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La estafa de las redes sociales

'Babelia' ofrece un fragmento de 'Falso espejo', de la joven ensayista Jia Tolentino, referente del pensamiento milenial en EE UU

Babelia adelanta un cap¨ªtulo de Falso espejo (Temas de hoy) de Jia Tolentino que se publica en Espa?a el pr¨®ximo 25 de febrero. La escritora y periodista de la revista estadounidense The New Yorker relata en este fragmento lo que considera las grandes estafas que ha sufrido la generaci¨®n milenial.

La escritora canadiense Jia Tolentino.
La escritora canadiense Jia Tolentino.Elena Mudd

LA HISTORIA DE UNA GENERACI?N EN SIETE ESTAFAS

La estafa de las redes sociales

Seguramente, el millennial que m¨¢s ¨¦xito ha tenido es Mark Zuc?kerberg, de treinta y cinco a?os, cuya red social alcanza ya un valor de once d¨ªgitos. Tirando por lo bajo, con sus cincuenta y cinco mil millones de d¨®lares, Zuckerberg tiene cinco millones de veces m¨¢s dinero que una familia estadounidense media, cuyo capital ronda los once mil setecientos d¨®lares. Es la octava persona m¨¢s rica del mundo. Como fundador de Facebook, controla de manera efectiva algo parecido a un Estado? naci¨®n: habida cuenta de que una cuar?ta parte de la poblaci¨®n mundial utiliza su web al menos una vez al mes, puede influir en unas elecciones, cambiar el modo en que nos relacionamos entre nosotros, as¨ª como controlar a grandes trazos las definiciones de lo que es aceptable socialmente o no. El rasgo m¨¢s caracter¨ªstico de Zuckerberg es que carece de una personali?dad discernible. En 2017 hizo una gira por Estados Unidos que llev¨® a que crecieran los rumores sobre la posibilidad de iniciar la carrera hacia la presidencia, al tiempo que transmit¨ªa la sensaci¨®n de ser un extraterrestre que estaba aprendiendo a hacerse pasar por uno de nosotros. La disonancia en el coraz¨®n de Facebook se debe, siquiera en parte, al hecho de que es ese hombre, entre todos los posibles ¡ªel mismo que dijo en una ocasi¨®n que tener diferen?tes identidades demostraba ?falta de integridad?¡ª, quien enten?di¨® mejor que nadie que las personas, en el siglo XXI, se converti?r¨ªan en una mercanc¨ªa como el algod¨®n o el oro.

El ascenso de Zuckerberg al territorio de los candidatos via?bles a presidente dio comienzo una noche de octubre de 2003, cuando todav¨ªa era alumno de segundo a?o en Harvard. Estaba aburrido, escribi¨® en su blog y necesitaba dejar de pensar en su ex, una aut¨¦ntica ?putilla?. A las 21.49 h escribi¨®:

Estoy un poco achispado, no voy a negarlo. ?Qu¨¦ pasar¨ªa si no fue?sen casi las diez de la noche de un martes? El facebook del dormito?rio universitario Kirkland est¨¢ abierto en mi escritorio y algunas de esas personas han colgado unas fotos horrendas en su facebook. Me gustar¨ªa colocarlas al lado de fotos de animales de granja y que la gente votase cu¨¢l le resulta m¨¢s atractiva.

A las 23.10 h, el tema dio un giro: S¨ª, est¨¢ en marcha. No estoy del todo seguro sobre c¨®mo los animales de granja van a encajar en esta cosa (nunca puedes estar del todo seguro con los animales de granja...), pero me gusta la idea de com?parar a dos personas.

?Que empiece el combate?, escribi¨® justo despu¨¦s de la una de la madrugada.

Zuckerberg cre¨® una web llamada Facemash (?Mezcla de ca?ras?), que colocaba fotos de estudiantes de Harvard, unas al lado de otras, y te ped¨ªa que votases para elegir entre ambas. No era un concepto original: en el a?o 2000, dos universitarios reci¨¦n gra?duados, tras discutir sobre la follabilidad de una mujer con la que se cruzaron en la calle, crearon la web Hot or Not. (Se trataba de dos hombres j¨®venes, por supuesto, como los fundadores de YouTube, que tambi¨¦n declararon que originalmente pretend¨ªan crear una r¨¦plica de Hot or Not.) Pero cuando Facemash se puso en marcha, cuatrocientas cincuenta personas visitaron la web en las primeras cuatro horas y votaron un total de veintid¨®s mil veces. Zuckerberg se meti¨® en un problema, porque algunos estu?diantes se quejaron de que la web era invasiva, pero a muchos otros les gust¨® la idea de un directorio online que permitiese comparar a iguales de un modo m¨¢s aceptable. En Crimson escribieron que Facemash aportaba ?claras indicaciones de que cabe la posibilidad de un facebook para todo el campus?. Zuckerberg comprendi¨® que pod¨ªa crear en un mes lo que a Harvard le llevar¨ªa bastante m¨¢s tiempo y lanz¨® la primera versi¨®n de Facebook en el mes de febrero. En las siguientes dos semanas, cuatro mil personas se apuntaron.

Cuando yo me di de alta en Facebook (o en ?thefacebook?) a finales de mi ¨²ltimo a?o de bachillerato, sent¨ª como si me estuvie?se adentrando en un maravilloso sue?o narcisista. Por aquel en?tonces, estaba en el momento ¨¢lgido del inter¨¦s por m¨ª misma y dedicaba todo mi tiempo a imaginar en qu¨¦ me convertir¨ªa cuando no me viese limitada por un entorno de republicanos y clases dia?rias sobre la Biblia. Mis amigos y yo ya sol¨ªamos crear avatares di?gitales ¡ªentr¨¢bamos en AIM, MySpace, Xanga, LiveJournal¡ª y Facebook parec¨ªa aclarar y oficializar ese concepto; nos daba la impresi¨®n de que al entrar en Facebook est¨¢bamos acudiendo a un ayuntamiento virtual para registrar nuestras identidades en tanto que protoadultos. (En aquella ¨¦poca, Facebook estaba restringido a estudiantes universitarios, pero en 2006 se abri¨® para cualquier persona mayor de trece a?os con una direcci¨®n de correo electr¨®nico.) Cuando entr¨¦ en la universidad, la gente bromeaba sobre la idea de llegar a casa borracho y ponerse a mirar sus p¨¢ginas de Facebook; un precursor del scroll infinito que ofrecen las redes sociales hoy en d¨ªa. El concepto result¨® fascinante desde el principio: una web fiable, que a nivel est¨¦tico no resultaba embarazosa, dedi?cada, al parecer, a ofrecer la versi¨®n mejorada de uno mismo.

En aquel tiempo, nos daba la impresi¨®n de que us¨¢bamos un producto nuevo y maravilloso. En la actualidad, m¨¢s de una d¨¦ca?da despu¨¦s, ha quedado claro que nosotros, los usuarios, somos el verdadero producto. Aunque Zuckerberg no llevase a cabo la esta?fa de manera consciente, la gente que se apunt¨® a Facebook, todos los que han abierto una cuenta alguna vez ¡ªlos dos mil doscientos cincuenta millones de personas que lo utilizan una vez al mes (y subiendo), como m¨ªnimo¡ª han sido, en cualquier caso, estafados. Facebook vende nuestra atenci¨®n a los anunciantes. Vende nues?tros datos personales a empresas de investigaci¨®n de mercados y nuestras imprecisas tendencias pol¨ªticas quedan en manos de gru?pos de inter¨¦s especial. Por otra parte, Facebook ha enga?ado a la gente directamente en muchas ocasiones: ha inflado las estad¨ªsticas de visionados de sus v¨ªdeos por encima del 900%, por ejemplo, pro?vocando que casi todas las compa?¨ªas de medios de comunicaci¨®n variasen sus propias estrategias ¡ªy despidiesen a trabajadores¡ª para copiar de Facebook un programa de optimizaci¨®n que, en realidad, no exist¨ªa. En los meses previos a las elecciones de 2016, Facebook afirm¨® que no se hab¨ªa producido una intromisi¨®n sig?nificativa por parte de Rusia en su red, a pesar de que un comit¨¦ interno de la empresa, dedicado a investigar ese tema, hab¨ªa encon?trado pruebas de dicha intromisi¨®n. (M¨¢s adelante, Facebook con?trat¨® a una compa?¨ªa republicana de investigaci¨®n de grupos opo?sitores para desacreditar la creciente oposici¨®n a la compa?¨ªa.) Facebook ha permitido a otras empresas, como Netflix o Spotify, leer los mensajes privados de sus usuarios. Ha enga?ado a ni?os para que gastasen el dinero de sus padres en juegos de Facebook mediante t¨¢cticas que, dentro de la propia compa?¨ªa, se conocen como ?fraude amistoso?.

Pero incluso cuando Facebook no est¨¢ aprovech¨¢ndose deli?beradamente de sus usuarios, lo hace; su modelo de negocio lo exige. Incluso si te distancias de Facebook, contin¨²as viviendo en un mundo en el que sigue modelando la realidad. Fa?cebook se sirve de nuestro innato narcisismo y de nuestro deseo de conectar con otras personas para captar nuestra atenci¨®n y nues?tros patrones de comportamiento; ha utilizado dicha atenci¨®n y dichos datos para manipular nuestro comportamiento, hasta el punto de que pr¨¢cticamente la mitad de Estados Unidos ha empe?zado a confiar en Facebook para acceder a las noticias. De hecho, los medios de comunicaci¨®n dependen de Facebook para llegar a los lectores y se muestran impotentes ante la capacidad de la red social para absorber ingresos de publicidad digital ¡ªes como si un vendedor de peri¨®dicos se quedase con todo el dinero de las suscripciones¡ª y Facebook retorci¨® el modelo econ¨®mico de los me?dios de comunicaci¨®n para que se adaptaran a sus propias pr¨¢cti?cas: si lo que se pretende es adquirir visibilidad, todas las publica?ciones tienen que captar la atenci¨®n con rapidez y desencadenar constantemente respuestas emocionales. El resultado fue, en 2016, una inacabable corriente de historias sobre Trump, tanto en los medios de comunicaci¨®n mainstream como en los anuncios peri?f¨¦ricos que lanzaba sin descanso el algoritmo de Facebook. Lo que empez¨® siendo, desde el punto de vista de Zuckerberg, un modo de sacar provecho a la misoginia universitaria y al inter¨¦s que la gente siente por s¨ª misma, se ha convertido en el combustible para nuestra pesadilla contempor¨¢nea, para un mundo que, de manera sistem¨¢tica y fundamental, tergiversa las necesidades humanas.

A un nivel b¨¢sico, Facebook, al igual que la mayor¨ªa de las redes sociales, desarrolla un doble discurso: propone conexi¨®n pero crea aislamiento, promete felicidad pero infunde temor. En la actualidad, la terminolog¨ªa propia de Facebook domina nues?tra cultura, lo que ha provocado los cambios estructurales m¨¢s preocupantes de nuestra era, que salen a la luz acompa?ados de peque?as muestras, aisladas y enga?osas, de viralidad emocio?nal. Somos testigos de c¨®mo los trabajadores est¨¢n cada vez m¨¢s desprotegidos al leer un post en un blog que celebra c¨®mo una conductora de la empresa Lyft sigui¨® recogiendo pasajeros a pe?sar de haberse puesto de parto. Somos testigos de la locura que supone la privatizaci¨®n de la sanidad en la forzada visi¨®n positi?va de una campa?a de Kickstarter para poder pagarle la quimioterapia a un desconocido. En Facebook, nuestro sentido b¨¢sico de la humanidad adquiere una nueva dimensi¨®n en tanto que activo viral del que extraer una rentabilidad. Nuestro potencial social queda limitado a nuestra habilidad para llamar la atenci¨®n del p¨²blico, lo que se mezcla de manera inextricable con la su?pervivencia econ¨®mica. En lugar de sueldos y beneficios justos, dis?ponemos de nuestras personalidades, nuestras historias y nues?tras relaciones; y ser¨¢ mejor que aprendamos a empaquetarlas adecuadamente por si acaso sufrimos un accidente y no estamos asegurados.

M¨¢s que cualquier otra entidad, Facebook ha solidificado la idea de que existimos bajo la forma de un avatar p¨²blico de alto rendimiento. Pero Zuckerberg, al centrarse en el hecho de que se?r¨ªamos capaces de vender nuestra identidad a cambio de llegar a ser visibles, levant¨® una ola que no ha dejado de crecer. The Real World empez¨® a emitirse cuando Zuckerberg ten¨ªa ocho a?os; Survivor y The Bachelor cuando estaba en el instituto. Friendster se fund¨® durante su primer a?o en la universidad. Poco despu¨¦s de Facebook lleg¨® YouTube en 2005, Twitter en 2006, Instagram en 2010, Snapchat en 2011. Ahora los ni?os se vuelven virales en TikTok, acumulan seguidores en Musical.ly; los gamers ganan mi?llones emitiendo sus vidas en directo en Twitch. Las dos familias m¨¢s prominentes, tanto a nivel pol¨ªtico como cultural ¡ªlos Trump y las Kardashian¡ª, han llegado a lo m¨¢s alto de la cadena tr¨®fica gracias a su estupenda comprensi¨®n de la poca sustancia que se requiere para empaquetar el yo hasta convertirlo en un activo eter?namente monetizable. De hecho, en este juego la sustancia puede suponer incluso un anatema. Y con eso, rugen los aplausos, las c¨¢maras de los iPhone empiezan a dispararse y la oradora princi?pal de la conferencia sobre empoderamiento femenino sube al es?cenario.

Las elecciones

La ¨²ltima y definitiva estafa de la generaci¨®n millennial fue la elec?ci¨®n como presidente en 2016 de un reconocido timador. Donald Trump ha sido toda su vida un estafador manifiesto, orgulloso de s¨ª mismo y, al parecer, imparable. Durante d¨¦cadas, antes de en?trar en pol¨ªtica, vendi¨® un relato personal fraudulento que lo pin?taba como un multimillonario hecho a s¨ª mismo, franco y ligera?mente populista; es curioso que el hecho de que la mentira pudiese apreciarse a simple vista se convirti¨® en parte esencial de su atrac?tivo. En su libro de 1987, escrito por un negro literario, Trump. El arte de la negociaci¨®n, Trump ¡ªrodeado entonces, como ahora, por un aura de ostentaci¨®n al estilo de los rascacielos horteras¡ª acu?¨® la frase hip¨¦rbole ver¨ªdica, que defini¨® como una ?forma muy efectiva de promoci¨®n?. Cuando estaba promocionando el libro en ?The Late Show with David Letterman?, se neg¨® a aclarar a cu¨¢nto ascend¨ªa realmente su patrimonio. En 1992 hizo un ca?meo en la pel¨ªcula Home Alone 2: le indicaba una direcci¨®n a Ma?caulay Culkin mientras estaban plantados en el vest¨ªbulo del hotel Plaza, rodeados de columnas de m¨¢rmol y ara?as de cristal. (Esa era una de las condiciones para filmar en uno de los hoteles de Trump: era obligatorio incluirlo a ¨¦l en una escena). Ese mismo a?o, entr¨® en bancarrota por segunda vez. En 2004, el a?o de su tercera bancarrota, empez¨® a presentar el programa ?The Appren?tice?, en el que ¨¦l, un brillante hombre de negocios, ten¨ªa que des?pedir a otras personas en televisi¨®n. Tuvo un ¨¦xito espectacular. Pero el fraude de Trump va mucho m¨¢s all¨¢ de la falsa publi?cidad. Siempre ha conseguido sus ganancias explotando a los de?m¨¢s y abusando de ellos. En los a?os setenta, el Departamento de Justicia de Richard Nixon lo demand¨® despu¨¦s de elaborar una estrategia para echar a los negros de sus casas de protecci¨®n oficial. En 1980 contrat¨® a doscientos inmigrantes polacos sin papeles para que limpiasen el solar en el que construir¨ªa la Trump Tower: los puso a trabajar sin guantes ni cascos y, en alguna ocasi¨®n, los oblig¨® a que se quedasen all¨ª a dormir. En 1981 compr¨® un edificio al sur de Central Park con la intenci¨®n de convertir los apartamentos de renta limitada en pisos de lujo; cuando los inquilinos no se marcharon, les envi¨® ¨®rdenes de desahucio ilegales, les cort¨® la calefacci¨®n y el agua caliente, y puso anuncios en los peri¨®dicos ofreciendo alojar a indigentes en el edificio. Tiene fama de no pa?gar a sus camareros, a sus obreros de la construcci¨®n, a sus fonta?neros, a sus ch¨®feres. En una ocasi¨®n alquil¨® su nombre a una pa?reja de estafadores llamados Irene y Mike Malin, directores del Trump Institute, un ?taller de creaci¨®n de riqueza? que plagiaba los materiales que utilizaba y que se declar¨® en bancarrota en 2008. Gast¨® decenas de miles de d¨®lares comprando sus propios libros para inflar las cifras de venta. Su fundaci¨®n ben¨¦fica, que apenas ha dedicado dinero a beneficencia, ha sido acusada en repetidas oca?siones de violar las leyes de la autocontrataci¨®n. El enfoque resulta espantoso incluso cuando se representa como an¨¦cdota: en 1997, Trump hizo una buena obra por una vez en una escuela de prima?ria en el Bronx en la que el equipo de ajedrez intentaba conse?guir 5.000 d¨®lares para un torneo. Tras entregarles p¨²blicamente un cheque falso por valor de un mill¨®n de d¨®lares y tomarse fotos con ellos, les envi¨® 200 d¨®lares por correo postal.

Antes de iniciar la carrera presidencial, la estafa m¨¢s horrible de Trump fue la Universidad Trump, el proyecto en el que prome?ti¨® ense?arle a la gente sus secretos para hacerse rico a toda veloci?dad gracias a los secretos del mercado inmobiliario. En cuanto la empresa se puso en marcha, en 2005, el Fiscal General del Estado de Nueva York envi¨® a la Universidad Trump una notificaci¨®n indi?cando que anunciarse falsamente como un ?programa de gradua?dos? supon¨ªa un incumplimiento de la ley. La compa?¨ªa cambi¨® un poco la publicidad y prosigui¨® su alegre campa?a para persua?dir a la gente de que pagase mil quinientos d¨®lares por acudir a un seminario de tres d¨ªas que promet¨ªa trucos de incalculable valor financiero pero que, en realidad, ofrec¨ªa viajes a Home Depot, ton?ter¨ªas b¨¢sicas sobre multipropiedad y argumentos para comprar los aut¨¦nticos programas de la Universidad Trump, que costaban treinta y cinco mil d¨®lares que hab¨ªa que pagar por adelantado. En una de las demandas colectivas contra Trump, un antiguo comer?cial testific¨® lo siguiente:

A pesar de que la Universidad Trump afirmaba querer ayudar a los consumidores a ganar dinero en el mercado inmobiliario, en reali?dad la Universidad Trump tan solo estaba interesada en venderles a todos y cada uno de los presentes los seminarios m¨¢s caros que po?d¨ªan. [...] Seg¨²n mi experiencia personal como empleado, creo que la Universidad Trump era un complot fraudulento que se aprove?chaba de la gente mayor y de las personas sin formaci¨®n para que?darse con su dinero.

Tres d¨ªas antes de su investidura como presidente, Trump pag¨® veinticinco millones de d¨®lares para solventar las demandas por fraude relacionadas con la Universidad Trump. La orden lleg¨® de Gonzalo Curiel, un juez del que Trump hab¨ªa dado a entender que hab¨ªa sido injusto durante el juicio por un sesgo personal con?tra ¨¦l; Curiel era mexicano, indic¨® Trump, de ah¨ª que tuviese pre?juicios en su contra, porque ten¨ªa planeado construir un muro en la frontera con ese pa¨ªs.

En tanto que presidente, Trump recibe sus informes diarios en grandes tarjetones impresos con informaci¨®n que se reduce, tal como ha se?alado un asistente de la Casa Blanca, a mensajes de la complejidad de ?Mira correr a Jane?. Se convirti¨® en presidente a pesar de no desearlo de verdad y, a medida que los vapores de nuestro joven pero prematuramente envejecido pa¨ªs lo iban em?pujando hacia la Sala Oval, realiz¨® decenas de promesas, vac¨ªas y estrafalarias, por el camino. Prometi¨® procesar a Hillary Clinton, lanzar a Bowe Bergdahl desde un avi¨®n sin paraca¨ªdas, lograr que Nabisco produjese sus galletas Oreo en Estados Unidos, conseguir que Apple produjese sus iPhone en Estados Unidos, recuperar todos esos puestos de trabajo para Estados Unidos, eliminar las zo?nas sin armas en los colegios, condenar a muerte a todo el que matase a un polic¨ªa, deportar a todos los inmigrantes indocumen?tados, espiar en las mezquitas, eliminar los fondos para planifica?ci¨®n familiar, ?cuidar de las mujeres?, acabar con el Obamacare, cerrar la EPA (siglas en ingl¨¦s de la Agencia de Protecci¨®n del Medio Ambiente), obligar a todo el mundo a decir ?Feliz Navi?dad?, construir un muro ?art¨ªsticamente hermoso? entre Estados Unidos y M¨¦xico que ser¨ªa el ?mayor que jam¨¢s se haya visto?, conseguir que M¨¦xico lo sufragase, y ¡ªlo m¨¢s divertido de todo, o algo as¨ª¡ª no tomarse jam¨¢s vacaciones como presidente. (Durante sus primeros 500 d¨ªas en el cargo fue a jugar a golf en 122 ocasio?nes). Hizo todas esas promesas movido por una especie de instinto de vendedor maniaco y demente, vali¨¦ndose de todas las cosas que, medio en secreto, m¨¢s ilusionan a sus bases ¡ªviolencia, dominio, renegar del contrato social¡ª y lanzandoselas a multitudes que no dejaban de rugir. Cuando el mapa empez¨® a te?irse de rojo la noche de las elecciones y el terrible medidor del Times gir¨® en direcci¨®n opuesta a la prevista, experiment¨¦ un nauseabundo flash-forward de lo que podr¨ªa pasar, al final de la legislatura Trump, con las familias inmigrantes separadas, los musulmanes expulsa?dos del pa¨ªs, la entrada denegada en el pa¨ªs a los refugiados, las personas trans privadas de los derechos de los que apenas hab¨ªan empezado a disfrutar, los ni?os pobres sin cobertura sanitaria, los ni?os discapacitados sin ayudas, las mujeres con bajos ingresos que no podr¨ªan abortar de manera segura; imagin¨¦ c¨®mo ser¨ªan las cosas cuando la gente que, de manera inconsciente, no cree que ninguna de esas cuestiones sea demasiado importante a nivel per?sonal, digan, como estoy segura que har¨¢n, que la era Trump no fue tan mala despu¨¦s de todo. Si todos los pol¨ªticos son delincuen?tes, ?cu¨¢l es la diferencia? ?Por qu¨¦ no dejarle nuestro pa¨ªs a Trump hasta ma?ana, cuando todo se haya desmoronado y, adem¨¢s, no tengamos ya ni la m¨¢s remota idea de lo que nos deparar¨¢ el futu?ro? Y aqu¨ª aparece uno de los detalles m¨¢s estremecedores que la era Trump ha sacado a la luz: para soportar todo esto con algo de estabilidad psicol¨®gica ¡ªsin descender todos los d¨ªas a un abismo emocional¡ª, la mejor estrategia de una persona consiste en pen?sar sobre todo en s¨ª misma. Al comprobar que la riqueza sigue fluyendo hacia arriba, al ver que los estadounidenses nos vemos cada d¨ªa un poco m¨¢s privados de nuestra democracia, que la ac?ci¨®n pol¨ªtica se constri?e a los espect¨¢culos de internet, he sentido en muchas ocasiones que la ¨²nica elecci¨®n que tenemos en esta ¨¦poca es ser destruidos o comprometernos moralmente con el ob?jetivo de ser funcionales; ser destruidos o ser funcionales para con?tribuir a esa destrucci¨®n.

En enero de 2017, Trump dio una conferencia de prensa flan?queado por una enorme pila de papeles, aparentemente en blanco. Se trataba, seg¨²n dijo, de todos los documentos que hab¨ªa firmado para librarse de los conflictos de intereses que le afectaban; era todo el papeleo mediante el cual hab¨ªa puesto los negocios familia?res en manos de sus hijos. (Como es l¨®gico, no se permiti¨® a los periodistas examinar dichos papeles.) En enero de 2018, Trump hab¨ªa dedicado una tercera parte de su primer a?o como presiden?te a ocuparse de sus intereses comerciales. Habl¨® p¨²blicamente de sus negocios como m¨ªnimo en treinta y cinco ocasiones. M¨¢s de un centenar de miembros del Congreso y de cargos del ejecutivo hab¨ªan visitado propiedades de Trump; once gobiernos extranje?ros hab¨ªan pagado dinero a compa?¨ªas de Trump; diferentes gru?pos pol¨ªticos hab¨ªan gastado un mill¨®n doscientos mil en propiedades de Trump. Los ingresos de Mar?a?Lago hab¨ªan alcanzado un m¨¢ximo de ocho millones. El beneficio econ¨®mico es el objetivo final de Trump, su ¨²nica ambici¨®n. No va a cumplir ninguna de sus promesas: no puede tirar a Bowe Bergdahl desde un helic¨®pte?ro o lograr que M¨¦xico pague un muro, ni volver a generar un boom econ¨®mico como el de la posguerra, tampoco va a poder acabar con la idea de que las mujeres y las minor¨ªas merecen igua?les derechos, por poco tradicional que sea; pero todo eso no tiene ninguna importancia. En tanto que hombre blanco y rico, intole?rante y avaricioso, para muchas personas representa la quintaesen?cia m¨¢s pura del poder y la fuerza en Estados Unidos. Fue elegido por los mismos motivos por los que la gente compra boletos de loter¨ªa. No pagas por la posibilidad real de ganar; se trata de la ef¨ªmera visi¨®n de la victoria. ?Vendemos una quimera para el t¨ªpi?co perdedor?, declar¨® Billy McFarland ante las c¨¢maras mientras estaba en las Bahamas grabando el v¨ªdeo de promoci¨®n para el Fyre Fest. La quimera se ha convertido en la estructura dominante a la que aspirar, pero el lado oscuro de su desarrollo final ¡ªla crueldad, la indiferencia, el nihilismo¡ª siempre est¨¢ presente. Despu¨¦s de todo, al convertirnos en parte de la estafa, accedemos a una parte de la abominable gloria del timo: vemos, si no experi?mentamos directamente, lo que puede significar saquear y salir indemne.

Ser¨ªa mucho mejor, por supuesto, hacer las cosas seg¨²n una base moral. Pero ?qui¨¦n tiene hoy en d¨ªa la habilidad o el tiempo nece?sarios para algo as¨ª? Todo se est¨¢ sobrecalentando, no solo el mun?do f¨ªsico. El ?margen de rechazo?, como lo define Jenny Odell, se estrecha y el list¨®n asciende. La gente est¨¢ tan ocupada intentando volver al punto de partida, construir una barrera contra el desastre o pasarlo bien, que queda muy poco con lo que contar: tres empe??os que podr¨ªan condensar la mayor parte del esfuerzo humano hasta que nuestro agotado planeta finalmente se extinga. Y, mien?tras nos dedicamos a eso ¡ªporque eso es lo que hacemos¡ª, el camino de la honestidad sigue estrech¨¢ndose, qued¨¢ndose sin sa?lida. En este ecosistema, cada vez son menos las opciones justifica?bles de supervivencia de las que disponemos.

Sigo creyendo, no tengo m¨¢s remedio que hacerlo, que puedo salir de esta. Despu¨¦s de todo, solo tard¨¦ siete a?os de exhibicio?nismo ¨ªntimo en internet en llegar a un lugar en el que me sintiese c¨®moda dejando de utilizar Amazon para ahorrarme quince mi?nutos y cinco d¨®lares de una tacada. Me digo a m¨ª misma que todos esos m¨ªnimos retazos de alivio, conveniencia y ventaja fi?nalmente se acumular¨¢n hasta convertirse en algo transformador; que un d¨ªa ascender¨¦ a un nivel en el que ya no tenga que transi?gir nunca m¨¢s, donde de verdad pueda comportarme de manera consciente, donde algunas acciones futuras imaginarias contrarres?tar¨¢n toda la rapi?a ego¨ªsta que tuvo lugar antes. S¨¦ que es mera?mente una fantas¨ªa ¨²til. Somos lo que hacemos, y hacemos aquello a lo que estamos acostumbrados y, al igual que muchos integran?tes de mi generaci¨®n, pas¨¦ de la adolescencia a esta edad adulta fr¨¢gil, fren¨¦tica e inestable, observando esta incesante demostra?ci¨®n de que estafar, a pesar de todo, merece la pena.

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