La lecci¨®n de la Rep¨²blica que copiaron los museos del mundo
El Museo del Prado recuerda en un congreso, 80 a?os despu¨¦s, la operaci¨®n pionera que puso a salvo el patrimonio art¨ªstico de las bombas de la Guerra Civil
Tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, las joyas del Museo del Prado cruzaron Francia en el ¨²ltimo convoy civil que atraves¨® las v¨ªas f¨¦rreas del pa¨ªs. D¨ªas despu¨¦s de que Las meninas llegaran sanas y salvas a Madrid desde Ginebra, la Ronda de noche abandon¨® el Rijksmuseum, enrollada sobre un cilindro y por la puerta del jard¨ªn. Otras 30.000 obras de arte se desplazaron ese septiembre de 1939 desde el museo de ?msterdam a varios b¨²nkeres de la costa holandesa. Un a?o despu¨¦s, en mayo de 1940, cuando Hitler invadi¨® los Pa¨ªses Bajos, la obra maestra de Rembrandt volvi¨® a evitar el frente y fue trasladada a la mina de Saint Pietersberg, en Maastricht. El Louvre y el resto de museos europeos tambi¨¦n movilizaron sus tesoros art¨ªsticos lejos de la contienda para evitar su destrucci¨®n.
El mundo hab¨ªa aprendido la lecci¨®n que la Rep¨²blica espa?ola puso en pr¨¢ctica durante la Guerra civil, cuando evacu¨® (desde noviembre de 1936) miles de joyas del patrimonio espa?ol, primero, a Valencia y de ah¨ª a Catalu?a, huyendo de las bombas franquistas. ¡°La decisi¨®n espa?ola entr¨® en los manuales de muse¨ªstica de todo el mundo. Entendieron que en caso de guerra era mejor evacuar. Hasta entonces la recomendaci¨®n era bajar las obras a los s¨®tanos¡±, explica Miguel Caba?as, investigador y jefe del Departamento de Historia del Arte y Patrimonio del CSIC. El mundo vio c¨®mo la humedad, las bombas y el contrabando exig¨ªa desplazar r¨¢pido el patrimonio, lejos de las trincheras. Las dram¨¢ticas im¨¢genes de la masacre cultural cometida por el ISIS desde 2014, en Siria, muestran las consecuencias de no hacerlo.
A Caba?as lo que le llama la atenci¨®n de esta operaci¨®n ¡ªque ser¨¢ recordada ma?ana, el jueves y el viernes en el Museo del Prado, en un congreso, organizado junto con el Ministerio de Justicia, que celebra los 80 a?os del regreso del tesoro art¨ªstico¡ª es ¡°el inter¨¦s que tuvo el pueblo espa?ol en salvar el patrimonio¡±. Fue fruto de la vocaci¨®n conservacionista de la Generaci¨®n del 14, formada en la Instituci¨®n Libre de Ense?anza. Aquel inter¨¦s tiene un nombre sin reconocimiento: Ricardo de Orueta (1868-1939). Pionero al entender la riqueza art¨ªstica como tesoro cultural de una naci¨®n, fue azote de rapi?adores como William Randolph Hearst. Nombrado director general de Bellas Artes de la Rep¨²blica legisl¨®, en 1931, la protecci¨®n del patrimonio con una ley que reform¨® en 1933. La actual Ley de Patrimonio Hist¨®rico de 1985 es heredera de aquella.
La decisi¨®n de la Rep¨²blica espa?ola entr¨® en los manuales de muse¨ªstica de todo el mundo
Orueta reaccion¨® de manera inmediata ante la quema de iglesias y obras de arte de los primeros d¨ªas de la Rep¨²blica. Implant¨® la idea de que el Estado es el garante de la protecci¨®n del legado hist¨®rico. ¡°Hubo elementos que fomentaron los desmanes para acelerar una reforma religiosa. Pero la Rep¨²blica no sac¨® el Ej¨¦rcito y dio instrucciones a los gobernadores civiles para que actuaran en sus ciudades contra la quema. Aquello no pod¨ªa volver a ocurrir y la Rep¨²blica tom¨® medidas para salvar el arte, no como los sublevados¡±, sostiene Caba?as.
Para Arturo Colorado, catedr¨¢tico de la Universidad Complutense, la experiencia de la evacuaci¨®n fue un ¡°precedente fundamental¡±. Por entonces la Sociedad de Naciones preconizaba la protecci¨®n in situ, pero la acci¨®n espa?ola ¡°demostr¨® que la mejor alternativa era la evacuaci¨®n¡±. ¡°El Prado se conserva ¨ªntegro gracias al traslado¡±, cuenta Colorado en referencia al bombardeo del museo por Franco. La idea de la Rep¨²blica era moverlas a un almac¨¦n especial, un dep¨®sito gigantesco, pero el transcurso de la guerra impidi¨® tenerlo listo. ¡°La evacuaci¨®n y salida al extranjero era la ¨²nica posibilidad¡±, a?ade Colorado, que desmiente que la Rep¨²blica se planteara alguna vez la venta del tesoro art¨ªstico.
Sin embargo, fue una medida que cont¨® con la oposici¨®n de los restauradores del Prado, al frente de los cuales estaba Francisco Javier S¨¢nchez Cant¨®n, subdirector del museo, que en agosto de 1936 dio la orden de cerrar las puertas, desmontar las salas y trasladar todas las pinturas a las plantas bajas. Defend¨ªa la teor¨ªa de convertir el museo en almac¨¦n... hasta que las bombas franquistas incendiaron los techos del Prado. Rafael Alonso, restaurador jubilado del museo, recuerda los grecos que estuvieron en una caja fuerte del Banco de Espa?a: ¡°Cuando se sacaron estaban podridos y comidos por el moho. Se salvaron gracias a la intervenci¨®n de Jer¨®nimo Seisdedos. Para m¨ª es el mejor restaurador del Prado del siglo XX¡±, se?ala. Alonso asegura que la evacuaci¨®n fue un ensayo general para lo que ocurri¨® en Europa poco despu¨¦s.
Devueltos en Ginebra
La Rep¨²blica nunca quiso devolver los cuadros, esculturas, tapices... El acuerdo de Figueras determin¨® que lo entregaban a la Sociedad de Naciones, con sede en Ginebra. ¡°Darle el patrimonio al otro bando habr¨ªa sido reconocerles. Adem¨¢s, ten¨ªan miedo a que lo vendieran. Suiza termin¨® reconociendo al Gobierno de Franco pocos d¨ªas despu¨¦s y le entreg¨® las cajas¡±, recuerda Caba?as.
La idea original de la Rep¨²blica era moverlas a un almac¨¦n especial, un dep¨®sito gigantesco
El relato de la salvaci¨®n trascendi¨® m¨¢s en el extranjero, donde el primero en estudiarlo, el catedr¨¢tico Jos¨¦ ?lvarez Lopera, tuvo que esperar a la Transici¨®n para rehabilitar la memoria de aquellos?monuments men?que ya ejecutaron esta tarea antes que?los soldados?del ej¨¦rcito estadounidense de la Segunda Guerra Mundial a los que dieron aquel apodo. El franquismo trat¨® de ocultar esta labor. Como recuerda Alberto Porlan, escritor y director del documental Las cajas espa?olas (2004), aquellos hombres y mujeres acu?aron una expresi¨®n que defini¨® su compromiso: ¡°Si acertamos en esto nadie recordar¨¢ nuestros nombres, pero como lo hagamos mal no nos van a olvidar nunca¡±.
Babelia
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