Un n¨¢ufrago en Formentera
Aventuras en la isla bajo el influjo de la novela de Daniel Defoe, de la que se cumplen 300 a?os
La gente que observa lo que estoy leyendo en la playa en Formentera sonr¨ªe, y hasta lanza risitas, y alguno incluso marca con cachondeo una huella en la arena ante mis ojos, como si leer Robinson Crusoe al borde del mar en una isla fuera motivo de chanza. Y eso que, aunque no visto precisamente convencional (una indumentaria digna de lo peor de Supervivientes con toques de Piratas del Caribe, incluidas unas viejas bermudas descoloridas y deshilachadas), no llevo el ic¨®nico atuendo de piel de cabra del protagonista, ni sus proverbiales gorro, polainas, parasol, cesto, escopeta y loro. Ave que, d¨¦jenme recordar, el n¨¢ufrago captura d¨¢ndole un golpe con un palo y la llama Poll ¡ªventajas de tener fresca la lectura del cl¨¢sico¡ª. Por cierto, ¡°Poll¡±, pronunciada por el susodicho loro, al que ense?a a hablar, es la primera palabra que escucha Robinson en la isla salida de una boca (en puridad pico) que no sea la suya despu¨¦s de sus primeros tres a?os recluido en el lugar.
Un lugar que, a diferencia del loro, y de Formentera, no tiene nombre famoso (?alguien recuerda el nombre de la isla de Robinson?), pues el n¨¢ufrago no lo bautiza oficialmente, m¨¢s all¨¢ de denominarlo en alg¨²n momento ¡°Isla de la Desesperaci¨®n¡±, lo que no es tanto un nombre como un estado de ¨¢nimo; y mira que se pasa rato all¨ª: 28 a?os, dos meses y 19 d¨ªas (del 30 de septiembre de 1659, cuando naufraga, al 19 de diciembre de 1686, d¨ªa en que se marcha en un velero). Eso seg¨²n su c¨®mputo, en el que reconoce que se puede haber saltado alg¨²n d¨ªa. Uno piensa que de vivir esa aventura, y como nadie se iba a enterar, igual se saltaba los lunes e incluso los domingos por la tarde, o dejaba en el calendario solo las vacaciones.
He desembarcado este verano en Formentera, para releerla y comparar peripecias, con un ejemplar de la novela de 1719 de Daniel Defoe Vida y extraordinarias y portentosas aventuras de Robinson Crusoe, de York, navegante, que es el nombre completo (aunque no del todo: el t¨ªtulo original ocupa tres l¨ªneas de texto), en la traducci¨®n del ingl¨¦s de Carlos Pujol para Siruela (2014) ¡ªotra buena opci¨®n era la de Edhasa, a cargo de Enrique de H¨¦riz, de 2011, que tradujo la novela original y sus dos continuaciones; en cambio, la traducci¨®n de Cort¨¢zar se salta partes de la obra¡ª. Es una edici¨®n en tapa dura, aunque manejable, a la que tengo especial cari?o porque me la regalaron en una cena robinsoniana en la que se brind¨® y mucho por el n¨¢ufrago, y el maestro Jordi Llovet recit¨® pasajes mientras todos nos arrebuj¨¢bamos en un sue?o de aventuras, cocoteros, literatura y ron, especialmente ron. La cubierta luce un dibujo ic¨®nico del protagonista realizado por el famoso ilustrador del XIX J. J. Grandville y est¨¢ impresa en papel ¡°100 % procedente de bosques bien gestionados¡±, lo que habr¨ªa gustado a Robinson, que tan bien aprovechaba los recursos. En sinton¨ªa con el ingenioso y habilidoso Crusoe, que pas¨® 28 a?os en su isla, yo cumplo este mes justo los mismos a?os veraneando en Formentera.
Robinson Crusoe, historia de un hombre solo en una isla y quintaesencia del relato de supervivencia, es ¡ªse dice¡ª el segundo libro m¨¢s traducido en el mundo, despu¨¦s de la Biblia, tambi¨¦n uno de los m¨¢s versionados y adaptados. Todo el mundo cree que lo conoce ¡ªdesde luego el argumento b¨¢sico s¨ª (el naufragio, las cabras, la huella en la playa, los can¨ªbales, Viernes), aunque, como suele pasar con los cl¨¢sicos, habr¨ªa que ver cu¨¢nta gente lo ha le¨ªdo de verdad en su versi¨®n ¨ªntegra. Es una novela con forma de relato autobiogr¨¢fico, el del propio Robinson, paradigma universal de n¨¢ufrago en una isla desierta, y una estructura que puede parecer un tanto simplona y chapucera, en la que se intercala innecesariamente el diario del protagonista (hasta que se le acaba la tinta, dice) y que presenta repeticiones, as¨ª como algunas chocantes contradicciones (Robinson nada sin ropa hasta el barco varado, pero luego ?se llena los bolsillos de galletas!, p¨¢ginas 72-73). Y exageraciones: los licores extra¨ªdos del nav¨ªo le duran 28 a?os. No obstante tiene escenas verdaderamente sensacionales, inolvidables (Robert Louis Stevenson consideraba la del hallazgo de la huella humana en la playa, p. 208, una de las mejores de toda la literatura) y se convirti¨® en un fen¨®meno editorial desde su publicaci¨®n, con cuatro ediciones el primer a?o. En cambio, sus dos continuaciones, con much¨ªsima menos gracia, han ca¨ªdo en el olvido.
Se la tiene por un hito de la literatura, la obra inaugural de la ficci¨®n realista y una de las primeras si no la primera novela en lengua inglesa. Se la ha visto como alegor¨ªa del desarrollo de la civilizaci¨®n, canto al individualismo econ¨®mico o expresi¨®n del deseo colonial europeo. Un libro reciente, Robinson y la isla infinita. Lecturas de un mito, de Rosa Falc¨®n (Fondo de Cultura Econ¨®mica), con pr¨®logo de Carlos Garc¨ªa Gual, marca un hito en el estudio de la novela, repasando los mitemas que contiene (el viaje, el mar, el naufragio, el exilio, la soledad) y sus influencias y derivaciones en la narrativa y la poes¨ªa contempor¨¢neas, as¨ª como en el cine, la televisi¨®n e Internet. Cada generaci¨®n ha proyectado sus ideas sobre ella. Y todo el mundo se ha imaginado alguna vez Robinson, ha tratado de hacerse una caba?a y una balsa, y ha pensado c¨®mo se hubiera desenvuelto en su piel. Su influencia ha sido enorme, de Rousseau (que consider¨® la novela ¡°el m¨¢s feliz tratado de educaci¨®n natural¡±) a Coetzee y Le Cl¨¦zio; desde El Robinson suizo, de Johann Wyss, hasta N¨¢ufrago, el filme de Tom Hanks, pasando por Escuela de Robinsones, La isla misteriosa y Los hijos del capit¨¢n Grant, de Julio Verne, o La isla del tesoro, de Stevenson, sin olvidar El se?or de las moscas, de William Golding, o el Relato de un n¨¢ufrago, de Garc¨ªa M¨¢rquez (que, se?ala Falc¨®n, admiraba a Defoe como periodista); e incluyendo series, como Perdidos en el espacio o pel¨ªculas como El marciano, de Ridley Scott (basada en la novela de Andy Weir), sobre un hombre varado en Marte, Matt Damon, que demuestra el mismo ingenio, tes¨®n y capacidad de supervivencia que el n¨¢ufrago original. De hecho, la famosa obra de Defoe ha dado lugar a un f¨¦rtil g¨¦nero propio, las robinsonadas. Falc¨®n, que ha seguido pormenorizadamente las huellas de Robinson, y valga la imagen, destaca c¨®mo el n¨¢ufrago pulsa una cuerda especialmente sensible en la conciencia de nuestra ¨¦poca tan preocupada por la soledad.
Unas palabras sobre el autor, Defoe (Londres, circa 1660-1731), nacido Foe (a?adi¨® el ¡°de¡± para sonar aristocr¨¢tico) fue un hombre polifac¨¦tico, y me quedo corto: comerciante, escritor, periodista, panfletista y hasta agente secreto del Gobierno. Escribi¨® 560 obras, muchas con seud¨®nimos, de los g¨¦neros m¨¢s variados, incluidas Moll Flanders y Diario del a?o de la plaga.
Los l¨ªos de Defoe
Se meti¨® en l¨ªos en pol¨ªtica, en religi¨®n y tambi¨¦n en los negocios, en los que parece no haber sido muy honrado (su pragmatismo ti?e la personalidad de Robinson). Fue encarcelado por deudas y hasta puesto tres d¨ªas en la picota por publicar libelos sediciosos. De Robinson Crusoe, su obra 412, que public¨® an¨®nimamente el 25 de abril de 1719 casi con 60 a?os, se ha dicho que est¨¢ basada en muchos elementos reales (v¨¦ase Buscando a Robinson Crusoe, de Tim Severin, Pan Books, 2002, en el que el autor y c¨¦lebre viajero sugiere que la inspiraci¨®n fue el cirujano londinense Henry Pitman y sus peripecias).
Mi estancia en Formentera, isla a la que dif¨ªcilmente denominar¨ªamos ¡°de la desesperaci¨®n¡±, a no ser ante una factura de un chiringuito de Illetes ¡ªme gustar¨ªa ver ah¨ª al homus economicus de Defoe¡ª o una plaga de medusas, y que nada tiene en principio de la soledad de la de Crusoe, y menos en agosto, es sustancialmente m¨¢s corta que la de Mr. Robinson: tres semanas. Sin embargo, se ti?e de la lectura de la novela y he de decir que se van produciendo, sin duda por contagio literario, episodios similares. El otro d¨ªa, con el libro en la mano, me di de bruces inesperadamente en el solitario mirador sobre el mar junto al Pelayo, mi lugar favorito de la isla, donde te sientes Robinson oteando velas, con una banda de individuos hoscos y amenazadores que, para mi natural alarma, me parecieron los can¨ªbales con que se encuentra Crusoe ¡ªvan a su isla peri¨®dicamente a merendar¡ª, aunque resultaron ser los restos trasnochados de una rave clandestina. D¨¦jenme apuntar que existe una leyenda en Formentera sobre comedores de carne humana en tiempos remotos de miseria y hambre, ¨²nica referencia que conozco a la antropofagia en la isla: reclu¨ªan a sus v¨ªctimas en un paraje en Sa Mirada como si fueran ganado humano y las consum¨ªan de una en una (v¨¦ase Las leyendas de Formentera, de Jos¨¦ Luis Gordillo Courci¨¨res, 1987). Cerca del chiringuito 62 he podido ver varada tambi¨¦n, como una precaria canoa ind¨ªgena de la novela de las que asustan a Robinson, una de las pateras en que arriban estos d¨ªas esos pobres can¨ªbales inversos que son los emigrantes que prueban suerte desde Argelia. En otro episodio paralelo, me he sumergido en el viejo pecio de la playa de Es C¨°dol Foradat, hallado por las hijas de Tito y Roser, pero sin poder sacar de ¨¦l nada de provecho, a diferencia de lo que hace Robinson. Si, en cambio, hubiera podido llegar a nado el otro d¨ªa hasta el yate Golden World, anclado frente a Es Cal¨® y que se alquila por la friolera de 275.000 euros a la semana, seguro que hubiera encontrado cosas ¨²tiles¡
(Lea la segunda entrega: Can¨ªbales y recetas de tortuga en Formentera).
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