El p¨¢rpado en el o¨ªdo
La Fundaci¨®n Mir¨® exhibe en Barcelona la sonoridad en el arte como una confrontaci¨®n po¨¦tica y pol¨ªtica de ac¨²stica, formas y color
"La libertad comienza por los o¨ªdos¡±, avis¨® Edward Abbey, autor de la m¨ªtica novela The Monkey Wrench Gang (La banda de la tenaza, 1975), biblia y motor del movimiento de los indignados. Fil¨®sofo ambientalista, ranger forestal en los Arcos (Utah) y vagabundo a ratos, Abbey escribi¨® abundantemente sobre el anarquismo y la moral de la violencia, y comprendi¨® el socialismo real leyendo a Carl Sandburg (1878-1967), que obtuvo el Pulitzer por su extensa biograf¨ªa (seis tomos) de Abraham Lincoln. Como cronista del Chicago Daily News, Sandburg relat¨® en el indispensable Chicago Race Riots los sangrientos disturbios raciales del verano de 1919, la violencia mortal de la poblaci¨®n blanca encolerizada y el testimonio de las v¨ªctimas, la mayor¨ªa abisinios, bosquimanos y zul¨²es, que sobreviv¨ªan confinados en el ¡°cintur¨®n negro¡± de la ciudad en unas condiciones miserables que aliviaban con sus m¨²sicas peque?as, cantos y bailes nacidos de ritmos espont¨¢neos.
En la Inglaterra de las privatizaciones de los ochenta, en los movimientos antiglobalizaci¨®n de Seattle (2000) y en Nueva York con Occupy Wall Street (2011), los activistas empleaban sonidos electr¨®nicos y bandas de percusi¨®n para expresar su descontento. Las fiestas tecno de Berl¨ªn contra la ultraderecha, el a?o pasado, o los bailes a ritmo de m¨²sica electr¨®nica en las plazas de Chile de estos d¨ªas fermentan los deseos de cambio. No es f¨¢cil detectar lo que la poblaci¨®n espera, pero desde luego no es lo que les dicen ni prometen, sino lo que escuchan.
Al arte actual, perfumado por los grandes precios hist¨®ricos, le quedan pocos nombres y revoluciones donde aguantarse. Aun as¨ª, se abren vetas resistentes que persiguen el hilo de la sonoridad devanado por los primeros dada¨ªstas, los creadores Fluxus y el hap?pening. La muestra ?Arte sonoro?, en la Fundaci¨®n Mir¨®, viene que ni pintada para sintonizar con una actualidad marcada por los movimientos de desobediencia civil y de protesta contra el capitalismo, el calentamiento global o las condenas a pol¨ªticos y activistas independentistas en Catalu?a.
?Arte sonoro? no es una exposici¨®n pol¨ªtica en el sentido de que no apunta a un posicionamiento ideol¨®gico concreto, pero, qu¨¦ demonios, se refiere a esos peque?os sonidos y su escucha como un acto social liberador y expansivo en obras, la mayor parte, de est¨¦tica humilde que comunican con un m¨ªnimo gesto o con el silencio. Distribuidos en cinco salas, los trabajos de 36 artistas internacionales escogidos por el especialista en creaci¨®n sonora Arnau Horta comparten la presencia ac¨²stica que atraviesa el propio medio y la experiencia art¨ªstica. En el t¨ªtulo de la exposici¨®n, los signos de interrogaci¨®n cuestionan un t¨¦rmino que muchos artistas creen espantoso, prefiriendo una amalgama entre ?small sounds, broken music y sound cooking. Horta defiende su trabajo como una ¡°cartograf¨ªa tentativa¡± sobre 100 a?os de ¡°sonorizaci¨®n¡± del objeto (pinturas, dibujos, instalaciones y partituras en conflicto) y sus consecuencias est¨¦ticas y pol¨ªticas. La muestra, ciertamente arbitraria, aparece lastimada por unas salas estructuralmente dif¨ªciles; las piezas est¨¢n encogidas, enclaustradas; da la sensaci¨®n de que el comisario se complace en la confusi¨®n formal, sin duda una provocaci¨®n que deja sitio a las respuestas que cada oyente quiera acordar o c¨®mo situar su mirada bajo el influjo de la escucha.
El primer ¨¢mbito se ocupa de la pintura, con dos crep¨²sculos y un silencio de Mir¨®, un nocturno de J. M. ?Whistler, un staccato de Kupka, el Grande Flamenco de Sonia Delaunay, la Canci¨®n de Orfeo IV de Bridget Riley y los ritmos de L¨¦opold Survage. En las salas contiguas, el eslab¨®n con lo moderno se va perdiendo e irrumpen obras dislocadas y experimentos: la voz como extremidad sonora en Bird?calls, de Louise Lawler (en el Pati de l¡¯Olivera), y el Strypsody, ?celestial!, de Cathy Berberian; la escultura de John Baldessari Beethoven¡¯ s Trumpet Opus 133; las mec¨¢nicas, de Tinguely; los dibujos de William Anastasi, Michaela Meli¨¢n, Chiyoko Szlavinics y Palazuelo; el sonido del hielo derriti¨¦ndose de Paul Kos, y el silencio de Duchamp, Beuys, Cage y Tres. Las piezas interactivas de Nam June Paik y Laurie Anderson, las partituras deconstruidas de Milan Kn¨ª?¨¢k y la geograf¨ªa audible del muro de Berl¨ªn interpretada por Terry Fox entran tambi¨¦n en la contienda.
Los trabajos del alem¨¢n Rolf Julius (1939-2011) se expanden en cinco apartados, cree el comisario que es el autor que mejor representa la cualidad po¨¦tico-pol¨ªtica del arte sonoro ¡°no coclear¡±. Sus sencillos altavoces espolvoreados con grafito, cuyas part¨ªculas saltan por el efecto de las frecuencias (Singing, Solitary Speaker), y los papeles adosados en las ventanas (Window Piece) despiertan los cinco sentidos a la vez que crean entornos reservados pero permeables al mundo. Su idea de la abstract visual musicality apunta a que el sonido se puede mirar y tocar, es transformativo, tiene superficie, color, poes¨ªa conceptual que une el objeto emisor y el individuo receptor. Julius pensaba que el espacio ideal para sus obras estaba fuera del museo, en el desierto, los ¨¢rboles, en un lago helado, en las fachadas y las calles de Berl¨ªn. Cre¨® una escultura de adoquines a ras de suelo donde cada piedra conten¨ªa un tweeter que emit¨ªa el ruido cotidiano, las idas y venidas de las personas, los sonidos de libertad ganada.
Para los que se vean capaces de imaginar el futuro del arte, esta es una pista, nada nuevo, por otra parte. Se trata de la poes¨ªa y sus ritmos.
?Arte sonoro? . Fundaci¨® Joan Mir¨®. Barcelona. Hasta el 23 de febrero de 2020.
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