La ¡®Segunda¡¯ de Mahler de Dudamel: resucitar sin morir previamente
El director venezolano encuentra s¨®lo al final de su interpretaci¨®n su mejor voz mahleriana
¡°Recuerdo claramente que la primera vez que o¨ª la Segunda Sinfon¨ªa de Mahler fui presa, especialmente en ciertos pasajes, de una excitaci¨®n que se expres¨® incluso f¨ªsicamente, en los violentos latidos de mi coraz¨®n. [...] Una obra de arte no puede producir un efecto mayor que cuando transmite al oyente las emociones que rugieron en el creador, de tal modo que tambi¨¦n rujan y bramen en ¨¦l. Y yo me sent¨ªa abrumado; absolutamente abrumado¡±. Quien as¨ª se expres¨® fue Arnold Sch?nberg, quien, a poco de morir Mahler, proclam¨®: ¡°Gustav Mahler era un santo¡±. As¨ª comenzaba el art¨ªculo que escribi¨® para el n¨²mero monogr¨¢fico que la famosa revista Der Merker public¨® en mayo de 1912 tras la muerte, pocos meses antes, del compositor. ¡°Cualquiera que lo conociese, siquiera ligeramente, debe de haber tenido ese sentimiento¡±, prosigue Sch?nberg. ¡°Quiz¨¢ s¨®lo unos pocos lo entendieron. E incluso entre esos pocos los ¨²nicos que lo honraron fueron los hombres de buena voluntad. Los otros reaccionaron ante el santo como los absolutamente malvados han reaccionado siempre ante la bondad y la grandeza absolutas: lo martirizaron. Llevaron las cosas tan lejos que este gran hombre dud¨® de su propia obra. Ni una sola vez se le permiti¨® que pasara de ¨¦l ese c¨¢liz. Tuvo que tragar incluso el m¨¢s amargo: la p¨¦rdida, si bien s¨®lo temporalmente, de la fe en su obra¡±.
Pocos antecedentes, si es que alguno, pueden encontrarse de una composici¨®n como su Segunda Sinfon¨ªa. Su extensi¨®n, en torno a los ochenta minutos; su plan formal en cinco movimientos; la inusual presencia de las voces solistas y del coro en los dos ¨²ltimos; la irrupci¨®n desbordante del yo en el mundo sinf¨®nico; la influencia de un programa que iba mucho m¨¢s all¨¢ del caracter¨ªstico tono descriptivo; la m¨²sica como veh¨ªculo de trascendencia: la partitura de Mahler reun¨ªa demasiados elementos novedosos como para no abrumar a un m¨²sico tan sagaz, sensible y bien informado como Sch?nberg.
Mahler: Segunda Sinfon¨ªa
Chen Reiss, soprano. Tamara Mumford, mezzosoprano. Orquesta Filarm¨®nica de M¨²nich. Orfe¨® Catal¨¤ y Cor de Cambra del Palau de la M¨²sica Catalana. Dir.: Gustavo Dudamel. Teatro Real, 28 de junio.
Desde que se alz¨® victorioso en la primera edici¨®n del Concurso de Direcci¨®n de Orquesta Gustav Mahler de Bamberg en 2004, Gustavo Dudamel ha hecho de la m¨²sica del austr¨ªaco una de sus tarjetas de presentaci¨®n en multitud de pa¨ªses. Ha ofrecido la integral de sus sinfon¨ªas con sus orquestas de Los ?ngeles y Caracas, adem¨¢s de haber grabado ya al menos la mitad de ellas. En sus ¨²ltimas visitas a Madrid ha dirigido el Adagio de la D¨¦cima a la Filarm¨®nica de Viena y la Cuarta a la Orquesta de C¨¢mara Mahler y los resultados fueron tan dispares que nada pod¨ªa imaginarse de c¨®mo ser¨ªa esta Segunda al frente de la Filarm¨®nica de M¨²nich, una ciudad mahleriana como pocas, ya que conoci¨® en su d¨ªa nada menos que los estrenos de la Cuarta, la Octava y Das Lied von der Erde.
El concierto comenz¨® con la orquesta algo desconcentrada (han debido de vivir pocas tardes m¨¢s calurosas que la del viernes en Madrid) y no del todo bien afinada, lo que provoc¨® el hecho un tanto ins¨®lito de que volvieran a tener que afinar despu¨¦s del primer movimiento, concebido inicialmente en 1888 como un grandioso fresco orquestal en Do menor con el t¨ªtulo de Todtenfeier (Ritos f¨²nebres). El gran reto es hacerlo sonar como un todo unitario, plagado de contrastes, pero traducible como una pieza s¨®lida y cohesionada. A Dudamel le sali¨® m¨¢s bien deslavazado, en buena medida porque ralentiz¨® los momentos lentos en exceso (y esta ser¨ªa luego una t¨®nica de toda su propuesta) y lleg¨® a los fortissimi por superposici¨®n de capas de sonido, no por un incremento cumulativo de la tensi¨®n.
Mahler reclama que no haya premura alguna en el segundo movimiento, que el venezolano volvi¨® a verter con demasiado estatismo y un innecesario preciosismo sonoro, sin dejar que la m¨²sica fluyera con mayor libertad y espontaneidad. La indicaci¨®n ¡°con humor¡± que anota Mahler para el clarinete en un par de ocasiones sirve en realidad para todo el tercer movimiento, m¨¢s si conocemos el texto de la canci¨®n que le sirve de base. Pero tampoco aqu¨ª dio Dudamel con el tono justo. La entrada de la voz en Urlicht no tuvo la trascendencia requerida, en parte por las limitaciones de Tamara Mumford, con un alem¨¢n deficiente y sin empatizar del todo ni con el texto ni con la m¨²sica sencilla pero enormemente eficaz de Mahler. El extenso movimiento final avanz¨® en la misma o parecida l¨ªnea hasta que, con la llegada del coral de trombones, tuba y contrafagot, el director venezolado encontr¨® por fin su mejor voz mahleriana, honda y convincente, al tiempo que lograba que la orquesta ofreciera tambi¨¦n lo mejor de s¨ª, con destacadas intervenciones de oboe, trompa y, sobre todo, flauta solistas.
No le ayud¨® en ello tampoco la otra presencia vocal femenina, la soprano Chen Reiss, que no empez¨® a cantar, como prescribe la partitura, al un¨ªsono con las sopranos del coro hasta que, en un efecto perfectamente medido por el compositor, su voz se desgaja y se eleva a otras alturas. S¨ª contribuyeron, en cambio, el Orfe¨® Catal¨¤ y el Cor de Cambra del Palau de la M¨²sica Catalana a hacer de esta m¨²sica inspirada por una oda de Friedrich Klopstock el mejor momento, con mucho, de la versi¨®n de Dudamel. Preparados por Simon Halsey, un extraordinario director de coro, afrontaron tanto los pasajes apenas audibles como las grandes exclamaciones con perfecto empaste e impecable afinaci¨®n. L¨¢stima que la ausencia de textos impresos en el programa o la proyecci¨®n de la traducci¨®n impidieran que muchos de los asistentes comprendieran qu¨¦ era lo que se estaba all¨ª dilucidando: lo que Mahler llam¨® ¡°el terrible problema de la vida: la redenci¨®n¡±. Le hab¨ªa abierto el camino la referencia a la ¡°dichosa vida eterna¡± de Urlicht en el cuarto movimiento, un motivo que vuelve a aparecer, cerrando el arco, y en un contexto muy diferente, en los ¨²ltimos suspiros de Das Lied von der Erde. Mahler formulaba as¨ª, a la manera de una grandiosa epopeya escatol¨®gica, el primero de sus muchos empe?os por exorcizar su propia muerte, la m¨¢s fiel compa?era durante toda su vida. Pero en la versi¨®n de Dudamel, que se reserv¨® sus mejores y m¨¢s sinceras esencias para el final, atisbamos la resurrecci¨®n sin haber sentido previamente la punzada precisa de la muerte.
Babelia
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