Dios salve a la reina
Netrebko triunfa con "Adriana Lecouvreur" y su esposo asume el ingrato papel de escudero
No parece sencillo desempe?ar el papel de esposo y de tenor consorte a la vera de Anna Netrebko, m¨¢s all¨¢ de las ventajas contractuales y de los reflejos. Yusif Eyvazov desarrolla una trayectoria internacional superior a sus posibilidades gracias al maridaje con la diva rusa -y austriaca-, pero deben resultarle frustrantes la subordinaci¨®n mit¨®mana y su papel gregario.
Era Netrebko la destinataria de los clamores y los delirios en la funci¨®n dominical de Adriana Lecouvreur (Francesco Cilea). Nunca se hab¨ªa representado en el Festival de Salzburgo. Ni tendr¨ªa demasiado sentido representarla si no fuera porque la Netrebko decidi¨® proponerla con arreglo a sus condiciones. Una es el marido. Otras es la mediaci¨®n de un currante al frente de la orquesta, Marco Armiliato. Y la tercera, o la primera, es la f¨®rmula simplificada de una versi¨®n de concierto.
Las restricciones esc¨¦nicas conspiran contra el ¡°pathos¡± que estimula la Netrebko en un montaje oper¨ªstico convencional, pero ya se ocup¨® la diva de acaparar el escenario. Tanto por su carisma y sobreactuaci¨®n gestual como porque la iluminaban tres vestidos diferentes y 140.000 cristales de Swarowski, patrocinador de la gala y aliado de la sugesti¨®n en una noche triunfalista.
Se le disculpan a Netrebko los caprichos porque es una soprano de ¨¦poca. Y porque la oscuridad de la voz y los matices crom¨¢ticos que alojan el misterio de sus cuerdas vocales predisponen una aptitud singular a los papeles veristas. Es la suya una Lecouvreur imponente, categ¨®rica. Un ep¨ªgono digno de las mejores precursoras del escalaf¨®n, un fen¨®meno vocal y teatral cuya repercusi¨®n deben tener abrumado al marido.
Y el marido responde con voluntad y dignidad. La t¨¦cnica y la seguridad en los agudos le permiten enmascarar la ingratitud del timbre y el tama?o discreto de la voz. Es un tenor insuficiente para resistir el complejo, pero al mismo tiempo incurre Eyvazov en ejercicios de divismo despechado. Tambi¨¦n ¨¦l llevaba unos cristales de Swarowski en la pajarirta. Y se cambi¨® de indumentaria un par de veces, ¡°desmintiendo¡± con sedas y h¨¢bitos extravagantes el espartano frac de sus compa?eros de reparto. O atribuy¨¦ndose una distinci¨®n que en realidad proviene de la sombra del eclipse.
Netrebko es la diosa contempor¨¢nea de la ¨®pera. Y el icono absoluto de Salzburgo. Aqu¨ª se produjo su alunizaje -la memorable Traviata de 2004-, aqu¨ª se han homologado sus mejores papeles -Boh¨¨me, Nozze di Figaro, Trovatore, Aida- y aqu¨ª desempe?a su tiran¨ªa o su majestad. Si la Netrebko es la reina de Inglaterra, Eyvazov se resigna al papel administrativo del duque de Edimburgo.
No parece f¨¢cil aceptar la sumisi¨®n jer¨¢rquica. Y no porque sea un hombre, sino porque es un tenor. Le aplaudieron con donosura, ciertamente, pero Yusif comparec¨ªa como un n¨¢ufrago en la tormenta perfecta. Tanto lo sepult¨® la gloria de Netrebko como lo hizo la competencia de Anita Rachvelishvili. Que tiene poco de Anita. Y mucho de animal oper¨ªstico, en la mejor acepci¨®n del concepto.
Ella s¨ª resisti¨® la rivalidad de la colega rusa. Y fue capaz de hacer temblar las paredes del teatro. Una voz corpulenta, poderosa, carnosa, dionisiaca. Y un papel ingrato. No por la mala reputaci¨®n que implica su misi¨®n homicida en la trama, sino porque Cilea la excluye del primer acto y del cuarto. La subordina al idilio tortuoso de la soprano y el tenor.
Lo desempe?aron con entrega Netrebko y Eyvazov. Y llegaron a juntar los labios con extraordinario temperamento. Est¨¢n al tanto los espectadores del romance. Y reaccionaron con embeleso y cursiler¨ªa al momento del beso pasional, como si fueran los invitados de una boda que se repite cada noche sobre el escenario. Hab¨ªa otros testigos esta vez. Por ejemplo el bajo-bar¨ªtono Simone Alaimo, cuya calidez y lirismo contribuyeron a los placeres sensoriales de una velada de culebr¨®n, dentro y fuera de la ¨®pera de Cilea misma.
Babelia
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