Un d¨ªa frente a una cabina telef¨®nica
El tel¨¦fono p¨²blico de la calle Hacienda de Pavones, en Madrid, se encuentra entre los que m¨¢s recauda de la capital y no funciona
La escena se repite varias veces a lo largo del d¨ªa: la gente pasa al lado de la cabina telef¨®nica mirando la pantalla del tel¨¦fono m¨®vil o escuchando m¨²sica en el m¨®vil o hablando con auriculares inal¨¢mbricos conectados al tel¨¦fono m¨®vil. El tel¨¦fono p¨²blico situado en la calle Hacienda de Pavones es el que m¨¢s recauda de Madrid junto a la estaci¨®n telef¨®nica de Marqu¨¦s de Vadillo y no funciona. O funciona a intervalos: el lunes por la tarde cuenta con una l¨ªnea perfectamente operativa, el martes se mantiene fuera de servicio todo el d¨ªa.
Al menos, los dos terminales de Hacienda de Pavones se encuentran en un estado ¨²til. En la parte exterior de la cabina aparecen mensajes pol¨ªticos -varias pintadas, un cartel roto de una asociaci¨®n feminista y el mensaje ¡®No votes, organ¨ªzate¡¯- pero ninguno de los tel¨¦fonos tiene da?os ni en el teclado ni en ninguna parte. El lunes descuelgas y Telef¨®nica te da la bienvenida y te da opciones: llamada telef¨®nica, recarga de m¨®viles, enviar emails, faxes. El martes, la pantalla es otra: ¡®Servicio non disponible¡¯. Mismo mensaje, adem¨¢s, que aparece en varias cabinas telef¨®nicas del centro de Madrid. Ninguna de las siete cabinas de la Puerta del Sol funciona, ni tampoco la que est¨¢ situada en la salida del metro de ?pera ni en la plaza de la Luna ni en la plaza de San Idelfonso. Las que no cuentan con una l¨ªnea operativa muestran todas el mismo mensaje: Servicio non disponible; las que funcionan, tienen la ranura de las monedas bloqueada.
En Pavones, sudeste de Madrid, hay bastante tr¨¢nsito. Hay una estaci¨®n de metro, hay varias paradas de autob¨²s y hay un supermercado alem¨¢n. La primera persona que intenta utilizar la cabina para a las 10.35, 22 grados marca el term¨®metro de la parada de autob¨²s, y es una mujer que no se quiere identificar. Mete un par de monedas, la m¨¢quina se las devuelve. ¡°Utilizo esto porque m?ha pillao¡¯ de urgencia¡±, explica, y se gira y se va. Es el mismo comportamiento que el de las otras cuatro personas que utilizan el terminal a lo largo del d¨ªa. No se identifican y cuando se les pregunta mantienen una actitud huidiza, contestan respuestas vagas, les preocupa que se les pueda reconocer en las fotograf¨ªas.
Alrededor de las 13.15 se para la segunda persona, un hombre que pasea un perro blanco y, rapid¨ªsimo, prueba las dos cabinas y se aleja nervioso. No quiere participar y responde apresurado: "Nada, nada, yo ven¨ªa por curiosidad", se gira y se va tambi¨¦n. Sobre las 18.30, con el aumento de tr¨¢fico de coches y de personas, un hombre con camisa, pantal¨®n claro, se acerca decidido a la cabina. No funciona, pero insiste varias veces. Ante las preguntas, la misma actitud defensiva. "No sab¨ªa que no funcionaba, no soy de esta zona¡±, responde mientras se aleja, "lo utilizo pues porque me he quedado sin bater¨ªa". Se excusa.
Antes del final de la guardia, una persona se acerca a comprobar si el dep¨®sito de cambio le devuelve alguna moneda y luego abre tambi¨¦n unos contenedores cercanos. El ¨²ltimo que utiliza la cabina es un hombre talludo, camiseta marr¨®n desra¨ªda y cerveza en la mano. Camina haciendo eses, prueba el tel¨¦fono que suele funcionar y, ante la falta de respuesta, lo aporrea varias veces. Cuando se marcha, deja la lata de cerveza sobre la cabina. El momento de mayor tensi¨®n es cuando a uno de los autobuses que para al lado de la cabina se le estropea la rampa de acceso. Tienen que cambiar a los pasajeros a otro autob¨²s que llega 20 minutos m¨¢s tarde. La cabina les molesta para subir al siguiente autob¨²s.
Babelia
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