Un anacoreta en cada balc¨®n
Ahora el desierto son las calles vac¨ªas, las playas deshabitadas, las carreteras desnudas, los cines clausurados, los estadios muertos, las estaciones y aeropuertos paralizados en todo el mundo
El desierto siempre ha atra¨ªdo a los profetas, quienes trav¨¦s de un sol feroz estallado en el cr¨¢neo, esperaban recibir el mandato para salvar a su pueblo; en el desierto han buscado los anacoretas entre abrojos compartidos a medias con los lagartos y las cabras la redenci¨®n de su alma. El desierto de la Tebaida fue un refugio de los ascetas proto-cristianos que hu¨ªan de la corrupci¨®n del mundo y llegaban vestidos de esparto, con sandalias polvorientas y un zurr¨®n lleno de mendrugos al Alto Nilo en busca de la incontaminaci¨®n del esp¨ªritu. Alucinado por la luz ardiente de la sequ¨ªa San Antonio, el m¨¢s insigne pionero de esta clase de traves¨ªa espiritual, ve¨ªa bailar al demonio bajo la forma de una mujer desnuda y cuyo ¨²nico solaz se lo proporcionaba un cuervo que cada cierto tiempo le llevaba una torta de pan en el pico. Sobre las tentaciones de San Antonio escribi¨® Gustave Flaubert una obra maestra. No ha sido el ¨²nico artista que se ha sentido inspirado por esta locura surrealista.
En 1965 Lu¨ªs Bu?uel rod¨® en M¨¦xico una pel¨ªcula de 45 minutos, con guion de Julio Alejandro, basada en la vida de Sim¨®n el Estilita, un monje sirio, nacido el Cilicia alrededor del a?o 400 y muerto en Alepo, a quien su extrema austeridad le llev¨® a creer que eran muy poco rigurosas las reglas del convento y decidi¨® abandonarlo. Para aislarse del mundo primero se meti¨® en una cisterna seca atado a una cadena, pero molesto por tantos devotos que acud¨ªan a pedirle consejo, se escondi¨® en una cueva m¨¢s profunda todav¨ªa y como tampoco all¨ª pod¨ªa hacer a gusto su penitencia porque sus fieles no cesaban de ir en peregrinaci¨®n a venerarle, opt¨® por subirse a una columna en pleno desierto bajo el viento y el sol de fuego. Esta vez emprendi¨® una huida definitiva hacia arriba para separarse de la multitud contaminada que ten¨ªa a su alrededor y a medida que el n¨²mero de seguidores crec¨ªa Sim¨®n se hac¨ªa construir una columna m¨¢s alta. La primera de tres metros, la segunda de siete, la tercera de 20, la cuarta de 40 y en esta pas¨® los ¨²ltimos 37 a?os de su vida, a veces apoyado en un solo pie, aliment¨¢ndose con los v¨ªveres que sus disc¨ªpulos le met¨ªan en un capacho y que el santo sub¨ªa con una cuerda.
Debido a la pandemia del Covid19 m¨¢s de mil millones de personas est¨¢n encaramadas en su propia columna para evadirse de la contaminaci¨®n y de la muerte
Lleno de un humor sacr¨ªlego Lu¨ªs Bu?uel en esa pel¨ªcula inconclusa por falta de presupuesto y no obstante profunda y divertida, se cuenta con planos prodigiosos e in¨¦ditos la historia de este anacoreta, que invent¨® el cilicio, un cintur¨®n de espinas met¨¢licas que se ataba al muslo o a la cintura hasta incrustarse en la carne. Lu¨ªs Bu?uel se mueve a sus anchas en este surrealismo religioso cuya demencia ha excitado siempre su genio. Aqu¨ª est¨¢n sus criaturas, un enano contrahecho, cabras fam¨¦licas, advertencias y admoniciones del santo, el diablo en forma de mujer, disputas teol¨®gicas entre sus disc¨ªpulos al pie de la columna.
En 1976 el cineasta Juan Estelrich dirigi¨® la pel¨ªcula El Anacoreta, con guion de Rafael Azcona, protagonizada por Fernando Fern¨¢n G¨®mez. Se trata de un tipo de mediana edad, que un d¨ªa decide encerrarse en el cuarto de ba?o y no salir nunca m¨¢s a la calle, ni siquiera al resto de la casa donde vive su familia. En el cuarto de ba?o este moderno anacoreta recibe a los amigos y su ¨²nico contacto con el exterior lo realiza por medio de mensajes metidos en tubos de aspirinas que arroja por el retrete como el n¨¢ufrago lanza una botella al mar con la esperanza de que alguien lo lea. Una chica muy atractiva encuentra este mensaje, decide conocer al anacoreta y un d¨ªa se presenta en el cuarto de ba?o y entre ellos se realiza una historia de amor.
Debido a la pandemia del Covid19 m¨¢s de mil millones de personas est¨¢n encaramadas en su propia columna para evadirse de la contaminaci¨®n y de la muerte. Hoy cada balc¨®n es el capitel de la columna de Sim¨®n el Estilita. Cada una de las estancias de una casa, el recibidor, el pasillo, las habitaciones, el comedor y los cuartos de ba?o se han convertido en refugios de anacoretas confinados a la fuerza, que obtienen su alimento a trav¨¦s de Google, una versi¨®n moderna de la cuerda con que Sim¨®n elevaba el capacho lleno de v¨ªveres o del cuervo que les llevaba una torta en el pico a san Antonio. Ahora el desierto son las calles vac¨ªas, las playas deshabitadas, las carreteras desnudas, los cines clausurados, los estadios muertos, las estaciones y aeropuertos paralizados en todo el mundo. Si desde un sat¨¦lite se pudiera fotografiar semejante espect¨¢culo, se ver¨ªan m¨¢s de mil millones de columnas en forma de balcones desde donde los anacoretas predican, tocan variados instrumentos, cantan, r¨ªen, lloran, claman a Dios, maldicen su suerte, esperan la salvaci¨®n. Ninguno de estos anacoretas ha renunciado a la vanidad. Cada uno reclama sus minutos de gloria. Lo mismo le pasaba a Sim¨®n el Estilita, a quien, en la pel¨ªcula de Bu?uel, al final el demonio se lo lleva a bailar el rock.
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