La alegr¨ªa de haber conocido a Alicia
La periodista madrile?a, que dirigi¨® ¡®Informe semanal¡¯ y era la editora de igualdad de TVE, ha fallecido este s¨¢bado
La ¨²ltima vez en que Alicia G¨®mez Montano dej¨® ver su pasi¨®n por el oficio (tambi¨¦n, o sobre todo, por el oficio de vivir) fue en Santander, cuando el Imserso nos pidi¨® que habl¨¢ramos de lo mal que trata la sociedad a la veteran¨ªa. Ella sab¨ªa mucho de eso, porque fue de las maltratadas espa?olas a causa de la edad. Se revolvi¨®, cuando se lo propusieron, contra el ERE que desmantel¨® de talento Radiotelevisi¨®n Espa?ola, al tiempo que otras empresas p¨²blicas o privadas sintieron que pod¨ªan prescindir de aquellos que se acercaran o hubieran superado por poco el medio siglo.
Ella no quiso dejar su modo de vivir, que era hasta este s¨¢bado a las 10.25, el periodismo; regres¨® a los plat¨®s, viaj¨®, entrevist¨®, hizo reportajes, tuvo la audacia leg¨ªtima de optar (y de ganar) al concurso que la hubiera puesto al frente del ente p¨²blico al que dio (y al que tambi¨¦n regal¨®) momentos especialmente delicados de su vida profesional. Y su vida profesional, la vida profesional de Alicia, fue siempre la vida. Hubo otras vidas, pero todas cab¨ªan en la vida que ella misma le dio al oficio.
Aquel d¨ªa en Santander, cuando ya la enfermedad que la acech¨® como una mala enemiga hab¨ªa roto sus calendarios, era Alicia otra vez. Lo suyo eran el trabajo y la alegr¨ªa, algo no exist¨ªa si no exist¨ªa lo otro. Esa tarde hab¨ªa adquirido muchos compromisos, porque, como era la amiga de todo el mundo, todos la requer¨ªan en Cantabria. Pero prefiri¨® adaptarse a una de sus pasiones, la buena vida, as¨ª que busc¨® en las redes por las que transitaba la taberna mejor, la de mejor pescado, la del buen vino blanco, y ante un mantel sin tacha se aprest¨®, otra vez, a ser feliz con otros.
Esa era su pasi¨®n: la felicidad compartida, la alegr¨ªa que combinaba con el ingenio, la estupenda disposici¨®n para generar en su entorno ese aire de que todo era posible y nada le estaba prohibido. Hab¨ªa preparado con la conciencia del rigor con que afront¨® su intervenci¨®n sobre las malandanzas que han ido haciendo m¨¢s c¨ªnico el periodismo, hizo cr¨ªtica y autocr¨ªtica del trabajo que hac¨ªamos en torno a los que ya eran de la edad limitada por la censura del tiempo, y se desquit¨® de esos malestares bebiendo y comiendo como si no hubiera tiempo restante sino la risa con la que uno afronta la ilusi¨®n de la eternidad.
Juan Tortosa, su compa?ero, nos fue diciendo estas ¨²ltimas horas. Alicia ya no quiere recibir, est¨¢ en el hospital. Alicia, finalmente, ya no est¨¢ entre nosotros. Fue una profesional extraordinaria; sus informes semanales, sus reportajes, su b¨²squeda del arte, su dedicaci¨®n al cine, dejaron escritas, en el periodismo televisado, perlas sin las cuales no puede adornarse la historia de la televisi¨®n moderna en este pa¨ªs.
Pero no fue la televisi¨®n, ese resplandor, el que marc¨® la alegr¨ªa de conocer a Alicia, ¨²nicamente. Fue su capacidad para entender que este oficio es el eje de una conversaci¨®n democr¨¢tica que exige, a la vez, rigor y alegr¨ªa. Conocer a Alicia fue una celebraci¨®n de la alegr¨ªa, tambi¨¦n cuando habl¨¢bamos de lo mal que esta sociedad trata a los veteranos mientras beb¨ªamos vino blanco y com¨ªamos pescado reci¨¦n tra¨ªdo del mar. Ya no est¨¢ Alicia, y sigue estando tanto.
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