Es hora de volver
Comida, agua y un poco del cari?o que se fue de vacaciones con los due?os: un d¨ªa de atenciones felinas a domicilio
Kyoto es negro, serio, responsable. Mordisquitos, pese a su nombre simpatic¨®n, nos mira con reservas cuando entramos en su hogar. Owen, en cambio, se despanzurra, despliega su encanto, nos observa, todo ¨¦l blanco y dorado, con la curiosidad de un ni?o.
Cuando el calor de agosto asola las grandes ciudades, cuando los ciudadanos han huido despavoridos hacia terrenos m¨¢s frescos y diversiones que les distraigan de sus rutinas, hay un basti¨®n que permanece, inmutable: no son los trabajadores del verano en la ciudad ¡ªellos merecer¨ªan otra serie de art¨ªculos, quiz¨¢s una estatua en la Cibeles¡ª , sino esas criaturas fieles, que no aspiran a conocer mundo porque su mundo es su rinc¨®n y su mantita. Mientras todos quieren irse, los animales desean permanecer porque su vida se basa, sobre todo, en el territorio conocido.
Pero esta ciudad no es selva y los gatos no vagan por tejados y callejones cazando alima?as, as¨ª que alguien tiene que proveer a estas criaturas de sustento y cari?o en los d¨ªas de vacaci¨®n de sus due?os. Es por ello que La Gatoteca, primer caf¨¦ gatuno de Espa?a (una versi¨®n espa?ola de esos caf¨¦s de gatos tan c¨¦lebres en Jap¨®n), decidi¨® hace unos a?os ampliar sus labores y ocuparse tambi¨¦n del cuidado de gatos casa por casa. Este servicio, que alcanza su pico m¨¢ximo en verano, cuesta 12 euros por cada una de las visitas (comida+agua+juego/compa?¨ªa) o se eleva a 24, si el due?o desea que se pase un rato m¨¢s con su mascota.?
Julen, cuidador de mascotas a domicilio que trabajaba por cuenta propia, ajeno a La Gatoteca, me asegura que la due?a de una siamesa lleg¨® a pagarle 35 euros por visita. ¡°Pero quer¨ªa que le hiciese a su gata unos ejercicios de estimulaci¨®n que sal¨ªan en unos tutoriales veterinarios. Me dijo ¡®Nikita tiene mucho mundo interior y hay que estimul¨¢rselo¡±. Por lo que me cuenta Eva, directora de La Gatoteca y visitadora a la que acompa?o esta ma?ana a cuidar a Kyoto, Mordisquitos y Owen, sus servicios son m¨¢s sencillos. Aun as¨ª, en cada casa gatuna los requerimientos son distintos y quedan especificados en el contrato que firma el due?o del animal con La Gatoteca.
Normalmente, aparte de comida, bebida y atenci¨®n, los due?os piden un v¨ªdeo de sus animalillos queridos discurriendo por la casa y jugando. Mientras les ponemos agua, les servimos comida seca y carne especial para gatos, Mordisquitos y Owen nos rondan. Kyoto se mantiene un poco apartado, observando. ¡°Kyoto y su hermano Tokyo fueron adoptados en un hogar en el que hab¨ªa un caso de s¨ªndrome de No¨¦ (un desorden psiqui¨¢trico que consiste en acumular gran n¨²mero de animales de compa?¨ªa en casa sin poder proporcionarles los m¨ªnimos cuidados): hab¨ªa 28 gatos y siete perros en 60 metros cuadrados¡±, cuenta Eva.
Owen, ese trapito dulce y cari?oso, proviene de una asociaci¨®n peque?a. Le paseo ante los ojos su juguete preferido y lo sigue enloquecido. Jugamos un rato, en el que los otros dos empiezan a tomar confianza y a acercarse. ¡°Hay gatos que no se dejan tocar, que se esconden cuando llegas. Visita a visita tienes que ir gan¨¢ndote su confianza¡±, dice Eva. Despu¨¦s, toca el trabajo sucio: limpiar las cacas. Conteniendo el asco ¡ªno voy a negarlo; los gatos me parecen maj¨ªsimos, pero llevo muy mal el tema del arenero¡ª, paso la palita de cernir la arena y ah¨ª van quedando apelotonados los pises y cacas del ¨²ltimo d¨ªa. Nos despedimos, dejando todo tal y como lo encontramos (el juguete sobre la nevera, los areneros cubiertos con sus tapas, la bolsa con las cacas quitadas firmemente agarrada en la mano para no olvidarnos de tirarla). Hemos concluido uno de los 500 servicios de visita que cubre al a?o La Gatoteca, formada por 25 trabajadores.
Bolas de pelo
De vuelta a casa, pienso en el bello absurdo de nuestras vidas: nos lanzamos a amar a criaturas salvajes y mudas, las salvamos de vidas casi siempre peores, las metemos en nuestros hogares, en nuestra colmena urbanita, colm¨¢ndolas de mimos. Pero entonces sentimos tambi¨¦n, como si de un extra?o celo animal vacacional se tratara, la llamada de lo desconocido y salimos despavoridos a canjear nuestros d¨ªas de vacaciones a otro lugar. Y ellos, bolas de pelo de firmes convicciones, que no saben lo que es un polo de lim¨®n ni falta que les hace, permanecen.
Son las tres de la tarde de un d¨ªa de inicios de agosto. Hace el bochorno que precede a una tormenta, pero esta no termina de romper. Dos adolescentes pasean por la acera de la calle en la que pega el sol. Solo alguien con la barrita de energ¨ªa vital a¨²n sin cascar puede permitirse caminar por la acera del infierno sin inmutarse. Dir¨ªa que la ciudad ha claudicado, que ha entregado sus armas al calor. Yo tambi¨¦n entrego las m¨ªas: ni siquiera llego al Retiro; me tumbo en un trozo de c¨¦sped en sus inmediaciones.
En el duermevela delirante del calor, fantaseo con hordas de gatos y perros abandonando las ciudades. Mascotas recorriendo los campos agostados de Espa?a, las cunetas, viajando como polizones en los vientres de los Alsa, rumbo a la costa. Todos serios y firmes en su decisi¨®n, gui¨¢ndose por el instinto. Y de pronto aparecen: son Yuki, los inseparables Cheto y Pino, la amada Dobby; incluso Cuco, periquito tropical, con su cola multicolor, sobrevuela una piscina. T¨² estar¨¢s tomando un daiquiri, quiz¨¢s reposando en la plataforma marina de la playa, cenando unas rabas y tom¨¢ndote la d¨¦cima ca?a mientras la orquesta toca Cuando llega el calor los chicos se enamoran. Es posible que ya est¨¦s incluso haciendo el check out del hotel, entregando las llaves tras esos d¨ªas de ser un poco otro, con la pulserita de alg¨²n festival, ya un poco ajada, irrit¨¢ndote la mu?eca. Y ella, tu mascota, con esa mirada juiciosa y moralista de muchos gatos y algunos perros, llegar¨¢ hasta tus pies y posar¨¢ suavemente su blanda pezu?a sobre tu pie enchanclado. Mirar¨¢s hacia abajo, la ver¨¢s y sabr¨¢s que es hora de volver.
?l seguir¨ªa sin hacerlo
¡°?l nunca lo har¨ªa¡±, esa frase que se nos qued¨® grabada a fuego en los ochenta por obra y magia de la publicidad, y que viv¨ªa su punto clave en verano, sigue actual. La Fundaci¨®n Affinity, creadora de aquella campa?a, contin¨²a luchando por el bienestar animal. Seg¨²n sus datos, en 2018 se recogieron en Espa?a 138.000 perros y gatos, de los cuales 59.000 fueron adoptados. Y 21.500 de los animales abandonados el a?o pasado siguen en las protectoras. El principal modo de difundir la existencia de estas mascotas son las redes sociales, seguido del boca a boca y las webs, indica Affinity.
La plataforma digital Miwuki, nacida en 2017, centra su labor en informar a los interesados en acoger animales. Miwuki ya ha hecho posibles 15.700 adopciones y da visibilidad a m¨¢s de 10.000 perros y gatos a la espera de ser adoptados.