El lugar de Franco
En la Ley de Responsabilidades Pol¨ªticas de 1939 reflej¨® el dictador su prop¨®sito de aniquilar al enemigo m¨¢s all¨¢ de la guerra
El tema de la exhumaci¨®n de Franco suscit¨® unas tensiones que antes se hab¨ªan registrado con la Ley de la Memoria Hist¨®rica. Con uno u otro pretexto, la derecha se levant¨® como un solo hombre para recusar la razonable medida de suprimir los honores f¨²nebres al dictador, del mismo modo que antes viera un desaf¨ªo revanchista en los prop¨®sitos de enterrar dignamente a los republicanos dispersos por las cunetas. El esp¨ªritu cainita del 36 resurg¨ªa y provoc¨® una respuesta asimismo beligerante. De manera que el traslado discreto de los restos de un dictador, realizado en otros pa¨ªses sin traumas, aqu¨ª ha provocado un despertar de neofranquismo, bien como rechazo abierto a la medida gubernamental, bien acudiendo a todo tipo de subterfugios retardatarios.
El auto del Tribunal Supremo viene a sumarse a esta creaci¨®n de obst¨¢culos. Primero, al degradar un asunto de Estado, la retirada por el Gobierno del s¨ªmbolo de una Guerra Civil y de una tremenda represi¨®n, al nivel de una causa donde es conferido el mismo valor a la negativa de la familia del dictador. Segundo, con la declaraci¨®n de que Franco fue jefe de Estado entre 1936 y 1975, a partir de lo cual alguien ha sugerido en serio que deber¨ªa recibir honores de Estado para un nuevo entierro. Enrique Moradiellos opina que el 1 de octubre de 1936 hab¨ªa un jefe de Estado leg¨ªtimo, Manuel Aza?a, y solo al renunciar este qued¨® libre el camino para el general golpista. Pero, sobre todo, la cosa no ven¨ªa al caso, ?para qu¨¦ introducir un elemento de juicio irrelevante a la hora de respaldar el aplazamiento? Adem¨¢s, de ser cuesti¨®n de Estado por la jefatura, es el Estado quien tendr¨ªa que decidir.
La represi¨®n a ultranza, dec¨ªa Queipo, deb¨ªa durar ¡°hasta hacerlos desaparecer a todos¡±. Eso es un genocidio. ?C¨®mo una democracia puede conservar los honores a quien dirigi¨® semejante masacre?
Por encima de las peripecias judiciales, sigue en pie lo esencial: ?por qu¨¦ es necesaria la exhumaci¨®n del dictador, su exclusi¨®n del puesto de honor que ocupa en la bas¨ªlica, como salvador de Espa?a al ganar la guerra? Si examinamos los antecedentes y el desarrollo del golpe militar vemos que Franco y sus comilitones protagonizaron un exterminio consciente y premeditado de buena parte de la poblaci¨®n, producto de una conspiraci¨®n dirigida a acabar con todo lo que consideraban la Antiespa?a. Solo el fracaso parcial del pronunciamiento, con la respuesta popular, llev¨® a la Guerra Civil. La ¡°operaci¨®n quir¨²rgica¡±, anunciada por Franco desde noviembre de 1935, se prolongar¨¢ incluso despu¨¦s del fin de la guerra, sacralizada como cruzada, con decenas de miles de ejecuciones. La represi¨®n a ultranza, dec¨ªa Queipo, deb¨ªa durar ¡°hasta hacerlos desaparecer a todos¡±. Eso es un genocidio. ?C¨®mo una democracia puede conservar los honores a quien dirigi¨® semejante masacre?
Dos libros recientes vuelven sobre el tema. Moradiellos ha escrito una Anatom¨ªa de un dictador, despu¨¦s de su brillante historia m¨ªnima de la guerra. El an¨¢lisis de ?ngel Vi?as en?Qui¨¦n quiso la Guerra Civil? aporta nuevos datos para el trazado de su figura, aqu¨ª participante secundario en la conspiraci¨®n mon¨¢rquico-italiana que llev¨® al 18 de julio. As¨ª como los apartados sobre el caudillaje y el r¨¦gimen resultan esclarecedores, la monograf¨ªa de Moradiellos ofrece un punto discutible, cuyas ra¨ªces ya se encontraban en la Historia m¨ªnima: la presentaci¨®n de la guerra como dos mitolog¨ªas enfrentadas, la visi¨®n dualista que refrendaba el triunfo de la Espa?a cat¨®lica sobre la Antiespa?a, y la republicana clasista y pol¨ªtico-ideol¨®gica (sic). Pero su propia descripci¨®n confirma que por parte republicana nunca existi¨® una mitolog¨ªa unitaria.
De esa voluntad de equilibrio, en la Anatom¨ªa surgen otras oscuridades, tales como presentar un Franco dubitativo, resuelto solo tras el asesinato de Calvo Sotelo. Sobre todo para dibujar con precisi¨®n su figura, hubiera sido necesario contrastar el comportamiento de Franco en guerra con la cita previa del Diario de una bandera, donde celebraba la actuaci¨®n b¨¢rbara de sus legionarios. Moradiellos reconoce el peso del africanismo en la psicolog¨ªa de Franco ¡ª¡°sin ?frica, yo apenas puedo explicarme a m¨ª mismo¡±¡ª, pero sin entrar en c¨®mo la experiencia africana molde¨® su forma de hacer la guerra y de vencer a los enemigos. No cabe eludir Badajoz, Guernica y, sobre todo, la Ley de Responsabilidades Pol¨ªticas, de 1939, donde refleja su prop¨®sito de aniquilamiento m¨¢s all¨¢ de la guerra. Aun cuando de modo preciso Moradiellos explique la eficacia de ¡°la despiadada represi¨®n inclemente¡± que Franco puso en pr¨¢ctica, sellando con el miedo la duraci¨®n indefinida de su r¨¦gimen.
Pero hubo un desbordamiento de la represi¨®n t¨¦cnica en el respaldo africanista a la barbarie de los suyos, la exaltaci¨®n de la muerte y la voluntad declarada de ¡°hundir los dientes hasta el alma¡± a sus enemigos. La ideolog¨ªa de Franco fue la expresi¨®n en clave legionaria del corporativismo militar antidemocr¨¢tico que surge del 98. ?l mismo lo cont¨® en Raza. Vale la pena seguirle. Y, cuanto antes, exhumarle.
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