La elegancia perdida de ¡®Friends¡¯

Abres Netflix, y ah¨ª est¨¢. En HBO, lo mismo. Y en Amazon Prime, el algoritmo te pregunta, cada vez que buscabas otra cosa: ?seguro que no quieres verlo? Y uno, que es muy sensible a los reclamos de la glotoner¨ªa, cae. ?Qu¨¦ puede pasar si me veo un capitulillo? El que salga, si es solo por darle un mordisqu¨ªn, no quiero com¨¦rmelo entero. Y as¨ª, como el zampabollos que acaba comi¨¦ndose la caja de polvorones entera, me dan las tantas de la ma?ana.

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He reca¨ªdo, y tiene mucho delito, porque habr¨¦ visto Friends no menos de cinco veces. En las noches m¨¢s terribles de mi vida, los pon¨ªa de fondo y me hac¨ªan olvidar la desolaci¨®n que me rodeaba. Por eso les guardar¨¦ gratitud eterna, por esa forma de elegancia que no sab¨ªa definir y cuya clave descubr¨ª la otra noche.

Ve¨ªa el primer cap¨ªtulo de la octava temporada, y al final, un mensaje sobrio en letras blancas sobre fondo negro, sin m¨²sica, lo dedicaba a la gente de Nueva York. Nada m¨¢s. Era el primer episodio tras el 11-S, emitido el 27 de septiembre de 2001. Solo hab¨ªan pasado 16 d¨ªas, y una de las series que hac¨ªan de la ciudad un icono limitaba su homenaje a esos segundos. Puede que fuera una elegancia propia del estilo de Friends, pero creo que tiene que ver con la ¨¦poca. Hoy nadie se contentar¨ªa con tan poca pirotecnia. La explosi¨®n sentimental ser¨ªa barroqu¨ªsima, se buscar¨ªa el lagrim¨®n, los personajes cruzar¨ªan la escena d¨¢ndose golpes en el pecho, habr¨ªa abrazos y aullidos.

En estos casi veinte a?os, la esfera p¨²blica se ha hecho mucho m¨¢s afectada, mucho m¨¢s exhibicionista y mucho m¨¢s cursi. Por eso, cuando la tristeza me hormiguea el pecho, sigo recurriendo a una comedia que conserva una austeridad emocional que no encuentro hoy en casi nada.