Rembrandt y los otros
El pintor neerland¨¦s nos interpela con una cercan¨ªa mayor que la de otros pintores de su tiempo porque su influencia, a trav¨¦s de los rom¨¢nticos y los impresionistas, est¨¢ en el origen de nuestra manera de mirar
Una obra maestra es siempre un gran malentendido. Porque ha sobrevivido a la ¨¦poca en la que se hizo, a nosotros nos parece que la representa y la resume: pero en su tiempo puede que esa obra fuera invisible, o que su rareza, la excepcionalidad que ahora a nosotros nos admira, la condenara a la marginalidad o al fracaso. Don Quijote representa para nosotros la literatura en castellano de las primeras d¨¦cadas del siglo XVII, pero en realidad se parece muy poco a cualquier otro libro que se public¨® en ese tiempo, y nadie, tal vez ni su autor, que sin embargo se enorgullec¨ªa tanto de haberlo escrito, lo consider¨® un ejemplo de alta literatura. Los fusilamientos de Goya son nuestra imagen de la Guerra de la Independencia: pero ese cuadro, igual que El dos de mayo, no dej¨® ning¨²n rastro de resonancia p¨²blica cuando se pint¨® en 1814, y durante los a?os siguientes permaneci¨® oculto en los almacenes, como si nadie hubiera reparado en ¨¦l.
La obra maestra es una excepci¨®n, no la ilustraci¨®n de una norma. Pertenece plenamente a su tiempo, que cristaliza en ella como en un espejo de extraordinaria nitidez, pero tambi¨¦n le es ajena y perif¨¦rica. En 1656, en Espa?a, nadie pint¨® nada que se pareciera ni de lejos a Las meninas. La obra maestra es a la vez contempor¨¢nea y extempor¨¢nea. Es contempor¨¢nea porque nadie puede lograr algo original y verdadero si no trabaja con los materiales de su experiencia inmediata del mundo; es extempor¨¢nea porque de manera natural se aleja de lo previsto y de lo establecido, no por una man¨ªa de originalidad, sino porque lo que tiene que expresar no ha sido dicho ni mostrado todav¨ªa.
La obra maestra a veces fue rechazada en su tiempo no porque pareciera muy nueva, sino porque a los ojos contaminados por la moda les parec¨ªa anticuada. En cada ¨¦poca hay cosas que parecen anacr¨®nicas, pero no porque est¨¦n ancladas en el pasado, sino porque pertenecen al porvenir: las ciudades caminadas, las bicicletas, los tranv¨ªas, fueron de pronto anacr¨®nicos en los a?os cincuenta y sesenta, en una modernidad dictada tir¨¢nicamente por los fabricantes de coches y las compa?¨ªas petrol¨ªferas. Siempre hay poderes interesados en imponer una sola forma de presente. A las personas nos da miedo quedarnos fuera de nuestro tiempo, o ir contracorriente, y por eso aceptamos con tanta docilidad las actitudes y los valores, hasta las palabras, que nos dicta la coacci¨®n sutil y omnipresente de la moda.
Para nosotros, cualquiera de los grandes retratos o autorretratos de la madurez de Rembrandt representa la edad de oro de la pintura holandesa hacia la mitad del siglo XVII. Esa pincelada ancha y libre, esos empastes ricos, esos fondos de grisura y tiniebla, esas expresiones de ensimismada pesadumbre, o de solitaria iron¨ªa, ese aire tantas veces de nobleza y derrumbe: Rembrandt nos interpela con una cercan¨ªa mayor que la de otros pintores de su tiempo, no porque su sensibilidad anticipe la nuestra, sino porque su influencia, a trav¨¦s de los rom¨¢nticos y los impresionistas, est¨¢ en el origen de nuestra manera de mirar. En el cat¨¢logo de los maestros de la modernidad que establece Baudelaire en su poema Los faros, Rembrandt es, junto a Goya, una de las luminarias m¨¢s poderosas. Rembrandt est¨¢ en Van Gogh, en Soutine, en Rouault, en los alemanes de los a?os veinte y treinta, en Lucian Freud.
Donde no est¨¢ es en sus contempor¨¢neos en la ¨²ltima ¨¦poca de su vida. Si la exposici¨®n que acaba de inaugurarse en el museo Thyssen fuera solo de retratos de Rembrandt no aprender¨ªamos tanto sobre ¨¦l. La soledad de sus obras maestras fortalecer¨ªa una vez m¨¢s el malentendido. Ver¨ªamos a Rembrandt aislado en su singularidad, canonizado en la mixtificaci¨®n del genio. Falto de t¨¦rminos de comparaci¨®n nos aparecer¨ªa como un gigante solitario, contra un vago fondo vac¨ªo. Ahora, rodeado de los otros, o m¨¢s bien mezclado con ellos, como lo estuvo en la realidad tumultuosa de ?msterdam, incluido en la tradici¨®n a la que pertenec¨ªa y en el sistema est¨¦tico y comercial en el que labr¨® su carrera, podemos apreciar mejor cu¨¢nto ten¨ªa Rembrandt de contempor¨¢neo y cu¨¢nto de extempor¨¢neo.
Hay una tendencia arrogante a cooptar a los artistas mejores del pasado para convertirlos en semejantes a nosotros, en predecesores meritorios de una superioridad que solo nosotros poseemos. Pero Rembrandt es un hombre de su tiempo, no del nuestro. Rembrandt pintaba para clientes adinerados de ?msterdam a los que conoc¨ªa, no para te¨®ricos del arte moderno de varios siglos despu¨¦s. En los a?os treinta y cuarenta del siglo XVII, en un pa¨ªs de trepidante energ¨ªa comercial y cultural, Rembrandt alcanz¨® el ¨¦xito mundano pintando retratos de burgueses a los que ¨¦l mismo se parec¨ªa mucho en el empuje de su escalada social, en una especie de equilibrio tranquilo entre la exhibici¨®n de la opulencia y las ganas de vivir y la reserva puritana. En la l¨²gubre Europa cat¨®lica del sur cualquier rastro de dedicaci¨®n al comercio o a alguna forma de econom¨ªa productiva era una mancha indeleble de verg¨¹enza. En ?msterdam, los pintores retrataban a comerciantes, a fabricantes de cerveza, a due?os ricos de molinos o de compa?¨ªas de navegaci¨®n. Rembrandt invert¨ªa y especulaba como ellos, y se vest¨ªa igual de suntuosamente.
Luego vino el infortunio, y el tiempo que hab¨ªa sido suyo lo dej¨® atr¨¢s. Rembrandt no depend¨ªa de la Corte, como Vel¨¢zquez, ni de las ¨®rdenes religiosas, como casi todos los dem¨¢s pintores espa?oles; pero s¨ª del mercado, y por lo tanto de los azares de la oferta y la demanda, y de los cambios en la moda. Hacia 1650 su manera de pintar se hab¨ªa quedado obsoleta. Pintores m¨¢s j¨®venes que ¨¦l, en algunos casos antiguos disc¨ªpulos suyos, impon¨ªan un estilo nuevo en el retrato, m¨¢s expansivo en formas y colores, m¨¢s escenogr¨¢fico, cercano a la pintura cortesana de Inglaterra y de Francia, en tonalidades m¨¢s luminosas, m¨¢s adecuadas para resaltar el nuevo lujo de los vestidos y de unos interiores ahora visiblemente aristocr¨¢ticos. Cuando la ¨¦poca exig¨ªa mayores claridades la paleta de Rembrandt se iba volviendo m¨¢s oscura, y sus figuras m¨¢s inacabadas, m¨¢s hura?amente recluidas en s¨ª mismas. Viejo, herido por la desgracia, postergado, Rembrandt labraba al mismo tiempo su ruina y su gloria futura. En sus ¨²ltimos autorretratos es como una estatua desmoronada de s¨ª mismo. No habr¨ªa sido tanto un pintor del porvenir si a sus contempor¨¢neos no les hubiera parecido un pintor del pasado.
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