Cabinas: un reducto para v¨¢ndalos, rateros y ad¨²lteros
Solo se hacen 6.000 llamadas al d¨ªa desde los 15.500 tel¨¦fonos p¨²blicos que sobreviven en Espa?a. Y quien las usa generalmente tiene algo que ocultar
Las cabinas telef¨®nicas son una especie en extinci¨®n. Pero a diferencia de las especies animales no hay ning¨²n Greenpeace que luche por librarlas de esa muerte segura. Al contrario, el Gobierno tuvo que decretar apresuradamente su indulto para que no desaparecieran el pasado 1 de enero. Nadie las quiere. Ni Telef¨®nica, la empresa que supuestamente las explota (porque no dan dinero, al rev¨¦s, solo p¨¦rdidas); ni los usuarios (tambi¨¦n supuestos, porque no las usan).
En concreto, se hacen solo una media de 6.180 llamadas al d¨ªa desde las 15.450 cabinas que a¨²n sobreviven en toda Espa?a, seg¨²n los ¨²ltimos datos oficiales recabados por este diario, lo que equivale a decir que casi dos de cada tres nadie descuelga el auricular. Una cifra rid¨ªcula si se tiene en cuenta que se mandan 125 millones de whatsapp al d¨ªa y se realizan en torno a 100 millones de llamadas de m¨®vil.
No se respeta ni como reliquia
La cabina tampoco es una reliquia porque no se respeta como s¨ªmbolo del pasado. No en vano, sus principales usuarios son los v¨¢ndalos, seguidos de los rateros. Los usuarios en puridad, es decir, los que las utilizan para su funci¨®n original de llamar por tel¨¦fono, se han convertido generalmente en un reducto de ciudadanos que tienen algo que ocultar.
¡°Es un canal apreciado para hacer llegar una amenaza, reclamar una deuda de modo poco ortodoxo o para una cita entre amantes o ad¨²lteros que deben ocultar su relaci¨®n. La ventaja de la cabina sobre el m¨®vil es que las llamadas no dejan rastro¡±, se?ala un t¨¦cnico del sector con vocaci¨®n detectivesca.
La obligaci¨®n de identificar las l¨ªneas de prepago que decret¨® el Gobierno en 2009 les dio un respiro a las cabinas, el ¨²nico reducto para comunicarse manteniendo el anonimato y a salvo del localizador de Google. Pero no ha sido suficiente. En general, los ciudadanos llevan una vida gris y previsible que encaja m¨¢s con el uso de la pornograf¨ªa soft de Instagram y de Facebook que con la sofisticaci¨®n chandleriniana de la cabina. Ning¨²n amante prohibido, ning¨²n criminal pr¨®fugo se rebajar¨ªa a subir las fotos de su delito a las redes sociales, pero nos lo imaginamos sin esfuerzo confesando con una llamada final desde una cabina.
La mejor prueba de ese desinter¨¦s popular es que el 88% de los espa?oles jam¨¢s ha utilizado una cabina telef¨®nica, seg¨²n los datos de la Comisi¨®n Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), que lanzado un anatema contra esos aparatos por considerarlos inservibles. Las cabinas desaparecen de todo el planeta.
En Reino Unido, donde las cabinas llegaron a ser un s¨ªmbolo de la Corona como la Torre de Londres o los bobbies las han querido convertir en kioscos o en bibliotecas improvisadas. En Estados Unidos, pese a que Hollywood y el cine negro les debe tanto, quedan menos de 100.000. Las cabinas se mueren. Aunque hay quien advierte que si la Tierra sufre una invasi¨®n extraterrestre, el ¨²nico modo seguro de comunicarse ser¨ªa desde esta vieja caja telef¨®nica. Tengan una cerca, por si acaso.?
Babelia
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