La soledad de la musa

Hay una delicada e inesperada confesi¨®n detr¨¢s de Marianne y Leonard: palabras de amor, el documental que recoge la relaci¨®n de ocho a?os que mantuvieron el m¨²sico canadiense Leonard Cohen y la jipi noruega Marianne Ihlen. Cohen era entonces un joven aspirante a escritor sin demasiada seguridad en s¨ª mismo que daba tumbos por Europa lejos de su acomodada familia jud¨ªa. Ella, una rubia n¨®rdica de ojos achinados y sonrisa radiante, algo acomplejada por su cara redonda, que viv¨ªa con su hijo de corta edad en la isla griega de Hydra en busca del para¨ªso y de s¨ª misma. El resto es conocido: despu¨¦s de ocho a?os de idas y venidas Marianne solo sac¨® en claro protagonizar una de las canciones m¨¢s famosas y melanc¨®licas de la historia y Cohen se pase¨® por el mundo susurr¨¢ndosela a miles de mujeres.

Pero lo que parec¨ªa un documental m¨¢s que estira el chicle de la an¨¦cdota se revela como un sutil e inesperado homenaje a una mujer que, seg¨²n vamos descubriendo, tambi¨¦n fue ¨ªntima amiga, mentora y c¨®mplice del director de la pel¨ªcula. Nick Broomfield (narrador de la historia por un motivo) se hab¨ªa acercado en otras ocasiones a iconos de la m¨²sica popular (Whitney Houston, Kurt Cobain, Notorious BIG) pero aqu¨ª su objetivo no es solo el mito, en este caso un imberbe y narcisista Cohen perdido en el laberinto de su arte, sino su musa. Una musa que no es tratada como un mero objeto, sino como una mujer que am¨® (y no solo al m¨²sico) y fracas¨® (aunque tampoco del todo).

El resultado es un documental trist¨ªsimo. La historia de un para¨ªso perdido y de una mujer perdida. Tambi¨¦n la de un ni?o que, como tantos ni?os perdidos en islas de cuento, no supo asimilar la libertad de su madre y acab¨® media vida en psiqui¨¢tricos. Cara y cruz del amor jipi, otro espejismo m¨¢s de una libertad cercada por el agua. Hay mil detalles en esta pel¨ªcula que trasladan su esfuerzo en mostrar ese dif¨ªcil equilibrio entre vida y obra. Todos los implicados tienen voz, y, como es l¨®gico, Cohen goza del protagonismo que merece. Y la historia no es demoledora con ¨¦l porque la propia Marianne jam¨¢s lo fue. En su recta final, Broomfield retrata a dos ancianos que a su manera se han perdonado. ?l, en su atalaya, canta So Long, Marianne, mientras una anciana y bella Marianne escucha. En su lecho de muerte, ella pide que la graben mientras alguien le lee la carta de despedida del viejo Leonard. Podr¨ªa resultar imp¨²dico, pero no lo es. Al fin la musa no est¨¢ tan sola.