Hollywood en el geri¨¢trico

La ¨²ltima gran estafa es una comedia divertida, aunque la brocha gorda le gane la partida al humor negro. Con un reparto ganador y una destartalada ligereza que le sienta bien a la historia, lo mejor de la pel¨ªcula casi es su fabuloso origen, una de esas aventuras que parecen sacadas del pante¨®n de Quentin Tarantino y su ¨²ltima ofrenda, ?rase una vez en¡­ Hollywood.

Dirigida por el veterano George Gallo, pintor, m¨²sico y guionista especializado en comedias de criminales, La ¨²ltima gran estafa es el remake de una pel¨ªcula de 1982 de Harry Hurwitz, un disidente de Hollywood que firmaba sus pel¨ªculas disco vampiras como Harry Tampa y que a lo largo de su breve carrera se dedic¨® sobre todo a hacer cine sobre el cine.

The Comeback Trial (t¨ªtulo original del filme) apenas sobrevivi¨® a su estreno. Su enredo se situaba en un Hollywood de pillos y fracasados en 1974 y en ella las cosas sal¨ªan tan mal como en la propia carrera de Hurwitz. La breve cr¨ªtica de The New York Times solo salv¨® a Buster Crabbe, una vieja gloria de la serie B que hab¨ªa sido Tarz¨¢n, Flash Gordon y Buck Rogers y que a esas alturas sobreviv¨ªa como promotor de piscinas. Crabbe interpretaba a Duke Montana, un olvidado actor de w¨¦sterns al que embarcan en un nuevo filme con un ¨²nico fin: matarlo y cobrar el seguro. Crabbe, que falleci¨® un a?o despu¨¦s del estreno, era, a tenor de los comentarios, lo ¨²nico potable de un filme con un parecido razonable con El productor, de Mel Brooks.

George Gallo rescata ahora aquella pel¨ªcula y pone el mismo argumento en manos de tres estrellas como Robert de Niro, en la piel de un productor independiente tan so?ador e infantil como arruinado, Morgan Freeman, un mafioso cin¨¦filo que habla citando frases de pel¨ªculas y que a punta de pistola reclama una inversi¨®n perdida y, sobre todo, Tommy Lee Jones, que sin despeinarse se mete en la cuarteada piel del alcoh¨®lico y acabado vaquero Duke Montana para ofrecer lo mejor de una pel¨ªcula que discurre a trompicones, pero acaba siendo entretenida, entre chistes sobre geri¨¢tricos, clich¨¦s sobre el w¨¦stern y la zarzaparrilla, homenajes a decenas de pel¨ªculas y, como no pod¨ªa faltar, hasta un glorioso autocine.