En la playa con Sandok¨¢n
Mompracem, cubil del Tigre de Malasia, ser¨ªa un gran destino vacacional, pero no existe
Abandonadas Formentera y la isla de Robinson Crusoe, con el perfil de la primera empeque?eci¨¦ndose en la estela del ferry y la segunda desaparecida ya en las brumas de la ¨²ltima p¨¢gina de la novela de Defoe, es el momento de seguir el verano en busca de otras islas. Las hay de todas clases y es dif¨ªcil escoger una a la que dirigirnos. Islas... Islas ignotas de aventura, islas paradisiacas de felicidad, de fiesta, islas de abandono y soledad; islas de terror, de condena, islas salvajes, v¨ªrgenes o lujuriosas, desiertas y frondosas, de descubrimiento y de naufragio, con volc¨¢n, islas de magia y fantas¨ªa, incluso flotantes, voladoras e invisibles. Piensas en islas, y m¨¢s desde un barco, con el cabello revuelto de aire y sal, y el mundo pierde su homogeneidad globalizadora, continental, para desperdigarse en un mosaico resplandeciente de diversidad, exotismo y misterio, un horizonte incierto donde se aureolan de espuma y viento las goletas y reinan los capitanes m¨¢s intr¨¦pidos.
Hay tantas islas como posibilidades. De la Avalon art¨²rica a la isla del tesoro y la isla Tortuga de los piratas, pasando por la sumergida Atl¨¢ntida, la Corf¨² seminal de los Durrell, la terrible del Doctor Moreau, la po¨¦tica de Pr¨®spero y Ariel, las de Ulises; la esquinada Tule, la sangrienta Iwo Jima, la antediluviana Nublar de Parque Jur¨¢sico o la de Azkaban, el Alcatraz de los magos de Harry Potter.
Esos territorios rodeados de agua por todas partes, legendarios o reales, han excitado la imaginaci¨®n de los escritores (v¨¦ase Un viaje literario por las islas, editorial S¨ªntesis, 2019, con estudios de varios autores) y los artistas como la de los exploradores y pueblan nuestros sue?os y nuestras pesadillas. Lugares, o incluso no lugares, en los que todo es posible, patria de las utop¨ªas y los monstruos, reino de los hechiceros, de los muertos y hasta del diablo, las islas aparecen sobre el inmenso mar uniforme como una promesa a la vez atrayente y peligrosa.
?Con qu¨¦ isla nos quedar¨ªamos para pasar una temporadita, unas vacaciones? No las Haw¨¢i donde cocinaron a Cook (he ah¨ª un nombre predestinado: ya hubiera sido la pera que lo echaran al pote en las Sandwich),, ni la de las sirenas, ni la f¨²nebre de Arnold Bocklin, ni Santa Helena, ni Shutter Island¡ Las islas Bienaventuradas tal vez, la de los amables feacios, la Phraxos de El mago... Mis preferidas son la verniana isla Lincoln de La isla misteriosa, adonde llegan en globo Cyrus Smith y sus compa?eros y donde se esconden Nemo y su Nautilus - una isla que me es imposible separar de las criaturas de Ray Harryhausen de la pel¨ªcula de 1961-, y, sobre todo, Mompracem.
Pasar de Formentera a Mompracem ya es salto. A Mompracem no se puede llegar navegando porque es una isla que en el mundo real no existe. Se la invent¨® Emilio Salgari ¨Cal que por cierto le entusiasmaba Robinson Crusoe, ¡°el libro de aventuras por antonomasia¡±- y se accede solo desde la imaginaci¨®n. Se trata, claro, de la madriguera de Sandok¨¢n, el famoso Tigre de Malasia, y sus terribles piratas, un reino de exiliados, desesperados y aventureros que Salgari convirti¨® en uno de los m¨¢s altos lugares de la fantas¨ªa. La isla aparece en Los tigres de Mompracem, la primera aventura de Sandok¨¢n (los piratas son desalojados a sangre y fuego) y luego lo hace de manera recurrente en la saga de 11 novelas. Se la ha intentado identificar con parajes reales como el arrecife coralino Ampa Patches, en las aguas de Brunei, un sitio estupendo para ver tiburones (como el gran tibur¨®n martillo, zigaena o pez-balanza al que Sandok¨¢n, precisamente, despacha con su letal kriss, su pu?al envenenado con la savia mortal del upas), o un islote junto a Pulo Tigan (¡°pulo¡± en malayo es isla), cerca de la entrada del golfo de Borneo.
Salgari no nos ofrece mucha informaci¨®n sobre Mompracem, ¡°isla salvaje de siniestra fama, cubil de formidables piratas, situada en el mar de Malasia, a pocos centenares de millas de de las costas occidentales de Borneo¡±. Nos dice que tiene una bah¨ªa, protegida por fortificaciones, empalizadas y trincheras, en la que se balancean fondeados los temidos praos de la flota de Sandok¨¢n. En el puerto destaca una caba?a amplia y s¨®lida en la que flamea la ic¨®nica y temida bandera roja con la cabeza de tigre en medio. Es el cuartel general del Tigre, decorado con los tesoros que ha conquistado, armas de todas clases y un armonio que Sandok¨¢n toca acompa?ado a la mandolina por su lugarteniente Y¨¢?ez de Gomera (una inesperada pareja de h¨¦roes m¨²sicos comparable a la que forman Jack Aubrey y Stephen Maturin en las novelas de Patrick O¡¯Brian). Desde ah¨ª organiza sus raids contra sus grandes enemigos, James Brooke, el hist¨®rico raj¨¢ blanco de Sarawak; el capit¨¢n de navio de Su Majestad brit¨¢nica Lord James Guillonk ¡ªt¨ªo de lady Mariana, la Perla de Labu¨¢n, y poco proclive a los matrimonios interraciales y menos con piratas¡ª, y el sult¨¢n de Varauni. Reina sobre una heterog¨¦nea banda de s¨²bitos en la que hay, enumera Salgari, malayos, can¨ªbales batias, dayaks, siameses, conchinchineses, indios, javaneses, tagalos y negritos.
Sandok¨¢n, capaz de combinar traje de raso rojo con turbante verde con plumas y que no se le r¨ªa nadie (es lo que tiene llevar tambi¨¦n cimitarra y dos pistolas), no es nativo de Mompracem. Era, seg¨²n su biograf¨ªa ficticia, sult¨¢n de Muluder, en Borneo. Una alianza de poderes coloniales y locales le arrebat¨® el trono. Mataron a su madre y sus hermanos y hermanas y lo convirtieron en un paria. Vag¨® desesperado hasta recalar en Mompracem , compr¨® hombres y se dio a la pirater¨ªa, esperando reconquistar su reino. ¡°Era fuerte, era valiente, era bizarro y sediento de venganza¡±. Y se convirti¨® en el Tigre de Malasia.
En este verano de relectura de cl¨¢sicos, he vuelto a disfrutar de Los tigres de Mompracem (Alianza editorial, 1981,? traducci¨®n de Antonio Colinas: mi baqueteada edici¨®n tiene el aspecto de haber sido manoseada por los dayak cazadores de cabezas y alcanzada por una bala de los cipayos de Brooke). Estar con Sandok¨¢n en la playa inspira para nadar valerosamente y marcar pose haciendo ca¨ªdas de ojos a lo Kabir Bedi mientras juegas a palas en plan ¨¦pico. Pero como Robinson, Sandok¨¢n me ha decepcionado un poco. No por sus aventuras, desde luego, sino por su car¨¢cter. Ya Fernando Savater en La infancia recuperada nos advirti¨® ¨Cadem¨¢s del posible parentesco del Tigre de Malasia con el capit¨¢n Nemo (el propio Salgari lo identificaba con Garibaldi)- de que Sandok¨¢n tiene un punto d¨¦bil, no en el tal¨®n sino en el coraz¨®n. Hay que ver c¨®mo se enamora el t¨ªo de Mariana. Hoy dir¨ªamos que es un enfermo de amor e incluso una v¨ªctima de trastorno delirante de tipo erotomaniaco (v¨¦ase El rom¨¢ntico incurable, de Frank Tallis, ?tico de los Libros, 2019). Es que el hombre es capaz de jugarse todo su reino pirata, su venganza, sus amigos y hasta su integridad moral por la Perla de Labu¨¢n: dice que por ella hasta se har¨ªa ingl¨¦s. Adem¨¢s le veo un punto depresivo (su palabra favorita es ¡°fatalidad¡±).
Si ver c¨®mo pierde los papeles Sandok¨¢n por unos ojitos azules me ha dejado perplejo, la personalidad de su padre literario, Salgari (Verona, 1863 ¡ª Tur¨ªn, 1911), me tiene patidifuso. Era un mentiroso compulsivo adem¨¢s de un individuo pat¨¦tico y atormentado (sent¨ªa que sus editores le ten¨ªan echado el lazo como los estranguladores thugs de sus novelas). Se intent¨® suicidar dos veces y a la segunda lo consigui¨® infringi¨¦ndose horribles heridas con un arma como las de sus novelas. Su vida la ha recreado de manera muy hermosa Ernesto Ferrero en una biograf¨ªa novelada, El ¨²ltimo viaje del capit¨¢n Salgari (?tico de los libros, 2012). Entre sus cuitas estuvo el tener una esposa ninf¨®mana -besaba a los hombres de uniforme por la calle- que se desquici¨® y acab¨® en un manicomio p¨²blico. El propio Salgari se intent¨® suicidar dos veces y a la segunda lo consigui¨® infringi¨¦ndose horribles heridas con un arma del estilo de las de sus novelas. Dos de sus cuatro hijos, Omar y Romero, tambi¨¦n se suicidaron.
En sus Mis memorias, con pr¨®logo del propio Savater (Renacimiento, 2012), se inventa una vida de marino audaz y llega a intentarnos hacer creer que conoci¨® de verdad a Sandok¨¢n ?y que vivi¨® aventuras con ¨¦l!, todo un noviciado de pirata, codo a codo con Tremal-Naik, y que hasta presenci¨® el legendario Salto del Tigre! En realidad, como explica el mismo Savater, quiso ser marino pero se qued¨® a medias, apenas hizo unos pocos viajes en barco y siempre cerca de casa. Su carrera en el mar es m¨¢s falsa que la del Capit¨¢n Tan. El archipi¨¦lago malayo lo conoci¨® solo en los mapas y enciclopedias. Flaco favor le hicieron sus hijos, adem¨¢s, alineando sus novelas con el fascismo italiano y la empresa colonial de Mussolini (v¨¦ase el ap¨¦ndice a las memorias).
Ello no quita para que Salgari , al que le redimen sus personajes y ser buen esgrimista fuera capaz de llevarnos a vivir aventuras ¡°en tierras desconocidas, donde todos los instintos pueden encontrar su desahogo, donde se goza la embriaguez de la lucha contra los ind¨®mitos elementos de la naturaleza y donde la voluntad y el arrojo son las ¨²nicas virtudes necesarias¡±. ?Sandok¨¢n!