos parecen a un paso de la excelencia de Vermeer. Tambi¨¦n cabe afirmar algo parecido de De Witte, cuyo cruce de luces transversales de Interior con una mujer al virginal tiene tanta afinidad con Las Meninas. Este ¨²ltimo me hizo so?ar con una exposici¨®n en la que la tropa de acompa?antes hubiera estado formada alternativamente por el propio De Witte, Sanredam, De Hooch, Fabritius y quiz¨¢ un Rembrandt.
Pero ?por qu¨¦ perder el tiempo con estos considerandos? Lo trascendental aqu¨ª es ese inesperado regalo de Vermeer, un regalo que los amantes de esa obsoleta antigualla que es el arte jam¨¢s olvidaremos y que la gente sensata debe poner en el haber luminoso del actual Museo del Prado, que ha tenido un acierto de los que hacen ¨¦poca y que estoy convencido de que no puede ser un hecho casual, ni aislado. A?adir¨ªa a este respecto que se ha dise?ado una antesala para el recorrido de la exposici¨®n que, antes de saber c¨®mo ha funcionado, me parece de por s¨ª un detalle muy prometedor de c¨®mo se organizan ahora las cosas. Bien: ?pues disfrutemos!
Babelia
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