Aquiles era la tortuga
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao hace de la emoci¨®n filos¨®fica el centro de su lectura de la historia del pensamiento
El esp¨ªritu se inclina a escribir la metamorfosis de los cuerpos en otros cuerpos nuevos. Como los periodos hist¨®ricos, las filosof¨ªas transmutan y asumen diferentes disfraces. Solo un elemento de ese carnaval permanece inmutable: el esp¨ªritu mismo, el testigo, que los antiguos hind¨²es llamaban ¡°persona¡±. Poco importa que hablemos de Parm¨¦nides, Descartes o Nietzsche. La variedad de las m¨¢scaras da forma a los diferentes saberes, filos¨®ficos, teol¨®gicos o cient¨ªficos. Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao (Madrid, 1961) los recorre con aplomo y profundidad, a sabiendas de que, en las variaciones sucesivas de esa b¨²squeda, los excesos de la imaginaci¨®n suelen conducir al destierro y encajan mejor en la dulce ociosidad que en las instituciones oficiales.
Los ensayos reunidos en este volumen plantean la gran pregunta de la filosof¨ªa, que toma la forma de una elegante paradoja. Esa pregunta tiene que ver con el misterio de la vida y de la experiencia humana, tanto a nivel fisiol¨®gico como a nivel mental. La vida se nos presenta definida por un contorno, el cuerpo, pero la vida, la vitalidad de ese cuerpo, depende de la transici¨®n fluida a trav¨¦s del contorno. Es decir, la vida misma desmiente continuamente el contorno y trasciende sus l¨ªmites. En lo que el ojo mira y el modo en que lo mira, en lo que el o¨ªdo escucha o lee, en el alimento, la respiraci¨®n y los afectos, el ser vivo incorpora ya el paisaje, emocional o sensible. ¡°Eso eres t¨²¡±, dicen las Upanisads. Esa es la trascendencia esencial del proceso mismo de la vida, de su evoluci¨®n creadora, ya sea en el ¨¢mbito pol¨ªtico o planetario.
La filosof¨ªa ha advertido, de un modo m¨¢s o menos consciente, que puede permitirse una distancia ir¨®nica con la realidad
Aquiles y la inalcanzable tortuga, la c¨¦lebre paradoja de Zen¨®n, nos espeta una verdad inc¨®moda: no sabemos qu¨¦ es el movimiento. Newton postul¨® el espacio y el tiempo absolutos, la malla fija contra la que se miden los fen¨®menos, para explicar el movimiento. Y desde entonces hacemos como si lo entendi¨¦ramos (y en eso consiste la f¨ªsica newtoniana, que nos ha llevado a la Luna). Pero ese desconocimiento, advierte Ridao, exige un fundamento inm¨®vil y tautol¨®gico, que va de Parm¨¦nides a Wittgenstein, pasando por Nicol¨¢s de Cusa: el Uno no es un n¨²mero, sino aquello que hace posible los n¨²meros y, a partir de ellos, las ciencias de lo cuantitativo, que reviven, transform¨¢ndolo, el mito pitag¨®rico. Los cielos son armon¨ªa y n¨²mero, lo recordar¨¢ Galileo, que arranca la revoluci¨®n cient¨ªfica. La m¨ªstica num¨¦rica tendr¨¢ un largo recorrido y los n¨²meros, principios constitutivos de lo real, dominar¨¢n la realidad pol¨ªtica y financiera, aunque escondan su propia refutaci¨®n (la segunda paradoja): la infinita divisibilidad de lo finito. Infinito hacia arriba, las estrellas, pero tambi¨¦n hacia dentro, hacia los abismos del yo, de Einstein a Freud. Una verdad que para los pitag¨®ricos no fue ¨²nicamente cuantitativa. Los n¨²meros ten¨ªan cualidades y una significaci¨®n moral. Cada uno llevaba asociada una perfecci¨®n y su contrario, expresando una ¡°tensi¨®n esencial¡±, el muelle que impulsa las transformaciones del mundo, la metamorfosis de los cuerpos. Hab¨ªa entonces armon¨ªa entre el orden c¨®smico y el moral, entre la t¨¦cnica y el humanismo. La modernidad cambi¨® las cosas y s¨®lo Berkeley (que Ridao lee a trav¨¦s de Pierce) fue capaz de recuperar el viejo esp¨ªritu. La filosof¨ªa de la percepci¨®n del irland¨¦s (mal llamada ¡°idealismo¡±) viene a desmentir la dicotom¨ªa sujeto-objeto, que tantos r¨¦ditos ha dado, para decirnos que somos ya paisaje, como las part¨ªculas elementales, que no se distinguen del ¡°campo¡± que ellas mismas crean. El ojo emite el rayo de luz que le permite ver, gracias al sol interno, el viejo fuego de Her¨¢clito.
Lo opuesto al escepticismo no es la creencia, sino el dogmatismo. Foucault nos ense?¨® a reconocer el funcionamiento de las disciplinas cient¨ªficas: el conocimiento no est¨¢ hecho para comprehender (abarcar, incluir o asimilar), sino para zanjar. El mapa de las disciplinas cient¨ªficas es un mapa de trincheras o, en el peor de los casos, de cotos de caza. Ridao, que se form¨® como arabista, conoce esos l¨ªmites, lo que le permite reconocer el hallazgo esencial de Nietzsche (que se form¨® como helenista): cada ciencia configura su propio mito y el mito es el que piensa. Vivimos en los mitos como el pez en el agua. Los mitos son nuestro aliento, incluso en el esc¨¦ptico, en el que cree vivir sin ellos. El mito es el que busca y obedece, el mito es orientaci¨®n y gu¨ªa, sumisi¨®n y liberaci¨®n. El mundo moderno es heredero del mito del positivismo, un mito ¡°ciego¡± plegado a las abstracciones y la l¨®gica simb¨®lica del big data, que celebra el culto al algoritmo y fomenta el canibalismo financiero.
Ridao hace de la emoci¨®n filos¨®fica el centro de su lectura de la historia del pensamiento. La filosof¨ªa ha advertido, de un modo m¨¢s o menos consciente, que puede permitirse una distancia ir¨®nica con la realidad. Cuando est¨¢ bien contada, la filosof¨ªa equilibra esa querencia tan humana por la literalidad. Por eso se traiciona a s¨ª misma cuando se pone la m¨¢scara de lo ¡°literal¡±, pues ya no es posible leerla entre l¨ªneas o rastrear sus inclinaciones. Ah¨ª es cuando la filosof¨ªa se convierte en ¡°ismo¡± y se vuelve sectaria y peligrosa, proyectando un efecto paralizante o coartando cualquier posibilidad de interpretaci¨®n. Entonces ya no se vive filos¨®ficamente, sino que es la filosof¨ªa la que nos vive, aboc¨¢ndonos a la ceguera o el fanatismo, cayendo en lo que Ridao llama la ¡°tautolog¨ªa asim¨¦trica¡±: este Uno es el Uno, este dios es el Dios. Un programa que ya no atiende a razones, sino a los intereses del poder.
En los ¨²ltimos cap¨ªtulos Ridao da un detallado informe de la obsesi¨®n de Karl Popper por salvar la existencia del mundo exterior al margen de la percepci¨®n. Popper, el m¨¢s famoso y le¨ªdo de los te¨®ricos de la ciencia, no logr¨® asimilar el desaf¨ªo que supuso la f¨ªsica cu¨¢ntica (no as¨ª sus disc¨ªpulos, Feyerabend y Skolimowski) y no resulta extra?o que Wittgenstein (¡°la exactitud depende de nuestros intereses¡±) llegara a amenazarlo con un atizador de chimenea. Pero, frente a la amenaza del relativismo banal, hay muchas posiciones intermedias (James, Bergson, Whitehead), que entienden que lo que llamamos ¡°verdad¡± es un acuerdo provisional, y que ha llegado el momento de interpretar esa ¡°verdad¡± en t¨¦rminos de las relaciones con otros seres vivos, m¨¢s que en relaci¨®n con una realidad no viva (f¨ªsica, objetiva o algor¨ªtmica). El orden espacio-temporal es hoy matem¨¢ticamente impersonal, pero anta?o estuvo poblado de emociones oscuras o luminosas que orientaban al individuo y guiaban a su propia psique hacia la perdici¨®n o la realizaci¨®n. Quiz¨¢ la desaparici¨®n de las m¨¢scaras s¨®lo sea un vano sue?o. Mientras, seguimos danzando, inclin¨¢ndonos ante ellas por miedo a reconocernos, por miedo a creer en la unidad de todas las cosas. El tema es m¨¢s actual que nunca, sobre todo ahora que estamos enervando el paisaje (enervando lo que somos) y desequilibrando el clima.
La democracia intrascendente. Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao. Galaxia Gutenberg, 2019. 304 p¨¢ginas. 22,90 euros.
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