Perif¨¦rica
El papel de la editorial de Juli¨¢n Rodr¨ªguez era como el que tuvo Anagrama en la d¨¦cada de 1980: imposible equivocarse con lo publicado
Conoc¨ª a Juli¨¢n despu¨¦s que a Perif¨¦rica, cuando una ma?ana de verano, estando yo convaleciente y teniendo que trabajar juntos en un proyecto, vino a mi casa con las maquetas del cat¨¢logo y una caja llena de libros. Al menos por mi parte la corriente de simpat¨ªa fue inmediata, sobre todo porque tiendo a simpatizar con los editores que editan cosas que me interesan y en todos estos a?os ha sido raro encontrar en el fondo de la editorial algo que no me haya gustado en absoluto. Hay autores de Perif¨¦rica que me apasionan, como Rita Indiana o C¨¢rdenas ¡ªlos latinoamericanos son uno de sus lados m¨¢s fascinantes¡ª, pero incluso aquellos con los cuales empatizo menos siempre me aportan preguntas, me salpican de la curiosidad de este editor de las mil vidas ¡ªde poeta a galerista¡ª que derrochaba un desenfado y una delicadeza raros en el mundo cultural al uso. Por eso me gustaba verle: ten¨ªa una actitud que llenaba a cada situaci¨®n con un extra?o status de acontecimiento especial.
A veces le visitaba en la galer¨ªa hasta que la mantuvo abierta. Era un lugar extra?o y ¨²nico, sobre todo en su segunda ubicaci¨®n, no muy lejos de la primera, con los vol¨²menes rojos alineados. Sus artistas parec¨ªan, como todo alrededor de Juli¨¢n, salidos de la imaginaci¨®n de un escritor desde lo inesperado. Siempre que iba me regalaba un libro (o dos). Y a menudo los recib¨ªa en casa de su parte: me los mandaba, amable como era. Adem¨¢s, recib¨ªa los que te ten¨ªa que recibir porque, editor avezado, con una intuici¨®n poco frecuente, conoc¨ªa mis gustos mejor que yo misma. Hace escasas semanas, en un cruce de correos para darle las gracias por alg¨²n env¨ªo, le dec¨ªa que el papel de Perif¨¦rica ahora era como el que tuvo Anagrama en la d¨¦cada de 1980: imposible equivocarse con lo publicado.
Pienso ahora que al leer mi absurdo comentario que Juli¨¢n tal vez se sonri¨®: no era sencillo impresionarle ni halagarle, aunque yo tampoco lo pretendiera. Recuerdo que el correo de vuelta me anunciaba el env¨ªo de Animales c¨¦lebres de Michel Pastoureau, un libro que vaticinaba me iba a gustar y que lleg¨® poco despu¨¦s, sin darme ocasi¨®n de leerlo ni agradecerlo siquiera.
Ahora que he acabado al fin el libro -la noticia de su viaje me sorprendi¨® en medio del bestiario de las f¨¢bulas de Fontaine- tengo la impresi¨®n que ese ¨²ltimo regalo de Juli¨¢n tiene mucho que ver con ¨¦l en la sutileza de la escritura de Pastoureau, en su sentido del humor a la hora de elegir un tema poco tratado -dice al principio del libro el autor-, pero que huye de cualquier atisbo de las modas tajantes de hoy. Sobre todo, su subversi¨®n del concepto mismo de celebridad representa cierta esencia de la editorial, de Juli¨¢n mismo. Un sentido del humor que llena este espacio vac¨ªo ahora como una r¨¢faga de sabidur¨ªa de un poeta en el borde.
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