?Qu¨¦ es lo que pasa que lo veo todo negro?
Los detectives cl¨¢sicos (Holmes, Poirot, Maigret) no eran tan oscuros como los actuales, sino m¨¢s bien exc¨¦ntricos y fascinantes
Tiene una capacidad de adicci¨®n que sobrevive al tiempo y a las modas. Hablo del cine negro y de la novela negra. Ser¨¢ porque siempre van ganando las tinieblas, porque la luz es demasiado transparente. Mi primer contacto en papel con los detectives no les remit¨ªa a la negrura. Sherlock Holmes, Hercules Poirot, el comisario Maigret eran exc¨¦ntricos, fascinantes o muy humano el ¨²ltimo, pero no estrictamente oscuros, a pesar del enganche de Holmes a la coca¨ªna cuando se aburr¨ªa mortalmente, cuando no ten¨ªa ning¨²n misterio que desentra?ar. Accedo a la turbiedad, a la oscuridad con El halc¨®n malt¨¦s, en Alianza Editorial, con aquellas portadas impagables de Daniel Gil.
Y creo que me enga?a la memoria, o no, al asociar con la novela una de las frases con las que culmina la intriga: ¡°El halc¨®n era de plomo, del material con el que se forman los sue?os¡±. Es demasiado l¨ªrica para el estilo de Dashiell Hammett. Seguro que se le ocurri¨® a John Huston al escribir el guion de su primera obra maestra. Hammett era descriptivo y sobrio, complejo y tenso, sugerente y duro, pero nunca se lo mont¨® de poeta. S¨ª lo era Raymond Chandler. Y de los grandes. Tambi¨¦n creador de di¨¢logos tan c¨¢usticos como memorables, de ambientes arom¨¢ticos, de personajes singulares. La acci¨®n en sus novelas importa menos, incluso se embarulla. Da igual. Esta es su presentaci¨®n de Philip Marlowe en El largo adi¨®s. Me sigue emocionando: ¡°Soy detective con licencia y llevo alg¨²n tiempo en este trabajo. Tengo algo de solitario, no me he casado, no soy joven y carezco de dinero. Me gustan el alcohol, las mujeres, el ajedrez y algunas cosas m¨¢s. No me gustan los polic¨ªas, pero hay un par de ellos con los que me llevo bien. No tengo padres ni hermanos y si acaban conmigo en una callejuela oscura, como le puede ocurrir a cualquiera en mi oficio, nadie tendr¨¢ la sensaci¨®n de que a su vida le falta de pronto el suelo¡±. Y Chandler, roto definitivamente despu¨¦s de la muerte de su esposa, veinte a?os mayor que ¨¦l, retornando con furia a su apaciguado alcoholismo, comete el imperdonable error de casar a Marlowe con una de sus antiguas amantes, de buscarle un refugio en Playback, una de sus novelas m¨¢s d¨¦biles. Era m¨¢s cre¨ªble lo de ¡°decir adi¨®s siempre es morir un poco¡± o ¡°nunca volv¨ª a ver a Peluca de Plata¡±.
Vuelvo a los or¨ªgenes de la novela negra intentando consolarme con las ¨²ltimas entregas de Michael Connelly y de John Connolly. La del primero se titula Noche sagrada y su protagonista es Harry Bosch, como casi siempre. A trav¨¦s de este polic¨ªa cansado pero siempre abanderado de la mejor profesionalidad, he conocido todas las calles y las carreteras de entrada y de salida en Los Angeles. Nunca me ha enamorado, siendo tan humano, honesto, concienzudo y legal y desde hace tiempo me da mucha pereza introducirme en sus aventuras cotidianas. John Connolly me aterr¨® y me sedujo enormemente en sus cuatro primeras novelas, Todo lo que muere, El poder de las tinieblas, Perfil asesino?y El camino blanco. Su escritura era profunda y magn¨¦tica, terror¨ªficas sus intrigas, inolvidable esa atm¨®sfera sombr¨ªa, casi siempre ambientada en Maine, que recordaba a Lovecraft. Y Charlie Parker, ese detective enfrentado a un mal tan sobrenatural como humano, sobreviviendo a sus asesinadas esposa e hija, ayudado por una homosexual pareja de killers, el negro Louis y el chicano Angel, enfrent¨¢ndose a seres diab¨®licos, se convert¨ªa en alguien tan legendario como tr¨¢gico. Pero despu¨¦s todo suena a ya le¨ªdo, ya visto, ya o¨ªdo, ya sentido.
Y nos quedan dos aut¨¦nticamente grandes. Bueno, uno ya la ha palmado. Es el aut¨¦nticamente grande Philip Kerr, ese escritor escoc¨¦s que imagin¨® algo tan improbable como que en la Alemania hitleriana existiese un polic¨ªa tan honrado como extraordinario, tan desencantado como profesional, dispuesto a llegar al final de la sordidez aunque se juegue la existencia. Es Bernie Gunther. Bendito sea en la eternidad. El otro es Dennis Lehane. Su muy sensual pareja de investigadores Kenzie y Gennaro sab¨ªamos que iban a acabar cas¨¢ndose, pero las peligrosas historias que han compartido antes, y que prolongan, son apasionantes. De cualquier forma, lo mejor que ha escrito nunca el casi siempre magnifico Lehane es una larga e hipn¨®tica obra maestra titulada Cualquier otro d¨ªa. Y c¨®mo no, cada vez que piso esa actualmente indeseable Barcelona, me tomo unos orujos blancos mientras brindo por el cada vez m¨¢s desolado, difunto desde hace mucho tiempo, inolvidable Pepe Carvalho. Estaba a la altura est¨¦tica y moral de los anteriores.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.