?Dios salve al Brexit!
Reino Unido corre el peligro de saltar del mito del para¨ªso al del infierno, donde la tragedia ocurre cuando no aparece nada en el horizonte. Desde aqu¨ª esperaremos su humor y su literatura
La descarga de humor es perfecta cuando pueden re¨ªrse tanto el ridiculizado como el ridiculizador, e Inglaterra nos ha acostumbrado a hacerlo de esa forma tan corrosiva, coral y envidiable que uno est¨¢ deseando nuevos cap¨ªtulos de Monty Python, Little Britain o Mr. Bean para actualizar el imaginario de la risa colectiva e incorporar el aroma de ¡°?order, order!¡± que acompa?a a esta era Brexit. O, peor a¨²n, deseando a¨²n m¨¢s burradas y traspi¨¦s de las que estamos viendo para disfrutarlos pronto en modo desternillante.
Pero mientras quedamos a la espera de la carcajada, que llegar¨¢, nos conformaremos con varios libros que est¨¢n ya proliferando a mayor gloria de la capacidad autocr¨ªtica de esa gran naci¨®n que, pese a no estar en su mejor momento, lo sigue siendo. Aunque solo sea gracias a este deporte colectivo de la creaci¨®n y el humor.
John Le Carr¨¦, el esp¨ªa-escritor ingl¨¦s que forma parte de esa suculenta iconograf¨ªa brit¨¢nica, coloca esta vez a su protagonista ante un dilema tan puntiagudo como nada sutil: ?C¨®mo servir con el mismo fervor a Su Majestad y su Inglaterra si ya no conf¨ªas en su papel de ¡°madre de todas las democracias? ?C¨®mo seguir captando esp¨ªas extranjeros para la causa si la Inglaterra en la que los aspirantes cre¨ªan antes con admiraci¨®n ya no existe? El esp¨ªa veterano y descorazonado por el deterioro de la patria y el ataque de locura colectiva es la gema de mayor valor de Un hombre decente (Planeta). El libro recorre bien esa atm¨®sfera tan comprensible instalada en el pa¨ªs y en la que, para evitar problemas, mejor colocar un cartel de ¡°Prohibido hablar del Brexit¡± en el club de b¨¢dminton. Lo que aqu¨ª podr¨ªamos llamar evitar el cu?adismo, vamos.
La lucha por mantener el buen rollo es cada vez m¨¢s dif¨ªcil entre familiares y amigos, y esa misma sensaci¨®n transita tambi¨¦n por otro libro de la llamada Brexlit, la literatura de esta era Brexit: El coraz¨®n de Inglaterra, de Jonathan Coe (Anagrama). ¡°Bienvenida al nuevo fascismo¡±, se dice en un momento en un texto trenzado en la creciente rabia ante el sue?o del bienestar perdido y la a?oranza de un pa¨ªs cohesionado en el que los protagonistas creyeron en la infancia.
A?oranza de un pa¨ªs unido, desesperaci¨®n ante la irracionalidad y gritos de socorro ante el desastre que viene nutren y nutrir¨¢n tan bien la literatura y el humor ingl¨¦s que urge recordar tambi¨¦n un libro nacido en otro entorno, en Alemania, donde por cierto saben bastante de errores cometidos y reconocidos. Acabado el tiempo de los descubrimientos, Judith Schalansky se dedic¨® a bucear entre mapas en busca de islas perdidas. No nuevas, ni paradis¨ªacas, ni on¨ªricas. Su particular odisea, la Barataria de esta Sancho Panza del Este, consisti¨® en lo contrario: buscar ah¨ª el infierno, no el para¨ªso; convertir esas tierras que hemos descubierto desubicadas en rect¨¢ngulos a pie de mapa, en el centro de la tierra. Y lo que encontr¨® est¨¢ en el Atlas de las Islas Remotas (Capit¨¢n Swing y N¨®rdica).
En Pitcairn, el islote del Pac¨ªfico al que fueron a parar los amotinados de la Bounty en 1789, los hombres han seguido violando a ni?as y mujeres hasta fechas recientes. Santa Elena no solo amarg¨® los ¨²ltimos a?os de Napole¨®n, sino tambi¨¦n a su esposa, afincada en el islote. Ninguna de las 50 islas remotas que trata el libro pueden compararse a Inglaterra, que ni es remota ni est¨¢ perdida (a¨²n), pero la conexi¨®n es inevitable ante la cercan¨ªa del descalabro.
Las islas (como su propio nombre indica) te a¨ªslan, te conceden una identidad y una distancia del universo del que buscamos huir y que aspiramos a reinventar. Reino Unido corre el peligro de saltar del mito del para¨ªso (tenemos a Gauguin en mente), del tesoro (Stevenson) o la salvaci¨®n (Bounty) al del infierno, donde la tragedia ocurre cuando no aparece nada en el horizonte: ni acuerdos; ni generosidad; ni barcos salvadores cuando se cortan amarras.
Desde este lado de ese mismo horizonte, al menos, tendremos la fortuna de recibir su literatura.
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