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?ltima llamada desde la cabina

Un recorrido de la mano de creadores por aquellos d¨ªas en que los tel¨¦fonos p¨²blicos cumpl¨ªan una misi¨®n esencial en la comunicaci¨®n. Al filo de la extinci¨®n, sirven de refugio de conversaciones clandestinas

Usuarios de cabinas telef¨®nicas esperan en la Puerta del Sol de Madrid en 1985
Usuarios de cabinas telef¨®nicas esperan en la Puerta del Sol de Madrid en 1985
Juan Tall¨®n

?Cabinas telef¨®nicas? Eran estructuras con un tel¨¦fono p¨²blico en su interior, generalmente aisladas, para protegerte de la lluvia y darte intimidad. Deb¨ªas tener monedas sueltas para hacerlas funcionar. Hoy son fantasmas en las aceras, como chicles pegados en el suelo. Un 88% de espa?oles nunca las han usado. Muchos ni siquiera se han cruzado con una. En las calles quedan 15.450. No sirven para mucho, habiendo m¨®viles. Quiz¨¢ presten servicio en caso de cat¨¢strofe natural, si la red celular falla. Blade Runner (1982), pel¨ªcula cumbre de la ciencia ficci¨®n, que transcurre en un dist¨®pico 2019, predijo las videollamadas, pero no la desaparici¨®n de las cabinas. Es curioso que vayan a borrarse antes de la realidad que de los cl¨¢sicos del cine futurista.

M¨¢s informaci¨®n
Cabinas: un reducto para v¨¢ndalos, rateros y ad¨²lteros
Un d¨ªa frente a una cabina telef¨®nica

Los m¨®viles las abocaron a una r¨¢pida decadencia. Las m¨¢s privilegiadas se reinventaron para sobrevivir como objeto retro. En Jap¨®n algunas son acuarios, en Nueva York y Londres galer¨ªas de arte, bibliotecas o minipubs, en Helsinki ba?os, en Vancouver refugios para personas sin hogar... En un episodio de Futurama derivaban en m¨¢quinas de suicidio, con un coste muy competitivo (0,25 d¨®lares), en las que pod¨ªas elegir muerte r¨¢pida y sin dolor, muerte lenta y horrible o muerte torpe.

En Espa?a las cabinas ya solo registran una media de 6.180 llamadas al d¨ªa. Atr¨¢s queda una historia que empez¨® en 1928 con el primer tel¨¦fono p¨²blico, que se instal¨® en la sala de fiestas Viena Park, en el parque de El Retiro. En 1966 llegaron a la v¨ªa p¨²blica. Hace 20 a?os que empezaron a retirase de las calles. Su ocaso pronto ser¨¢ total. Pese a todo, pervivir¨¢n en la memoria de varias generaciones, y en las viejas pel¨ªculas, y desperdigadas en novelas, cuentos, poemas, o incluso conciertos, como en la gira de Quique Gonz¨¢lez en 2016, cuando sobre el escenario una cabina sonaba al comienzo del espect¨¢culo, como canto a otros tiempos.

El inventario literario ser¨ªa imposible. En las novelas de esp¨ªas de John Le Carr¨¦ su presencia es apabullante. Hay cabinas en la obra de J.D. Salinger, Joan Didion, Georges Simenon, Paul Auster, Bel¨¦n G¨®pegui, Roberto Bola?o, Patricia Highsmith, Julian Barnes, Philip Roth o Javier Mar¨ªas, en los relatos de Alice Munro, Lorrie Moore, Quim Monz¨® o Grace Paley. En Ultramar, de Raymond Carver, un poema de 55 versos gira alrededor de una cabina en la que una mujer rompe a llorar al descubrir que alguien cercano ha muerto. Quiz¨¢ ninguna cabina tan plet¨®rica como la que aparece en Jota Erre, de William Gaddis, donde su protagonista, un ni?o de 11 a?os, construye un colosal imperio econ¨®mico desde la cabina de su colegio.

?Pero c¨®mo las recuerdan los autores? En mitad de la acera, la cabina se erig¨ªa en un espacio p¨²blico, que te expon¨ªa, y a la vez ocultaba. ¡°All¨ª dentro ten¨ªas la sensaci¨®n de ser due?o de un espacio propio. Nadie era testigo de tus conversaciones, aunque te viesen gesticular. Hoy la cabina ser¨ªa ¨²til para encerrarte y no tener que escuchar las conversaciones de todo el mundo por el m¨®vil¡±, ironiza Roberto Enr¨ªquez, Bob Pop, (1971). El cr¨ªtico de televisi¨®n y escritor mantuvo una larga relaci¨®n con una cabina de la calle Doctor Esquerdo de Madrid. Ciertas conversaciones solo se manten¨ªan desde la calle. ¡°Los padres dec¨ªan que el tel¨¦fono de casa era para dar un recado, no para charlar¡±. El m¨®vil lo arras¨® todo, aunque Enr¨ªquez recuerda su ¨²ltima llamada desde un tel¨¦fono p¨²blico. ¡°Fue en 2003, para hablar con quien hoy es mi marido. Me hab¨ªa dado su n¨²mero por Messenger. No me funcionaba el m¨®vil y me baj¨¦ a una cabina de la calle Princesa. Me hab¨ªa dado mal el n¨²mero, as¨ª que no conseguimos hablar¡±. Despu¨¦s de todo, la cabina no solo era para hablar, sino tambi¨¦n para estar.?

Sara Mesa tuvo pesadillas hasta que lleg¨® el m¨®vil

Su uso implicaba a menudo una comunicaci¨®n urgente, ef¨ªmera, secreta, ubicua, y cuando se acababan las monedas, y no estaba a¨²n todo dicho, ag¨®nica. A veces serv¨ªan para constatar la normalidad total. El actor Carlos Blanco (1959) recuerda un viaje por Italia en Interrail, justo de dinero, durante el que llamaba a diario a casa para decir solo ¡°estoy bien, tranquilos¡±, y a continuaci¨®n se cortaba. En cambio, en una de las pocas veces que recurri¨® a una, la novelista Milena Busquets (1972) lo hizo para anunciar una important¨ªsima decisi¨®n. ¡°Era 1989 y llevaba un a?o en Londres haciendo cursos. Mi madre me hab¨ªa dicho que dejar¨ªa de mandarme dinero, apremi¨¢ndome a estudiar o trabajar¡±, cuenta. Como acababa de ver Indiana Jones y la ¨²ltima cruzada, brot¨® en ella la idea final. ¡°La llam¨¦ desde Tottenham Court Road y le dije: Voy a ser arque¨®loga¡±.

La escritora Sara Mesa (1976) solo las usaba para conversaciones muy personales. ¡°En casa el ¨²nico tel¨¦fono estaba en el sal¨®n y hab¨ªa mucho control sobre las llamadas. De adolescente me enamor¨¦ locamente de un chico con el que me prohibieron salir, y en verano aprovechaba la hora de la siesta para bajar a una cabina¡±. En 1998, en una ma?ana de domingo, Mesa hizo su ¨²ltima llamada. ¡°La calle estaba vac¨ªa y yo notoriamente embarazada. No recuerdo a qui¨¦n llamaba, pero un tipo entr¨® en la cabina, me abraz¨® por detr¨¢s, empez¨® a manosearme. Me lo quit¨¦ de encima con un grito, y se fue diciendo que se hab¨ªa confundido de persona¡±.

En un breve ensayo titulado Phone Booth, la estadounidense Ariana Kelly se?ala que la particular estructura de las cabinas posibilit¨® una amplia gama de delitos. ¡°Las personas han sido violadas, asesinadas y asaltadas en cabinas telef¨®nicas. Los traficantes de drogas las han utilizado como puntos de entrega. Los terroristas como reductos. El p¨²blico en general las ha utilizado como lugares para orinar, defecar o follar. Y un n¨²mero inquietante de personas se han suicidado en ellas¡±. Otras veces eran apenas testigos circunstanciales del crimen. Attilio Bolzoni, periodista que cubri¨® durante tres d¨¦cadas los asesinatos de la mafia en Italia, relataba hace a?os en la revista Jot Down: ¡°Cuando dictabas la cr¨®nica desde el tel¨¦fono, en momentos importantes, tirabas luego del cord¨®n de la cabina para romperlo y que el que ven¨ªa detr¨¢s no pudiera dictar la suya¡±.

La vida del m¨²sico y poeta Ant¨®n Reixa (1957) consisti¨® durante a?os en buscar una cabina entre las nueve y las diez de la noche para llamar a la familia. ¡°Era la condena del viajero permanente¡±, dice. Quiz¨¢ por la permeabilidad de la vida, las cabinas acabaron en sus canciones y poemas. En Mari, ponte quieta, peculiar versi¨®n de Proud Mary, de los Creedence, Os Resentidos cantaban: ¡°Cuando lo hacemos en la cabina sabes que estoy comunicando¡±. En un video-poema titulado Ringo Rango hay una secuencia en la que Reixa llega a una cabina en mitad de la nada y llama al 093. ¡°Yo nunca llevaba reloj y era un asiduo usuario del servicio de informaci¨®n horaria¡±.

Hitchcock fantaseaba con rodar una pel¨ªcula en una cabina

En la juventud de la directora del Instituto Cervantes de Burdeos, Luisa Castro (1966), ¡°los amores y la literatura, que era todo lo que importaba, se conduc¨ªan a trav¨¦s de los tel¨¦fonos p¨²blicos¡±. Sus primeras colaboraciones en prensa, el primer libro que public¨®, y en general todo lo que ocurri¨® en su vida hasta los 20 a?os, tras instalarse en Madrid, ¡°se gest¨® a trav¨¦s de conversaciones desde cabinas¡±. Para ellas hay tambi¨¦n sitio en su obra. En 1993 escribi¨® un poema en el que alguien agonizaba en una cabina porque al otro lado no respond¨ªan, y su cuento Podr¨ªa hacerte da?o recrea la historia de un hombre que llama siempre desde cabinas para cortar con sus amantes. En 2009 marc¨® su ¨²ltimo n¨²mero desde un tel¨¦fono p¨²blico, en el aeropuerto de Filadelfia, para hablar con sus hijos, que la esperaban en Boston.

El escritor Agust¨ªn Fern¨¢ndez Mallo (1967), atento siempre a los engranajes ocultos de la realidad, cree que ¡°la idea de que un objeto tecnol¨®gico, susceptible de ser usado por cualquiera, y que sirve para comunicarse, estuviera en un espacio p¨²blico, es algo que se ha perdido. Hoy, casi lo ¨²nico que est¨¢ en la calle, es de todos, y nos conecta a unos con otros, es el alcantarillado p¨²blico¡±. Ni en sus novelas ni poemas aparecen cabinas, pero ¡°quiz¨¢ por aquello de que en los cuentos de la cultura ¨¢rabe no se citan camellos; pertenec¨ªan al paisaje natural urbano¡±.

Pero la historia de las cabinas tampoco puede escribirse completa sin el cine, donde son ¡°un motivo visual muy presente, aunque dif¨ªcil de retener. No a?aden nada al argumento, si bien cumplen una funci¨®n narrativa¡±, sostiene Luis Par¨¦s (1982), documentalista y programador en distintos festivales de cine, y antes en la Filmoteca Nacional. ¡°Recuerdo im¨¢genes difusas de personajes resguard¨¢ndose y escondi¨¦ndose en cabinas, y creo que esa es su verdadera funci¨®n: la de escondite urbano, la de un lugar donde pasar desapercibido, pese a ser transparentes, como la mesa de La carta robada de Poe: el lugar m¨¢s seguro es el m¨¢s visible¡±. En su apariencia servicial y as¨¦ptica, el cine la ha convertido en un espacio inabarcable, a veces en una caja de sorpresas. En ?Tel¨¦fono rojo? Volamos hacia Mosc¨² (1963), de Stanley Kubrick, un capit¨¢n del ej¨¦rcito trata de contactar con el presidente de Estados Unidos desde el interior de una, pero le faltan 20 centavos. Solo es un bello ejemplo. Amor a quemarropa, El apartamento, Uno de los nuestros, Charada, El Padrino, El club de la lucha, ?ltima llamada, Los p¨¢jaros, Superman, Los Soprano, The Wire, El Crack, Qu¨¦ noche la de aquel d¨ªa, Matrix, Mujeres al borde de un ataque de nervios y otros cientos de t¨ªtulos convirtieron las cabinas en territorios m¨ªticos.

Alfred Hitchcock confesaba a Fran?ois Truffaut en 1962 que ¡°de buena gana rodar¨ªa una pel¨ªcula entera en una cabina¡±. No lo hizo. En 1972, sin embargo, Antonio Mercero film¨® La cabina, 40 minutos de pel¨ªcula en la que su protagonista (Jos¨¦ Luis L¨®pez V¨¢zquez) queda atrapado sin poder salir de una, y poco a poco el contratiempo se convierte en horror. Una angustia gemela vivi¨® Sara Mesa, que apenas sin variaciones durante a?os so?¨® que la persegu¨ªan, la quer¨ªan matar, y entonces ¡°entraba en una cabina, intentaba llamar para pedir ayuda, y me resultaba imposible, o porque me equivocaba de n¨²mero, o porque la cabina se tragaba las monedas, o porque la llamada se cortaba. Esto dej¨® de ocurrir cuando apareci¨® el tel¨¦fono m¨®vil y dej¨¦ de usar las cabinas¡±.

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