Y el templo reabri¨® sus puertas
Las sensaciones del cr¨ªtico de cine de EL PA?S al acudir a una sala de cine despu¨¦s de casi cuatro meses
La iniciativa de volver a pisar el templo, o sea, el cine, no surge de mi deseo, sino que me lo sugieren en mi muy agradecido trabajo, consistente en que te paguen por escribir y hablar de lo que m¨¢s me ha gustado en la vida. No supone una prioridad del feligr¨¦s por regresar al lugar de culto despu¨¦s de haber pasado meses refugiado en el desierto de una casa en soledad. Tampoco el s¨ªndrome de abstinencia del adicto ni a la inaplazable necesidad de volver a pisar las calles. Pero lo hago. Enfundado en esa opresiva e indeseable mascarilla y siguiendo con cort¨¦s desgana el discurso del ilustrado taxista sobre la llegada del apocalipsis.
Atravieso el pasaje que une la madrile?a Plaza de los Cubos con la calle Mart¨ªn de los Heros, poblado por m¨¢s sin techo que nunca, numerosos colchones y mantas, cartones de vino, algunos perros a la deriva, desamparo puro y duro. Me han sacado la entrada por Internet y me hacen fotos al lado del cine Renoir. Si normalmente no s¨¦ qu¨¦ careto poner cuando me enfoca una c¨¢mara y consciente de que jam¨¢s podr¨ªa ganarme la vida como actor, mi expresi¨®n en esos momentos debe de parecerse a la de un zombi.
El silencio es absoluto. Mi tabaquismo me provoca un par de toses y me alarmo, pero nadie me da la inquisitorial bronca ni sale de estampida.
Y entro en una sala peque?a y ocupada por un tercio de enmascarados espectadores. Debido a la separaci¨®n de las butacas ignoro si hay parejas o si todos somos solitarios celebrando el advenimiento de nuestro tanto tiempo clausurado dios. Comprendo con disgusto que mi tique no pertenece a las primeras filas, una man¨ªa a la que soy fiel desde tiempos ancestrales. Quiero decir, no me gusta tener a nadie cerca en la sala, a no ser gente querida. Y, por supuesto, detesto el crujido de las palomitas en las deleitadas bocas de los espectadores, el ruido al quitar el pl¨¢stico de los chocolates, el parloteo. Afortunadamente, ninguno de esos monstruos se han dado cita all¨ª. El silencio es absoluto. Mi tabaquismo me provoca un par de toses y me alarmo, pero nadie me da la inquisitorial bronca ni sale de estampida.
He visto casi todas las pel¨ªculas que han programado. Solo desconozco o creo no recordar nada (me cuentan que concurs¨® en un festival de Cannes) de Little Joe. Es una producci¨®n con medios muy limitados y la dirige una se?ora austriaca. Descubro con estupor que el argumento se centra en el nacimiento y posterior imperio de una pandemia. Las plantas creadas en un laboratorio y que presuntamente ahuyentar¨¢n la depresi¨®n en la gente, le otorgar¨¢ estabilidad emocional, placidez o algo parecido a la felicidad, en realidad son devoradoras de la personalidad y contagian a todo el personal, empezando por el ni?o de una de las inventoras.
La idea es inquietante y tibio el desarrollo. Y me digo: no pod¨ªas haber elegido una pel¨ªcula m¨¢s tranquilizadora y adecuada para los siniestros tiempos que estamos padeciendo. Mi masoquismo me aconseja que para tener una jornada plena al llegar a casa revise La invasi¨®n de los ladrones de cuerpos y su remake La invasi¨®n de los ultracuerpos. Seguro que contribuir¨ªan a que mi sue?o fuera m¨¢s que tranquilo, incluso dionisiaco.
Lo de recluirme en una sala oscura ante una gran pantalla jam¨¢s me ha fallado, es un cuelgue eterno que nunca me ha dejado resaca
Al finalizar Little Joe ninguno de los enmascarados nos fijamos en los otros. Y me pregunto inevitablemente por el futuro de los cines. El mayoritario p¨²blico con el que me he cruzado en los ¨²ltimos a?os somos gente de la tercera, la cuarta o la quinta edad. Y ni?os acompa?ados por sus progenitores. Bueno, de vez en cuando tambi¨¦n he visto j¨®venes haciendo cola para deglutir cine de superh¨¦roes, galaxias muy lejanas y otras apasionantes movidas. No es mi rollo y dudo que lo fuera aunque tuviera veinte a?os.
Mi alma anciana desea con fuerza que se mantenga ese acto casi residual de ir al cine. Explicar su encanto ser¨ªa reiterativo y absurdo. Ya s¨¦ que puedes consumir en la pantalla de un tel¨¦fono y en los lugares m¨¢s ex¨®ticos todas las pel¨ªculas que desees. Ser¨¢ otro tipo de disfrute que me voy a perder, ya no quiero probar nuevas drogas. Lo de recluirme en una sala oscura ante una gran pantalla jam¨¢s me ha fallado, es un cuelgue eterno que nunca me ha dejado resaca, el refugio m¨¢s s¨®lido y duradero que he encontrado nunca. Constato que se cumplen 60 a?os del estreno de El apartamento, la pel¨ªcula que m¨¢s amo, junto a El buscavidas, en la historia del cine. Nadie me podr¨ªa convencer de que el espacio natural para saborearlas ser¨ªa en un aparato diminuto mientras que das un paseo o intentas matar el tiempo. Por cierto, qu¨¦ horror nihilista contiene esa definici¨®n de matar el tiempo.
LITTLE JOE
Direcci¨®n: Jessica Hausner.
Int¨¦rpretes: Emily Beecham, Ben Whishaw, Kerry Fox, Kit Connor.
G¨¦nero: drama. Austria, 2019.
Duraci¨®n: 105 minutos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.