?Qu¨¦ fue de los ¡®nuevos Dylan¡¯?
Buscando al siguiente portavoz generacional, el mundo de la m¨²sica se encontr¨® con el h¨¦roe de la clase trabajadora
Comenz¨® quiz¨¢s como ch¨¢chara de sobremesa entre capitostes de la industria. Y se convirti¨® en tendencia algo vergonzante pero real: durante los a?os setenta del siglo pasado, las grandes discogr¨¢ficas se dedicaron a lanzar, a bombo y platillo, sucesivas encarnaciones del?nuevo Bob Dylan.
Aquello iba m¨¢s all¨¢ del t¨ªpico ¡°culo veo, culo quiero.¡± Las disqueras hab¨ªan comprobado que el propio Dylan no era fiable: demasiado dado a los bandazos estil¨ªsticos, con pocas dotes para el trato social, presto a desaparecer por largos periodos. As¨ª que ten¨ªa sentido buscar un sosias, a poder ser guapo, productivo, disciplinado.
Indagaron y hallaron bastantes candidatos. As¨ª lanzaron a Elliott Murphy, el veterano David Blue, Loudon Wainwright III, John Prine, Steve Forbert, Willie Nile (y si me discuten la raigambre dylaniana del ¨²ltimo, les recuerdo que uno de sus m¨¢s recientes discos se llamaba Positively Bob: Willie Nile sings Bob Dylan). En realidad, tan inmensa era la sombra de Dylan que pocos cantautores posteriores se libraban de su influencia, fuera en las cr¨®nicas amorosas, en las denuncias airadas o en los delirios torrenciales. Adem¨¢s, los productores acortaban distancias usando las formulas sonoras patentadas por Tom Wilson o Bob Johnston para arropar a Bob.
Desde luego, los discos resultantes no se anunciaban como ¡°el nuevo Freewheelin¡¯¡± o ¡°Blonde on blonde para los setenta¡±. Esas eran pistas impl¨ªcitas, argumentos coloquiales. El mensaje se transmit¨ªa de boca a oreja: ya saben que los periodistas musicales podemos ser (o lo fingimos) muy cr¨¦dulos. Lo extraordinario es que los promocioneros insistieran a pesar de comprobarse una y otra vez que la etiqueta del nuevo Dylan equival¨ªa al beso de la muerte: artista as¨ª etiquetado, artista que terminaba en el cubo del hype.
Con una excepci¨®n. Los lectores m¨¢s atentos ya habr¨¢n advertido que en la lista de arriba falta el alumno que terminar¨ªa eclipsando al maestro en cuestiones de popularidad, ventas, visibilidad. Springsteen se dej¨® vender como ¡°el nuevo Dylan de New Jersey¡±, para contentar a su descubridor en CBS, John Hammond, que hab¨ªa ejercido igual funci¨®n en el fichaje de Bob.
Como explic¨® en su discurso en South by SouthWest, Bruce El Cantautor era ¡°un lobo con piel de cordero¡±. Tras grabar en 1972 Greetings from Asbury Park, New Jersey, al a?o siguiente ¨Ccon la bendici¨®n de Clive Davis, presidente de la compa?¨ªa- se recicl¨® en rockero de playa y asfalto con The wild, the innocent and the E Street shuffle. Todav¨ªa arrastraba algo de verbosidad dylaniana pero donde realmente coincid¨ªa con el chico de Minnesota era en el ansia de inmortalidad, la tit¨¢nica voluntad de triunfar que exhib¨ªa el Dylan que se instal¨® en Nueva York en 1961.
La astucia, la habilidad para moldearse (incluso, en lo anat¨®mico), la visi¨®n de larga distancia¡Springsteen ten¨ªa m¨¢s y mejores recursos que el resto de los Nuevos Dylan. Ellos no pudieron subirse a la carroza de oro pero, en general, han disfrutado, disfrutan, de carreras razonables, entre el H¨¦roe de Culto y el Bonito Perdedor.
Pudo ser peor. Pudo ocurrirles algo parecido al nouvel Dylan franc¨¦s, Jean-Patrick Capdevielle. Este ni?o de familia bien entr¨® arrasando en 1979 con modismos dylanianos y ret¨®rica a lo Springsteen. Por su exceso de arrogancia, oiga, en dos o tres a?os dilapid¨® todo el capital acumulado, iniciando una deriva que llega hasta el presente.
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