El refugio de los dioses
Al escritor Robert Graves le gustaba tanto el lugar donde iba a ba?arse en calzoncillos que pag¨® la carretera hasta all¨ª, y las caba?as de pescadores acabaron como restaurantes
Todas las ma?anas el poeta y escritor brit¨¢nico Robert Graves bajaba hasta la intrincada cala Dei¨¤ (Mallorca), entre pinos y arbustos arom¨¢ticos, sinti¨¦ndose un fauno en la antigua Grecia, para darse un ba?o en calzoncillos. All¨ª hab¨ªa apenas cuatro familias de pescadores. ¡°Yo era un ni?o, viv¨ªa aqu¨ª con mi abuelo, que era muy amigo suyo¡±, recuerda Juan Rull¨¢n mientras pela patatas en el restaurante Patr¨® March. Se llama as¨ª en memoria de su abuelo. Hace m¨¢s de un siglo que dan comidas, al menos desde 1916, seg¨²n un documento. Las caba?as se han acabado convirtiendo en restaurante, y enfrente naci¨® en los setenta otro chiringuito, el Can Lluc. Son dos terrazas de palos y piedras que le dan un aire de placita familiar. En Baleares, donde el turista busca las calas como perlas preciosas, no es frecuente que adem¨¢s tengan chiringuito al borde mismo del mar, es un lujo raro. Aqu¨ª hay dos.
A este anfiteatro de naturaleza majestuosa ahora bajan turistas, pero tampoco muchos, porque no caben. Hay un peque?o aparcamiento que se llena a primera hora y se acab¨®. Pero quien va en velero, yate o barquito no tiene ese problema. Al llegar a la calita la gente recibe tal impresi¨®n de belleza que lo primero que hace es sacar el m¨®vil y hacer una foto, aunque luego descubre que no hay cobertura y ya no sabe bien qu¨¦ hacer con la foto. Dei¨¤ cautiv¨® a Graves tanto que se instal¨® all¨ª en 1929 y est¨¢ enterrado en el pueblo.
En realidad, llegar aqu¨ª era una buena caminata y la carretera la pag¨® de su bolsillo en los sesenta el propio Graves. El autor de Yo, Claudio hizo de Prometeo, regalando el fuego a los hombres, idea que trajo muchas desgracias: a ¨¦l le condenaron a que un ¨¢guila le picoteara cada d¨ªa el h¨ªgado. En este caso Graves llev¨® el turismo a los pescadores, y ya da igual si fue buena idea, siendo lo del h¨ªgado una met¨¢fora del turismo, pero los dioses no han castigado del todo a la cala y mantiene un magnetismo primitivo.
El abuelo de Juan Rull¨¢n, que se llamaba como ¨¦l, ya viv¨ªa aqu¨ª con ocho a?os, con sus t¨ªos. ¡°Que venga y as¨ª podr¨¢ comer¡±, le dijeron a su familia. Sal¨ªa a pescar solo y con 12 a?os se hizo una caseta. M¨¢s tarde se cas¨® y fue construyendo la casa. ¡°Cocinaba para quien estaba en la playa¡±. All¨ª sigui¨® hasta los 82 a?os y el negocio hasta la quinta generaci¨®n. Su ¨²ltimo amigo vivi¨® tambi¨¦n en la cala hasta hace 20 a?os: ¡°Hasta los 81 sal¨ªa a pescar calamares¡±.
Enfrente, Can Lluc es ideal para pasar la ma?ana con una cerveza. Cala Dei¨¤ no es una playa, es de rocas, y las parejas van de la mano haciendo equilibrios, quedan paralizadas en posturas graciosas. Se hacen fotos con paloselfi, o mejor dicho, sesiones, pues requieren varios minutos. Mucha gente ha interiorizado la pose, no le da reparo fingir delante de otros, porque no los ven, su p¨²blico no est¨¢ ah¨ª.
La media de edad es joven, salvo algunas familias con ni?os y hay mayor¨ªa de extranjeros. A Mallorca no llegas con el coche y notas un cambio de nivel, ves turistas con pasta de nacionalidades que no sueles encontrar en los chiringuitos ib¨¦ricos: mujeres con velo, chinos, indios. Piden tortilla francesa y sangr¨ªa, habiendo salmonetes. El lugar transmite una sensaci¨®n tan ¨²nica que parece de ricos, pero resulta que el chiringuito es normal, una carta sencilla con pescado del d¨ªa, y van mallorquines de toda la vida. ¡°La cocina est¨¢ en una cueva, que es donde empez¨® esto¡±, comenta Francisca Morell, la ¨²ltima de su familia en llevar el negocio.
Se oyen conversaciones de gente con yate, que salta de una lengua a otra. Hay un grupo de amigos de vacaciones en un barco, aunque se nota que son amigos hace poco, porque se van dando informaci¨®n de sus vidas, en un esfuerzo de empat¨ªa. Al final hablan de empresas, de dinero, de Nueva York, de Miami... Llegan otras familias extranjeras con ni?os ideales y madres ca?¨®n, todas muy delgadas con un pareo vaporoso. Se sientan como un gato, con las rodillas encogidas y los pies en la silla. Los ni?os dejan la mitad en el plato.
Un grupo de argentinos pide tinto de verano pero se bloquean cuando les preguntan si de lim¨®n o de Casera. No saben qu¨¦ es Casera y se lo explican. ¡°Pues el que sea m¨¢s cl¨¢sico¡±, resuelven. Los camareros se deciden por la gaseosa. ¡°Ac¨¢ le dicen chiringuito al restaur¨¢n¡±, comentan. Una pareja se pone crema mutuamente en el pecho mientras se besuquea. Es un poco porno y toda la terraza mira de reojo. Ella tiene un tatuaje con el nombre de un hombre en la cintura. Intriga saber si ser¨¢ el de ¨¦l, y si lo lee cada vez que se abrazan, y aunque sea el suyo tambi¨¦n tiene que ser raro.
Al atardecer varias personas comienzan a preparar la peque?a rampa del puerto para una recepci¨®n de boda, con un arco de florecitas. Ya no hay lugar bonito que pueda escapar a un evento. Ha pasado mucho tiempo desde que Robert Graves escribi¨® en 1948, en La diosa blanca: ¡°He decidido vivir en las afueras de una aldea monta?osa de Mallorca, cat¨®lica pero antieclesi¨¢stica, donde la vida se rige todav¨ªa por el viejo ciclo agr¨ªcola. Sin mi contacto con la civilizaci¨®n urbana, todo lo que escribo tiene que resultar perverso e impertinente a aquellos de vosotros que est¨¢is todav¨ªa engranados a la maquinaria industrial¡±. Los engranajes se han desarrollado bastante desde entonces, de hecho, mejor no preguntar a la gente si sabe qui¨¦n es Robert Graves. Y si apareciera un tipo a ba?arse en calzoncillos ser¨ªa arrestado y le pondr¨ªan en YouTube. Juan Rull¨¢n sigue pelando patatas, eso s¨ª que no cambia: ¡°Aqu¨ª ha sido mi vida, como fue la de mi abuelo. A m¨ª me gustaba m¨¢s hace 40 a?os. Antes era trabajo y vida, ahora solo trabajo. Lo que estoy contento es de que se haya conservado como era¡±.