Encuentro en la tercera fase
Desde el confinamiento de la pandemia trato de recobrar ese para¨ªso perdido que en este caso ser¨¢ poder llegar a un encuentro en la tercera fase con el mar de la ni?ez
Primera fase. Es cierto que los ¨²nicos para¨ªsos verdaderos son los para¨ªsos perdidos. Puede que Ca¨ªn en su viaje al este del Ed¨¦n encontrara en el conf¨ªn del desierto la ciudad de Babel llena de teatros, bibliotecas, museos, librer¨ªas, cabarets y discotecas alrededor de una gigantesca torre helicoidal, que solo era la columna de palabras que emanaba de la confusi¨®n de lenguas. Entre todas las oportunidades que le deparaba la maldita libertad adquirida mediante el castigo de su creador, Ca¨ªn opt¨® por ser saxofonista de jazz. Toda la m¨²sica que arrancaba de su instrumento en los garitos e...
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Primera fase. Es cierto que los ¨²nicos para¨ªsos verdaderos son los para¨ªsos perdidos. Puede que Ca¨ªn en su viaje al este del Ed¨¦n encontrara en el conf¨ªn del desierto la ciudad de Babel llena de teatros, bibliotecas, museos, librer¨ªas, cabarets y discotecas alrededor de una gigantesca torre helicoidal, que solo era la columna de palabras que emanaba de la confusi¨®n de lenguas. Entre todas las oportunidades que le deparaba la maldita libertad adquirida mediante el castigo de su creador, Ca¨ªn opt¨® por ser saxofonista de jazz. Toda la m¨²sica que arrancaba de su instrumento en los garitos estaba inspirada en aquel sentimiento del pasado cuando entre los helechos arborescente se sent¨ªa inmortal. La historia del arte y de la literatura, el desarrollo de la ciencia y de la industria es la forma de retornar a aquel estado de la felicidad que no era distinta de la propia naturaleza. De hecho, Babel fue para Ca¨ªn solo una ciudad de paso en su huida detr¨¢s de un sue?o, puesto que hoy toca el saxo con gran ¨¦xito en el Village Vanguard de Manhattan.
Segunda fase. El poeta Friedrich H?lderlin naci¨® en 1770 en Lauffen am Neckar (Suabia) y a los 35 a?os alcanz¨® el estado de la locura que le permit¨ªa hablar una mezcla de alem¨¢n, griego y lat¨ªn hasta el punto de hacer confuso y sublime su lenguaje. Perdido por los bosques de Tubinga, se dedicaba a gritar contra el viento toda la sabidur¨ªa griega aprendida en hex¨¢metros hasta que unos amigos lograron ingresarle en un sanatorio, pero un ebanista llamado Zimmer, que hab¨ªa le¨ªdo sus versos, decidi¨® sacarlo de la cl¨ªnica y llev¨¢rselo a casa, en cuyo desv¨¢n el poeta permaneci¨® confinado hasta su muerte. Durante los 36 a?os de encierro H?lderlin se dedic¨® a recrear el para¨ªso perdido en el que conviv¨ªan los dioses de la antig¨¹edad e hizo ¡°volar su alma como la abeja entre las flores hacia las alturas de Corinto¡± hasta lograr que aquellos mares azules de Grecia llegaran al pie del desv¨¢n de Tubinga donde estaba encerrado. ¡°Vacilante, segu¨ª mi camino, llegu¨¦ hasta el mar y contempl¨¦ las olas¡¡±. La recreaci¨®n literaria e idealista del Mediterr¨¢neo se la debemos en gran parte a este poeta confinado, que desde el interior de la niebla imaginaba ninfas bailando en torno a los manantiales del Parnaso, dioses de m¨¢rmol derribados en medio de vi?as de moscatel, org¨ªas de Dionisos, horizontes tan limpios como el perfil de Apolo. Si H?lderlin hubiera bajado hasta ese pa¨ªs celeste so?ado, donde florecen los limoneros, habr¨ªa encontrado solo mujerucas vestidas de negro y hombres oscuros con bigotes en forma de vencejo. Los templos dedicados a los dioses del Olimpo hab¨ªan sido sustituidos por iglesias iluminadas con putrefactas l¨¢mparas votivas. Por fortuna de la antigua Grecia solo quedan derribados capiteles y columnas de sus templos inexistentes y dioses con el sexo y la nariz rota.
Tercera fase. Conf¨ªn es la l¨ªnea ideal que marca los l¨ªmites de un territorio o el punto m¨¢s lejano que se alcanza con los ojos y tambi¨¦n el extremo del viaje por la ruta de la memoria. Por mi parte, en el confinamiento al que nos ha sometido la peste de la covid-19, la lectura de H?lderlin me ha permitido volver a imaginar el Mediterr¨¢neo como la l¨ªnea azul posible o tal vez inalcanzable de este inminente verano. Ese mar es el de la infancia que se refleja en los cuadros de Sorolla, el de los ni?os desnudos ba?¨¢ndose con la luz del sol dentro del agua. Entre todos los cuadros que pint¨® en X¨¤bia en 1909 prefiero el de ese ni?o desnudo que echa a navegar entre las olas un peque?o balandro de juguete. Siempre he cre¨ªdo que ese peque?o velero de papel es el ¨²nico barco verdadero porque lleva a bordo todos los sue?os que se van a desarrollar a lo largo de la vida. En ese balandro he navegado por todas las islas de Mediterr¨¢neo, por las de Formentera e Ibiza todav¨ªa en estado preternatural, por las del J¨®nico y el Egeo, y en ¨¦l atraqu¨¦ en todos los puertos que Kavafis recomienza demorarse antes de llegar a ?taca. Mientras la brisa tra¨ªa de una cercana verbena los sones de una canci¨®n de Mustaki que cantaba Melina Mercuri, desde la cubierta de ese barco de papel descubr¨ª una noche que el cielo estrellado del Mediterr¨¢neo era un cuadro de Joan Mir¨®. Las constelaciones estaban formadas por signos algebraicos, ojos azules, p¨¢jaros amarillos y sexos femeninos. Amenazado por la peste, desde el confinamiento de la pandemia trato de recobrar ese para¨ªso perdido que en este caso ser¨¢ poder llegar a un encuentro en la tercera fase con el mar de la ni?ez, con el silencio neum¨¢tico del oleaje que resuena en la memoria, con las barcas de pesca varadas en la orilla que proyectan una sombra violeta en la arena, como en los cuadros de Sorolla.