Historiador de lo complejo
No es f¨¢cil catalogarle. No defendi¨® ning¨²n gran relato, sino que prefiri¨® analizar problemas concretos, para los que ofreci¨® interpretaciones que hu¨ªan de la simplicidad y el manique¨ªsmo
Era el mejor. Siento ser tan tajante. Mi cercan¨ªa a ¨¦l y la inmediatez de las emociones ante su muerte deber¨ªan aconsejarme contener mis juicios. Pero justificar¨¦ lo que he dicho. No es solo que conociera infinidad de datos, que los conoc¨ªa, sobre la Espa?a contempor¨¢nea. Es que ten¨ªa una idea gu¨ªa, un esquema explicativo bien construido, que subyac¨ªa y daba coherencia a toda su obra. Si soy capaz de sintetizarla, esa idea consist¨ªa en que la construcci¨®n de un Estado que funcione es requisito esencial para la modernizaci¨®n y la democratizaci¨®n de una sociedad. Quiz¨¢s ¨¦l nunca la expuso de manera tan n¨ªtida y me temo que si me oyera me la rectificar¨ªa o matizar¨ªa mucho, pero ese creo que es el denominador com¨²n, la idea fuerza, de todo su trabajo.
Santos Juli¨¢ era lo contrario del intelectual medi¨¢tico, del tertuliano locuaz, que para llamar la atenci¨®n se radicaliza hoy hacia la derecha y ma?ana hacia la izquierda. Tampoco respond¨ªa al modelo de nuestros abuelos, los de la Edad de Plata, envidiables literatos, maestros de met¨¢foras, malabaristas de ideas, obsesionados con el ¡°problema espa?ol¡±, campeones de propuestas de imposible aplicaci¨®n pr¨¢ctica. Ni siquiera fue fiel a la cultura antifranquista, en espera siempre de la revoluci¨®n, aunque su contenido y los sujetos llamados a realizarla hayan cambiado con los a?os.
No creo que traicione su posici¨®n intelectual si digo que su punto de partida era la defensa de la complejidad en la explicaci¨®n del pasado. Los acontecimientos humanos nunca son sencillos, en todos los conflictos y los personajes hay luces y sombras, es preciso huir como del diablo de manique¨ªsmos y simplificaciones y, m¨¢s a¨²n, de deformaciones intencionadas al servicio de una causa. Lo que no tiene nada que ver con defender, as¨¦pticamente, que la responsabilidad de los cr¨ªmenes o desastres recayera por igual sobre todos los protagonistas.
Porque en ¨¦l tampoco era todo equilibrio intelectual, erudici¨®n o coherencia. Hab¨ªa un apasionado compromiso c¨ªvico. Defend¨ªa de forma n¨ªtida la democracia como principio de la legitimidad pol¨ªtica en el mundo moderno; una democracia asentada no en el carisma popular, sino en un sistema de normas e instituciones, de libertades y derechos, de equilibrios y controles entre poderes. Por eso le interes¨® tanto la figura de Manuel Aza?a, con quien se identific¨®, quiz¨¢s en exceso. Porque Aza?a no solo ten¨ªa excepcional lucidez y escrib¨ªa primorosamente, lo que fascin¨® y fascinar¨¢ siempre a quien se acerque a su obra, sino que cre¨ªa en la democracia, en esa democracia institucional que defend¨ªa Santos. Aunque Aza?a era un pol¨ªtico que carec¨ªa, observaba ¨¦l, de una estructura de partido y que confiaba demasiado en su palabra como ¨²nica arma.
Insobornablemente independiente, Santos Juli¨¢ no tuvo m¨¢s lealtad que a sus propios principios, a su honestidad intelectual, a la que nunca traicion¨®. Por eso no era f¨¢cil la relaci¨®n con ¨¦l, porque contradec¨ªa con soltura, de manera natural, incluso a sus m¨¢s cercanos. Una cosa era la amistad y otra consentir frivolidades, jugar con ideas que contradec¨ªan avances previamente logrados en la interpretaci¨®n del pasado.
Santos Juli¨¢ inici¨® sus investigaciones hist¨®ricas analizando la cr¨ªtica coyuntura vivida por el PSOE-UGT en 1934, cuando la izquierda caballerista dividi¨® de hecho el movimiento en dos. Esa divisi¨®n de los socialistas, eje y fuerza hegem¨®nica del republicanismo, fue, seg¨²n ¨¦l, uno de los problemas m¨¢s graves de la Rep¨²blica y condicion¨® el curso de la Guerra Civil.
Su inter¨¦s se expandi¨® luego hacia la Segunda Rep¨²blica en su conjunto. Aquel fue un experimento democr¨¢tico, el primero aut¨¦ntico en la historia del pa¨ªs, instalado de la noche a la ma?ana en una sociedad mayoritariamente rural y carente de una clase media fuerte, pero que en los treinta a?os anteriores hab¨ªa dado un enorme salto y desarrollado una cultura urbana secularizada y moderna, ajena ya a controles clericales y caciquiles. La Rep¨²blica no fue prematura ni casual, como su fracaso no fue inevitable. Pero el programa de reformas lanzado por los republicanos fue quiz¨¢s demasiado ambicioso, teniendo en cuenta el d¨¦bil aparato estatal con el que contaban para ponerlo en pr¨¢ctica.
La Rep¨²blica, en todo caso, repet¨ªa Santos, deb¨ªa ser estudiada en s¨ª misma, no como mero preludio a la Guerra Civil. Y para entenderla no hab¨ªa que centrarse en las ideolog¨ªas, en los discursos, en los grandes proyectos pol¨ªticos o en sus supuestos protagonistas abstractos ¡ªel pueblo, el proletariado, la burgues¨ªa¡ª, ni desde luego en ning¨²n fatalismo racial, sino en las luchas diarias por el poder y en sus protagonistas concretos ¡ªpartidos, sindicatos, instituciones, l¨ªderes¡ª. Recuerdo bien c¨®mo entend¨ª todo el d¨ªa en que le o¨ª explicar la ¡°entrega de armas al pueblo¡±, decidida por el Gobierno republicano en respuesta al 18 de julio de 1936; no fue al pueblo, no, el pueblo no existe; las armas se entregaron a partidos y sobre todo a sindicatos, unos sindicatos que las canalizaron hacia sus miembros m¨¢s radicalizados. Lo cual explica lo que ocurri¨® despu¨¦s: que no sirvieron para contener el avance de los sublevados, pero s¨ª para emprender una despiadada ¡°limpieza de fascistas¡± en la retaguardia; una serie de cr¨ªmenes que desprestigiaron a la Rep¨²blica y dificultaron el logro de apoyo internacional.
No es el momento hoy, o no me siento con fuerzas, para seguir desgranando sus ideas. Tras la historia del PSOE, la Segunda Rep¨²blica y Aza?a, escribi¨®, sucesivamente, sobre otros muchos temas: la historia de Madrid, los intelectuales espa?oles en el XIX y XX, el debate sobre las dos Espa?as, el franquismo, la relaci¨®n entre historia y memoria, la Transici¨®n¡ En conjunto, no es f¨¢cil catalogarle. No defendi¨® ning¨²n gran relato ni perteneci¨® a ninguna escuela historiogr¨¢fica. Prefiri¨® analizar problemas concretos, nunca peque?os, para los que ofreci¨® interpretaciones que hu¨ªan de la simplicidad y el manique¨ªsmo: datos contrastados, explicaciones razonadas y ninguna tolerancia con met¨¢foras y fuegos de artificio. Represent¨®, como nadie, la historiograf¨ªa espa?ola de la democracia, la posterior a la muerte de Franco, marcada por la crisis del marxismo, la reintroducci¨®n de lo pol¨ªtico, la renuncia a esencialismos o metaf¨ªsicas nacionalistas y la b¨²squeda de modelos y conceptos generalizables, v¨¢lidos para diversos pa¨ªses y ¨¦pocas; la profesionalidad, en definitiva. Es lo que representa hoy su escuela, porque a su alrededor, realmente, surgi¨® una, y muy buena.
Ahora ha desaparecido, como desaparecieron antes que ¨¦l Paco Rubio, Edward Malefakis, Carlos Serrano, Javier Pradera, Manolo P¨¦rez Ledesma, nuestros compa?eros de cenas, de discusiones, a veces de viajes. Los amigos se van, es la vida. No impresionar¨¢ a quienes no los conocieron de cerca. Y los que lo hicimos no sabemos, ni quiz¨¢s debamos, sacar al exterior nuestros sentimientos; la ¨²nica respuesta a la muerte de un ser tan cercano es el silencio. Pero su muerte es una enorme p¨¦rdida para la vida p¨²blica, para todos los que segu¨ªan sus escritos, para los que tanto aprendieron, tanto aprendimos, de ¨¦l. Qu¨¦ har¨¢n, qu¨¦ haremos, ante cualquier nueva situaci¨®n dif¨ªcil, ante cualquier conflicto futuro, sin su opini¨®n, su coherencia, su solidez. Algunos hemos perdido un amigo entra?able. Todos, nuestra br¨²jula, nuestro asidero m¨¢s firme.
Babelia
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