Alfred Hitchcock: tan gordo, tan retorcido, tan genial
El cineasta, que muri¨® hace 40 a?os, hubiera sido el retratista perfecto de esta barbaridad que estamos sufriendo todos
Me cuentan que hace 40 a?os que muri¨® un tipo que fue gordo y mofletudo durante toda su existencia y al que recuerdo eternamente ataviado con trajes oscuros y corbatas. Lo del exceso de kilos no es anecd¨®tico. Imagino que a Hitchcock le hubiera encantado tener la pinta y el encanto de Cary Grant, el maravilloso actor al que dirigi¨® en muchas y memorables ocasiones, pero a falta de esos dones f¨ªsicos, se tuvo que conformar con ser Alfred Hitchcock, una de las m¨¢s revolucionarias y geniales cosas que le han ocurrido a la historia del cine.
?l tampoco se propuso, desde que era joven, formar parte de los dioses del Olimpo. Se limitaba, como John Ford, a ser el m¨¢s inteligente y profesional de la clase, a realizar su dif¨ªcil trabajo mejor que nadie, a perfeccionar el arte de contar historias con una c¨¢mara hasta l¨ªmites sublimes, al deseo permanente de que estuvieran abarrotadas las salas donde se proyectaban sus pel¨ªculas, a que los receptores permanecieran ensimismados, temerosos y emocionados con lo que ¨¦l narraba en la pantalla, a que el ¨¦xito de cada una de sus criaturas se convirtiera en norma y no en excepci¨®n, a que el p¨²blico, en ¨¦pocas en las que a¨²n no se hab¨ªa puesto de moda el cine de autor, pagara la entrada al ver la firma de un tipo llamado Hitchcock.
No disponiendo de internet, ese sustituto monumental de algo tan valioso conocido como memoria, solo puedo recurrir a ella para recordar t¨ªtulos, momentos, secuencias, intrigas, miedos, poemas que se invent¨® este insuperable creador de im¨¢genes, un supremo estilista con tantas cosas que expresar, un conocedor tan profundo como temible de la naturaleza humana, de sus luces, pero ante todo de sus sombras.
Hitchcock hubiera sido el retratista perfecto de esta barbaridad que estamos sufriendo todos. Nadie como ¨¦l plasm¨® mejor en im¨¢genes el horror individual o colectivo, la angustia, el peligro abstracto o real
Y creo que no me traiciona la memoria al recordar que el ni?o Hitchcock supo lo que era el terror cuando su tendero y estricto padre le mantuvo durante una noche en la comisar¨ªa para que supiera lo que son el miedo y el respeto a la autoridad. Tambi¨¦n que solo tuvo una mujer, la guionista Alma Reville, a la cual le pidi¨® matrimonio cuando ella estaba vomitando hasta el alma por la borda de un barco, en medio de una tormenta feroz en el Atl¨¢ntico.
Tambi¨¦n cuenta uno de sus bi¨®grafos que en su agon¨ªa el hombre gordo repiti¨® m¨¢s de una vez la palabra ¡°soledad¡±. Y que, si siempre le gust¨® el alcohol, en sus ¨²ltimos a?os este fue su compa?ero m¨¢s habitual. Y, c¨®mo no, le volv¨ªan loco las se?oras rubias, hermosas, sofisticadas y elegantes. Que, l¨®gicamente, estaban liadas con otros, no con la foca mofletuda. Con alguna, como Grace Kelly, estableci¨® una complicidad que inclu¨ªa el voyerismo.
Pero con Tippi Hedren, que no le segu¨ªa el rollo, se comport¨® como un intolerable s¨¢dico, prescindiendo, en la secuencia de Los p¨¢jaros en la que Hedren es atacada en masas por las aves apocal¨ªpticas, de los efectos especiales. En su af¨¢n de realismo o por sus celos convirti¨® en real el ataque de los p¨¢jaros. Y es probable que su cine sea tan perturbador y extraordinario porque su mente siempre anduvo retorcida, porque no fue una persona feliz a pesar de que su arte alcanzara los cielos, de conseguir una gran fortuna, de ser el director de cine m¨¢s reconocido y admirado.
?l tampoco se propuso, desde que era joven, formar parte de los dioses del Olimpo. Se limitaba, como John Ford, a ser el m¨¢s inteligente y profesional de la clase, a realizar su dif¨ªcil trabajo mejor que nadie
Hitchcock hubiera sido el retratista perfecto de esta barbaridad que estamos sufriendo todos, lo m¨¢s salvaje, incre¨ªble y despiadado que le ha ocurrido a la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial. Nadie como ¨¦l plasm¨® mejor en im¨¢genes el horror individual o colectivo, la angustia, el peligro abstracto o real, la pegajosa sensaci¨®n del miedo, la incertidumbre, los fantasmas que engendran la maldad o la soledad, el monstruo acech¨¢ndonos a la vuelta de la esquina, en la puerta de al lado o a cent¨ªmetros de tu cuerpo.
El nombre de Hitchcock nunca aparec¨ªa en los guiones. Daba igual qui¨¦n los escribiera. Su personalidad marcaba de principio a fin todas las historias que filmaba. Y nadie ha pose¨ªdo una imaginer¨ªa visual como la suya, la capacidad para que esas im¨¢genes se incrustaran en las sensaciones del receptor. Si el cine hubiera continuado mudo, Hitchcock seguir¨ªa intrig¨¢ndonos, acojon¨¢ndonos, conmovi¨¦ndonos.
Y a veces, como es l¨®gico, el resultado no estuvo a la altura de las expectativas. En su filmograf¨ªa hay pel¨ªculas menores, pero nunca malas. Si no hubiera abandonado Inglaterra, su cine seguir¨ªa siendo muy bueno, pero Hollywood le ofreci¨® los mejores recursos para que este se convirtiera en una obra de arte. Cuenta el excelente guionista y muy divertido y malicioso escritor William Goldman que el cine de Hitchcock fue grande hasta que Truffaut y otros cultivados esp¨ªritus le convencieron de la enorme trascendencia y coherencia de su obra, de poseer un universo a la altura de los artistas m¨¢s intocables. Hitchcock inicialmente mostr¨® cierto escepticismo hacia tanto justificado halago, pero como era humano, le fue encantando que los m¨¢s inteligentes le consideraran el rey. Seg¨²n el perverso Goldman, a partir de ah¨ª, Hitchcock hizo pel¨ªculas pensando en la opini¨®n de los cr¨ªticos. No es cierto, pero tiene su gracia.
Y ahora que todo dios est¨¢ tan roto que necesita ver comedias y pel¨ªculas relajantes, me entero de que un esperpento claustrof¨®bico, enfermizo y experimental en el peor sentido, una pel¨ªcula titulada El hoyo, de la que solo aguanto los primeros 15 minutos y que se desarrolla en una c¨¢rcel vertical, est¨¢ arrasando entre las apetencias del p¨²blico de Netflix. Qu¨¦ desperdicio recurrir a los suced¨¢neos cuando se puede disfrutar de lo genuino, o sea de Hitchcock, a trav¨¦s de las plataformas digitales.
La pandemia que sufrimos podr¨ªa estar ilustrada en la imagen final de esa obra maestra titulada ¡®Los p¨¢jaros¡¯. La familia, acompa?ada de Tippi Hedren, abandona la casa en la que ha sido acorralada por los p¨¢jaros
?l no solo hubiera hecho algo apasionante en una c¨¢rcel vertical, sino que estoy seguro de que era el ¨²nico director capaz de hacer algo hipn¨®tico que se desarrollara en un ascensor. Lo consigui¨® en N¨¢ufragos, rodada en una barca en medio del oc¨¦ano. Si en tan poco espacio era capaz de crear tal tensi¨®n, imag¨ªnenselo disponiendo de grandes escenarios. Como esos maizales por los que corre Cary Grant perseguido por una avioneta fumigadora en Con la muerte en los talones. Los paseos por San Francisco en los que vaga en estado insomne y completamente desarbolado James Stewart en V¨¦rtigo, recordando obsesivamente a la misteriosa y difunta mujer de la que se enamor¨®, un poema necr¨®filo que podr¨ªa haber escrito Edgar Allan Poe. El g¨¦lido y calculador Cary Grant de Encadenados, utilizando como se?uelo y esp¨ªa a la mujer que ama y que le ama, haciendo que se case con otro, progresivamente envenenada. Todo para cazar a una organizaci¨®n de nazis. O Rebeca, que comienza con aquella frase mitol¨®gica de ¡°ayer so?¨¦ que volv¨ªa a Manderley¡±. Extra?os que se encuentran en un tren y se hacen la macabra propuesta de matar a la exmujer de uno de ellos a cambio de que este asesine al padre del otro. El rostro de una mujer fugitiva y acorralada en Psicosis, que va conduciendo en medio de la lluvia y de la noche, camino del motel donde la espera el monstruo Norman Bates, tan ed¨ªpico como enloquecido.
La pandemia que sufrimos podr¨ªa estar ilustrada en la imagen final de esa obra maestra titulada Los p¨¢jaros. La familia, acompa?ada de Tippi Hedren, abandona la casa en la que ha sido acorralada por los p¨¢jaros. Ocurre al amanecer, sus pasos casi van a c¨¢mara lenta y las aves asesinas milagrosamente se limitan a observarles y les dejan pasar. Las pesadillas que filmaba Hitchcock dejan huella a perpetuidad.
Lo m¨¢s gratificante de ellas es que sabes que tienen un final, que al acabar la pel¨ªcula te vas a reencontrar con la realidad, que te sentir¨¢s aliviado al encenderse las luces de la sala y constatar que no te ocurre nada malo, que tu cuerpo sigue intacto, que el horror solo exist¨ªa en la pantalla.
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