G¨®tico sure?o
La truculenta historia de los Louvin Brothers, el emblem¨¢tico ¡®d¨²o country¡¯
Jeff Jones es, seguramente muchos lo saben, el actual jefe de Apple Corps, la empresa que gestiona ese manantial de oro que son los derechos de los Beatles. Culpable, entre par¨¦ntesis, de esa pol¨ªtica comercial que coloca las cajas deluxe a precios siderales¡ que un a?o despu¨¦s bajan casi a la mitad. Pero antes, Jeff dirigi¨® el sello Legacy, que explota el inmenso cat¨¢logo de Sony Music. Amante del jazz, fue el responsable de los memorables ¨¢lbumes que recuperaban casi todo lo grabado por Miles Davis en su ¨¦poca el¨¦ctrica.
En 2005, presidi¨® la convenci¨®n mundial de Legacy en Londres. Uno de los speakers quiso hacer una gracieta y proyect¨® la portada de Satan Is Real, un LP de los Louvin Brothers. Vestidos de blanco, los hermanos gesticulan frente a la silueta de un demonio con su tridente, entre llamas. Un chiste de chico moderno: ¡°Vean qu¨¦ paletos¡±. Un chiste que sal¨ªa barato: Satan Is Real fue publicado en 1959 por la competencia, Capitol Records.
Jones, un se?or muy educado, no pudo evitarlo y salt¨® de su asiento: ¡°No hagan bromas, ?es un disco formidable!¡±. Cierto, cierto. E influyente: su invisible forma de empastar las voces incluso entr¨® en el vocabulario del rock, gracias a la devoci¨®n de Gram Parsons, que cant¨® sus temas con The Byrds, los Flying Burrito Brothers o Emmylou Harris. Parsons se identificaba con el drama interno de los Louvin: la atracci¨®n por el pecado contradec¨ªa sus creencias en el cristianismo fundamentalista.
Sale ahora la autobiograf¨ªa de Charlie Louvin, inevitablemente titulada Sat¨¢n es real (Es Pop Ediciones). Un libro redactado por un profesional, aunque conserve el tono coloquial de Charlie. Cualquier cantante de m¨²sica popular, en cualquier latitud, podr¨ªa firmar un libro similar. Pero quiz¨¢s no resultar¨ªa tan desgarrador, tan revelador. Comienza con una visita de los hermanos a la casa familiar, en las profundidades de Alabama. Ira Louvin, que ha estado bebiendo durante el viaje, insulta a su madre; su hermano le da ¡°una somanta de palos¡± y los dos emprenden la huida, temerosos de que aparezca el padre, el verdadero se?or de la furia.
Estamos en el territorio del southern gothic literario, con sus familias torturadas, su racismo ancestral, su Ca¨ªn y su Abel. Tambi¨¦n nos sit¨²a en los inicios del country, cuando conviven las folcl¨®ricas baladas homicidas llegadas de Gran Breta?a y los primeros productos industriales salidos de Nashville y Los ?ngeles. Los hermanos aprenden a cantar en casa y en los servicios del Arpa Sagrada, donde se interpretan los himnos de modo comunal.
Su vocaci¨®n es la m¨²sica religiosa pero descubren que no da para comer (de hecho, ¡°se parec¨ªa a la mendicidad¡±), as¨ª que lo alternan con canciones profanas. Tampoco resuelven as¨ª sus problemas econ¨®micos: se aferran a empleos convencionales mientras entran en la jungla del negocio musical con una inocencia total. Ya han pasado por varias discogr¨¢ficas cuando descubren en Capitol que existe una remuneraci¨®n llamada royalties.
Si esto fuera la biograf¨ªa de un rockero sabr¨ªamos que lo siguiente ser¨ªa la cr¨®nica de una ascensi¨®n, una ca¨ªda y una redenci¨®n. Pero los Louvin no llegan al estrellato: el circuito del country todav¨ªa es modesto y frecuentemente su calendario de bolos les obliga a recorrer 500, 1.000 kilometros en un d¨ªa, con Charlie conduciendo sin m¨¢s ayuda que alguna anfeta. Resultar¨ªa tolerable ¡ª¡±mejor que recoger algod¨®n¡±¡ª si no hubiera que computar las meteduras de pata de Ira. Una noche, se dirige a Elvis Presley como ¡°puto negro de piel blanca¡±; Elvis, hasta entonces admirador, decide no grabar temas de los Louvin Brothers.
Ira Louvin fantasea con convertirse en predicador a tiempo completo. Mientras tanto, ejerce como bronquista, borrachuzo, mujeriego. Durante una pelea con su tercera esposa, intenta estrangularla con el cable del tel¨¦fono; ella saca una pistola de se?orita y le mete seis balas. El cabr¨®n sobrevive.
No voy a destripar el resto de la historia: dicen que hay una pel¨ªcula en preparaci¨®n, con Ethan Hawke como Ira. El libro de Charlie Louvin degenera un poco cuando se pone en plan mis-encuentros-con-los-famosos. Y tampoco revela mucho sobre el negocio del country, lo que concuerda con su papel de intrusos en un mundillo que, a pesar de sus escandalosas vestimentas, aspiraba a cierta mundanidad. Felizmente, su m¨²sica sigue disponible y suena l¨ªmpida, asc¨¦tica, trotona, Libre de la purpurina de Nashville.
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