La muerte ya no es una fiesta
La pandemia del coronavirus no solo est¨¢ arrebatando vidas y trabajos. Tambi¨¦n ha quebrado los rituales y s¨ªmbolos funerarios esenciales para la identidad mexicana
Brandon y sus primos han estado toda la ma?ana raspando la tumba de su abuelo. Raspar significa cavar la tierra, quitar la l¨¢pida, abrir el f¨¦retro, guardar los huesos en bolsas y dejar espacio en el hoyo para el siguiente difunto. Mientras maniobraban con los restos del se?or Fernando, los primos no han parado de fumar cigarro tras cigarro. Dicen que es para protegerse del aire que sale de la tumba, dicen que ¡°el aire¡± te entra por la boca, te pone los ojos rojos y te da dolor de cabeza.
El f¨¦retro de Do?a Urita, la esposa del se?or Fernando, lleg¨® al cementerio a las 3 de la tarde a hombros de siete de sus 12 nietos. El guarda del pante¨®n les abri¨® la puerta que llevaba cerrada todo el d¨ªa y s¨®lo dej¨® entrar a la familia. Caminaron en silencio bajo un sol de plomo. No hubo p¨¦talos de flores por el suelo, ni cohetes en el cielo, ni alcohol, ni m¨²sica de mariachis. La pandemia ha obligado a rebajar las tradicionales exequias mexicanas hasta convertirlas casi en un recuerdo legendario.
El pante¨®n de San Andr¨¦s Mixquic lleva tres semanas cerrado y nadie termina de acostumbrarse. El cementerio es el lugar m¨¢s famoso de este pueblo de campesinos y agricultores de la periferia de la capital, casi en el borde con Estado de M¨¦xico. Desde antes de la colonia ¡ªcuando Mixquic era un islote en medio del lago de Chalco¡ª, el pueblo tiene una relaci¨®n especial con la muerte. Mictlantecuhtli era la deidad mexica de los muertos, el custodio del bien morir durante el largo viaje por el inframundo. Una escultura suya, de cuerpo entero y terminada en una calavera sonriente con un tocado sobre el cr¨¢neo, preside el patio de la iglesia, que a¨²n forma parte del recinto del cementerio.
A Mictlantecuhtli lo encontraron los frailes franciscanos cuando empezaron levantar la iglesia sobre las ruinas del templo, arrasado en 1521 por las tropas de Cort¨¦s. Parte de la cosmovisi¨®n nahua ¡ªla cultura de los antiguos pueblos del valle de M¨¦xico¡ª sobrevivi¨® sin embargo a la evangelizaci¨®n cat¨®lica, dando paso a este particular sincretismo m¨ªtico-religioso que mezcla calaveras sonrientes y patios barrocos.
La expresi¨®n m¨¢s acabada de este mestizaje es la celebraci¨®n del D¨ªa de Muertos, reconocida por la UNESCO como patrimonio cultural. El d¨ªa 2 de noviembre, d¨ªa de los Fieles Difuntos para la Iglesia Cat¨®lica, el pante¨®n de Mixquic se convierte en una gran fiesta con las tumbas decoradas y repletas de comida y bebida para agasajar a los muertos, que por un d¨ªa regresan a visitar a sus familiares. El fervor baja de intensidad durante el resto del a?o, pero cada sepelio sol¨ªa ser otra celebraci¨®n.
¡°Si no fuera por el virus, ahora estar¨ªamos aqu¨ª el triple de gente, habr¨ªamos contratado m¨²sica en vivo y chupe. Pero todo eso ahora no se puede¡±, cuenta Brandon desde el fondo del pante¨®n. La familia acaba de dejar el f¨¦retro junto a la tumba que hab¨ªan abierto por la ma?ana. Han tra¨ªdo una cuerda para atar el ata¨²d y poder bajarlo hasta el hoyo. No hay sepultureros en Mixquic y el p¨¢rroco tampoco ha venido. Todo queda en familia. Durante la faena, los primos siguen fumando. Es por ¡°el aire¡±. Tambi¨¦n han tra¨ªdo una jarra con agua bendita. Antes de tapar con tierra el f¨¦retro, han empapado de agua un crisantemo blanco y han rociado al ata¨²d.
¡°En una concepci¨®n tradicional de la muerte, como sucede en pueblos como Mixquic, es muy problem¨¢tico no poder despedir a los difuntos seg¨²n los rituales. Desde el punto de vista, digamos sobrenatural, y tambi¨¦n desde el comunitario. Los funerales son eventos colectivos a los que suele acudir todo el pueblo y la pandemia est¨¢ rompiendo las reglas¡±, apunta el doctor en Estudios Mesoamericanos de la UNAM, Federico Navarrete. ¡°La fiesta es un momento muy importante porque es el momento de afirmaci¨®n de los lazos sociales. La fiesta ritual marca el tr¨¢nsito del difunto de miembro vivo de la comunidad a formar parte de los antepasados¡±.
Entre la tumbas del cementerio hay botellas vac¨ªas de tequila y whisky. Recuerdos de los tiempos precovid. El guarda nos cuenta c¨®mo fue el sepelio de un chico joven que mataron hace unos meses. ¡°Vinieron sus amigos, tra¨ªan muchas motos. Ya en la tarde se empezaron a tomar y a cantar. Pusieron canciones en una bocina, bien alto. Estuvieron un buen rato echando su relajo. Ya muy tarde su fueron bien tomados todos¡±.
En los estudios sobre lo mexicano, ha sido un lugar com¨²n afirmar que su relaci¨®n con la muerte, esta supuesta burla y desprecio, apunta inconscientemente a un desprecio hacia la vida. En 1950, Octavio Paz escribi¨® en El laberinto de la soledad: ¡°Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida¡±. Casi 40 a?os despu¨¦s, el antrop¨®logo Roger Bartra impugn¨® esta tesis, al considerar que se trata m¨¢s bien de una proyecci¨®n de las clases altas, cultas y urbanas del M¨¦xico moderno.
Para Bartra, detr¨¢s del mito de la indiferencia mexicana ante la muerte hay algo entre la fatalidad religiosa del mundo campesino y un desd¨¦n se?orial por la vida de los pobres. ¡°Es una manifestaci¨®n del desprecio de las clases dominantes por la vida de los hombres que se encuentran en la miseria. Hay hombres cuya vida no vale mucho a los ojos de los amos¡±, escribi¨® en La jaula de la melancol¨ªa (1987), donde recoge la explicaci¨®n cient¨ªfica sobre por qu¨¦ el hombre es el ¨²nico animal que es consciente de la inexorabilidad de la muerte. Decir que un ser humano no tiene miedo a la muerte es considerarlo como un animal.
A los pies de la tumba de su abuela, Brandon parece inclinarse m¨¢s bien por la tesis de Paz. ¡°Nos pasa un poco como en ?frica ?no? Como somos pobres, se suele decir que el mexicano viene a sufrir en vida y cuando muere pues ya por fin va a descansar¡±. La frase de Brandon recuerda a los personajes de los cuentos de Juan Rulfo, que tras sufrir la penalidades del campo sol¨ªan decir: ¡°Se alivi¨® hasta de vivir¡±. La cultura mexicana ha cimentado el mito del campesino como h¨¦roe mestizo y tr¨¢gico, sacrificado en el altar de las promesas incumplidas de la Revoluci¨®n. Para Bartra, ¡°la imaginer¨ªa nacional ha convertido a los campesinos en personajes dram¨¢ticos, v¨ªctimas de la historia, ahogados en su propia tierra¡±, seres melanc¨®licos, herederos de la supuesta pureza ind¨ªgena, que solo en la muerte encuentran la reconciliaci¨®n con el ed¨¦n perdido.
La tristeza del mariachi
Es viernes por la tarde y Guillermo Pati?o arrastra su guitarr¨®n a la espalda y sus espuelas de charro por la plaza Garibaldi, el coraz¨®n mariachi de la capital. Un viernes a esta hora ya deber¨ªa haber remolinos de gente. Los mariachis deber¨ªan estar cantando canciones a cambio de un pu?ado de pesos. Pero la plaza est¨¢ desierta. ¡°No hay mucha chamba, la verdad¡±, reconoce Pati?o. Adem¨¢s de sacar algo con las canciones, Garibaldi es el escaparate mariachi para alquilar sus servicios en bodas, serenatas, cumplea?os, velatorios y entierros. Pero los eventos tambi¨¦n se han reducido. A los panteones ya no les dejan entrar y en este mes Pati?o solo ha tenido un velorio.
En sus 50 a?os como mariachi pocas veces ha visto la plaza tan vac¨ªa. Su pap¨¢ y su abuelo tambi¨¦n fueron mariachis en Garibaldi. De ni?o, se escapaba a cantar en una vieja pulquer¨ªa del barrio. El resto de m¨²sicos le llamaban El chicharito porque era diminuto como un guisante. Cuando creci¨®, panz¨®n pero robusto, piel tostada y un frondoso pelo tiz¨®n que todav¨ªa conserva a sus 63 a?os, le cambiaron el apodo por el de Frijol.
El ¨²ltimo velorio fue a principios de mayo, entradas ya las medidas sanitarias m¨¢s duras. Fue por Iztapalapa, uno de los barrios m¨¢s populares de la ciudad. Hasta all¨ª se lanz¨® el Frijol con su banda en formato corto ¡ªguitarr¨®n, vihuela, trompeta y dos violines¡ª porque ¡°ahora con lo de su sana distancia tampoco le dejan entrar¨¢ a 10 mariachis en la funeraria¡±. Pocos pero todos con el traje charro: botines de charol y espuelas, pantal¨®n y chaquetilla negros con ribetes plateados, camisa pachuque?a y corbata de rebozo, sombrero de ala ancha y cubrebocas. El folclor en tiempos de covid.
El mariachi charro es uno de los s¨ªmbolos nacionales mexicanos. Y como toda imagen m¨ªtica, su construcci¨®n tampoco fue inocente. Hasta bien entrado el siglo XX, el mariachi apenas sonaba fuera de la costa oeste ¡ªJalisco, Nayarit y Colima¡ª y su est¨¦tica era la de un campesino humilde: poncho colorado, camisa de manta y huaraches. Era la ant¨ªtesis del lujo charro ¡ªplateados, ribetes¡ª de los hacendados criollos del norte del pa¨ªs, una est¨¦tica asociada incluso a los polic¨ªas rurales y sus oscuras tareas de represi¨®n durante el porfiriato. Fueron dos mundos antag¨®nicos hasta el boom del cine mexicano de los a?os 30, que fusion¨® ambas imaginarios con el nacimiento del charro cantor como prototipo, otra vez, mestizo.
¡°El charro cantor ¡ªescribe Enrique Serna en la antolog¨ªa Mitos mexicanos¡ª fue una figura que aboli¨® las diferencias regionales. Un s¨ªmbolo de reconciliaci¨®n entre dos clases separadas por la Revoluci¨®n y que volvieron a encontrase en el M¨¦xico id¨ªlico fabricado por nuestro cine: la m¨²sica del pueblo vest¨ªa de gala y al antiguo patr¨®n arrogante asum¨ªa la personalidad de un bandido simp¨¢tico¡±. El nuevo h¨¦roe nacional quedar¨ªa a su vez marcado desde su fundaci¨®n por defectos ancestrales asociados a lo mexicano: ¡°machismo, fanfarroner¨ªa, alcoholismo, despreci¨® a la vida¡±.
Una bala entr¨® hace algunos a?os por la parte interior del b¨ªceps del Frijol y sali¨® limpia por el otro costado. Su banda hab¨ªa estado tocando en una boda y a la salida del pueblo les robaron el dinero, todos lo instrumentos y hasta los botones plateados del traje. A los pocos d¨ªas, los ladrones pensaron que ser¨ªa una buena idea revender los instrumentos robados en la plaza Garibaldi. Los mariachis les identificaron y comenz¨® la acci¨®n. El Frijol sali¨® a la carrera detr¨¢s de uno de los ladrones. ¡°Le agarr¨¦ del cabello y le tir¨¦ al suelo. Cuando se hizo para atr¨¢s sac¨® una escuadra [pistola de calibre grueso] y me dispar¨® a quemarropa. Me alcanz¨® el brazo izquierdo pero no el hueso¡±. Desde entonces, el brazo del mariachi tiene dos cicatrices que parecen dos huesos de ciruela. ?l mismo, cuenta, se lav¨® la herida en su casa ¡°para sacar la p¨®lvora¡±, se puso un trapo y sali¨® de nuevo a trabajar.
El Frijol no tiene muy claro eso de que el mexicano desprecie la vida y se burle de la muerte, pero s¨ª reconoce que en los pueblos ha visto a ¡°chamaquitos de 13 a?os con pistola fajada o echando pleitos a machetazos¡±. Y eso, a todo el pueblo le parec¨ªa normal. Una de las canciones que le suelen pedir en los velorios y entierros, sobre todo cuando el difunto es un hombre mayor, es Yo soy mexicano, una ranchera popularizada en las pel¨ªculas de mariachis de los a?os 40 por Jorge Negrete:
Yo soy mexicano y orgullo lo tengo
Nac¨ª despreciando la vida y la muerte
Y si echo bravatas, tambi¨¦n las sostengo
Mi orgullo es ser charro, valiente y bragao
Traer mi sombrero con plata bordao
Que naide me diga que soy un rajao
A todos esos c¨®digos ¡ªfatalismo, bravuconer¨ªa, desapego a la vida¡ª inscritos en la cultura popular habr¨ªa que a?adir uno m¨¢s: la dimensi¨®n heroica, asociada de nuevo a la m¨ªstica revolucionaria. Si el mito del campesino estaba rodeado de resignaci¨®n, el h¨¦roe mariachi es capaz de rebelarse con ¨¦pica ante el mundo bravo. Pero para ambos, seg¨²n Bartra, el destino es el mismo: ¡°Sumergidos en la amargura, la cultura nacional les propone el ¨²nico gesto heroico posible: morir f¨¢cilmente, como solo los miserables saben hacerlo¡±.
¡°M¨¦xico es una cultura pesimista que sabe que la vida te va a romper el coraz¨®n. Las culturas pesimistas tienen hijos m¨¢s generosos y funerales m¨¢s opulentos¡±, escribi¨® en los noventa el autor chicano Richard Rodr¨ªguez, c¨¦lebre por sus ensayos en los que compara la diferencias entre la cultura mexicana y estadounidense. En la vida y en la muerte. Las im¨¢genes de Nueva York con fosas comunes y camiones de mudanza para almacenar cad¨¢veres podr¨ªa considerarse la quintaesencia del pragmatismo austero anglosaj¨®n. En M¨¦xico, la pandemia ha apagado las trompetas de los mariachis pero sus difuntos a¨²n reclaman ser despedidos como h¨¦roes.
Chicharr¨®n para los muertos
Una cruz de piedra negra sobre un pedestal. En el siguiente escal¨®n, calaveras talladas tambi¨¦n en la piedra. Debajo, en una especie de recipiente abierto del tama?o de una ba?era, una pila de huesos humanos, un crucifijo de n¨¢car, la cabeza de una mu?eca y otra figura peque?ita, un esqueleto con t¨²nica cubri¨¦ndole el cr¨¢neo y una guada?a: la Santa Muerte, el reverso tenebroso del sincretismo mexicano, asociada al mundo del hampa y el narco.
A este ecl¨¦ctica construcci¨®n levantada en medio del pante¨®n de Mixquic, Brandon le llama Tzompantli. El macabro altar donde los mexicas empalaban los cr¨¢neos de los prisioneros, enviando un mensaje a sus enemigos y, de paso, un homenaje a Huitzilopochtli, dios de la guerra. Brandon dice tambi¨¦n que esa es la entrada del Mictl¨¢n, el hogar de los muertos por causas naturales, por la que se deslizar¨¢ su abuela hasta cruzar las nueve puertas del inframundo.
Burritos, pinole, pulque, chicharr¨®n. ¡°Se le ponen ofrendas a los difuntos para su largo viaje. Comida, bebida, incluso lumbre, para que pueden alumbrar el camino¡±, dice Alejandro Mart¨ªnez mientras con unas pinzas introduce una corteza de cerdo gigante en grasa hirviendo. Mart¨ªnez trabaja en el puesto de chicharr¨®n de enfrente del cementerio y recuerda haber visto pasar marchas f¨²nebres lideradas por caballos (porque el muerto era jinete) y tractores (porque era agricultor). Esta tarde, sin embargo, las calles est¨¢n desiertas. Brandon y sus primos cargaron el f¨¦retro de su abuela con la ¨²nica compa?¨ªa de una decena de familiares y los cuatro taxis vac¨ªos a las puertas del cementerio.
¡°Los pueblos nahuas cre¨ªan en una cierta perspectiva del peregrinaje. Exist¨ªa la concepci¨®n de viaje, de que se iba caminando incluso despu¨¦s de la muerte¡±, explica Blanca Paredes, historiadora y arque¨®loga del Instituto Nacional Antropolog¨ªa e Historia (INAH). El concepto de peregrinaje est¨¢ tambi¨¦n en la matriz del sincretismo entre tradiciones. Sin embargo, la concepci¨®n unitaria del alma cristiana chocaba con la atribuci¨®n a un mismo individuo de varias entidades an¨ªmicas, que marcaban un destino diferente al morir: los guerreros iban al tonatiuh, los de muerte natural al Mictl¨¢n, los ahogados al Tlalocan, los lactantes al Chichihuacuauhco.
La muerte no ten¨ªa la connotaci¨®n moral cristiana, (infierno y para¨ªso, castigo y premio) pero desde luego s¨ª solemne y reverencial. ¡°Sent¨ªan en forma punzante ¡ªescribe Bartra¡ª la angustia de la muerte, pero sus interpretaciones m¨ªtico-religiosas no contribu¨ªan, a diferencia del cristianismo, a adormecer ese sentimiento¡±. Era una fen¨®meno cercano y natural porque no hab¨ªa un corte tan claro entre las dos esferas, una era la prolongaci¨®n de la otra. ¡°Pon¨ªan el ¨¦nfasis en la vida, pero no en la salvaci¨®n individual dependiendo de los actos de cada uno", explica el historiador de la UNAM. "Lo importante era la buena vida en comunidad que continuaba despu¨¦s en la muerte. Los difuntos no viv¨ªan lejos, estaban la colina o en el pante¨®n¡±.
En el cementerio de Mixquic, una de las tumbas tiene forma de pir¨¢mide. Est¨¢ la l¨¢pida cubierta de plantas y en la cabecera hay una construcci¨®n cuadrangular de hormig¨®n, del tama?o de una mesa de ping-pong, distribuida por pisos y terminada en punta como en las zonas arqueol¨®gicas prehisp¨¢nicas. Tiene una cruz cat¨®lica plantada al lado con una inscripci¨®n: Imelda San Miguel Garc¨¦s (1032-2014). Regresa al cosmos. Feliz viaje¡±. A Brandon le parece normal la pir¨¢mide y el tzompantli con huesos humanos. ¡°Soy cristiano pero tambi¨¦n creo en la tradici¨®n de mis mayores¡±, dice mientras nos muestra con el celular una foto del altar de nueve pisos que prepararon para su abuelo el a?o pasado por el D¨ªa de Muertos. Nueve pisos que simbolizan los pasos hasta alcanzar el cielo. Nueve pisos para llegar al final del Mictl¨¢n.