Rachel Muyal, sefard¨ª de T¨¢nger, gran librera
En una ciudad infectada de rumores y verdades a medias, supo imponer el dato justo y fiable
Podr¨ªa haber sido la suya la historia de una mujer sola que nunca estuvo sola. Rachel era inmutable como el tiempo. O eso cre¨ªamos. Ubicua sin esfuerzo, no se le escapaba nada hasta el punto de que pod¨ªas tenerle un poco de man¨ªa, como a una t¨ªa a quien sabes siempre presente y que, bajo las durezas de dama hecha a s¨ª misma, no termina nunca de cerrar la caja de su coraz¨®n de oro. Coraz¨®n de oro y ego de hierro, amiga de los suyos, centro de todo, lenguaraz capaz de hablar mal de los dem¨¢s pero de obrar siempre bien con ellos. O casi. Disfrutona, sabionda, tierna y leal; n¨²cleo de un universo donde su cetro era el escaparate de la librer¨ªa Les Colonnes y su religi¨®n los buenos libros. No ha conocido la vejez, la soledad ni la enfermedad. Se ha ido joven a sus 86, maquillada y perfecta, la benjamina de las ¡°chicas de oro¡± del Casino Jud¨ªo, que usaba la jaquet¨ªa, slang en extinci¨®n de los tangerinos, para soltar la lengua y esconderse, o entenderse con Jos¨¦ Hern¨¢ndez, Emilio Sanz de Soto, Alberto Pimienta, Pepe Carleton y Julia Schumarcher Abrines.
No paraba nunca y ganaba a todos en vitalidad, astucia, actos de poder, recato y desacato, coqueter¨ªa, impertinencia y una dulzura esquinada que suavizaba su mirada de azor. Sus manitas un poco curvadas, garras de sibila mitol¨®gica ve¨ªan tan bien como sus ojos garzos y sab¨ªan bailar del mismo modo que su espeso y hermoso cabello no se soltaba nunca de su mo?o hitchcockiano. Rachel eran ella y sus secretos; su esfera p¨²blica y su para¨ªso privado. Ten¨ªa el desesperante don de hacerlo todo suyo, de acaparar con la naturalidad de un le¨®n. Porque pod¨ªa. Su autoritas emanaba de un raro talento: el del testigo privilegiado que no se deja seducir por los cantos de sirena. Contaba muy bien las cosas con su cantarina voz, jud¨ªa casi ¨²ltima de T¨¢nger. En la intimidad te hac¨ªa un gui?o malicioso para advertir de que la verdadera Juanita Narboni era ella que, al fin y al cabo, se crio con ?ngel V¨¢zquez. En T¨¢nger, infectado de rumores y verdades a medias, supo imponer el dato justo y fiable. Camin¨¢bamos a su lado, ristra de chiquillos de edades desiguales, mientras lugares y calles reviv¨ªan a su paso.
Entre sus virtudes mejores se encontraban la falta de nostalgia, la intrepidez, la dureza, el arrojo suficiente para soltar ante quien fuera lo que fuera en el momento preciso o que hac¨ªa preciso. Luego, guardaba en su tarterita restos de festines para disfrutarlos en la rotonda de su piso del bulevar Pasteur mientras repasaba a sus amantes (13, si no olvidaba a su marido, se re¨ªa), lejos pero cerca de las liviandades humanas con un cusc¨²s cubierto de chantilly, su postre favorito de invenci¨®n propia. Qu¨¦ delicia verla con la boca repintada por un buen vino, en todas partes siempre, sin cortarse nunca, peque?a gran mujercita, hogar de tantos en esa ciudad de los vivos y los muertos. Siempre se ten¨ªa la seguridad de que all¨ª estar¨ªa. De que no te dejar¨ªa nunca, reprimendas y cari?os incluidos. Hasta imaginabas que, menudita y recia cual bala de ca?¨®n, cerrar¨ªa tus ojos un d¨ªa para, despu¨¦s, hacer balance de tus logros y errores igual que de Patricia Highsmith, Juan Goitysolo, Mohammed Chukri o Juan Genet. Esta putada, Rachel, no se hace sin avisar. T¨², navegante literaria que te negabas a reducirte a un personaje y sus an¨¦cdotas. Qu¨¦ poco te van las losas, fiera a quien nadie ordena quietud. Fuiste m¨¢s r¨¢pida que la ambulancia, animal y presumida para esconderte en tu ¨²ltimo suspiro de tantos inocentes, incapaces de imaginar este mutis intempestivo.
Rachel ha muerto sola, con la luz encendida y en su casa. Nunca lleg¨® a la comida con Elena Prentice, ni a la cita con su amigo y traductor Santiago de Luca para revisar, igual que cada tarde, su autobiograf¨ªa, a punto de salir en castellano.
Mucho ense?aste, alma del T¨¢nger de las mil leyendas, maestra de un estilo propio donde los coros susurran todav¨ªa pues en esa ciudad las cosas se extinguen muy lentamente: ¡°Ah¨ª va Rachel, todo un mundo.¡±
Babelia
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