Experiencia extrema
Una obra de larga duraci¨®n como el 'Cuarteto de cuerdas' de Morton Feldman es un ejercicio de trascendencia por extenuaci¨®n
Acuden multitudes a un recital de rock o a un partido de f¨²tbol. A ninguno de los que asisten a esos espect¨¢culos se le ocurrir¨ªa decir que es lo mismo verlo por televisi¨®n. En una era de im¨¢genes digitales y distancias tecnol¨®gicas, la presencia se convierte en un valor a atesorar entre los mejores recuerdos. Estuve all¨ª y nadie va a cont¨¢rmelo, porque solo quien estuvo presente pudo vivirlo tan directamente en su propio cuerpo. Tambi¨¦n sucede algo as¨ª con las manifestaciones pol¨ªticas. Estuve all¨ª cuando la polic¨ªa comenzaba a arrojar los gases lacrim¨®genos. Fui de los primeros que tiraron piedras cuando empezaron a pegarnos. Por el momento (no digo que para siempre), no hay reproducci¨®n digital medi¨¢tica que supere esa cercan¨ªa. Durante algunos a?os me especialic¨¦ en escribir notas sobre las manifestaciones callejeras de mi ciudad. A veces sigo haci¨¦ndolo, precisamente cuando echo de menos la vitalidad y el desorden callejero.
Walter Benjamin reconoc¨ªa en la calle o el teatro el aura de la presencia f¨ªsica. La sensaci¨®n de inmediatez que le otorga una intensidad particular a lo visto y o¨ªdo. Algo de este g¨¦nero sucede con las visitas al museo. La reproducci¨®n de un cuadro puede ser id¨¦ntica a su original. Sin embargo, esperamos en la fila para ver el Guernica o Las meninas. Algo no nos conforma del todo con las postales o los libros comprados a la salida.
Por supuesto, no siempre tenemos la oportunidad de experimentar el aura con nuestro cuerpo. Por eso, enciendo mi PC y se abre Spotify, que me conoce como una madre previsora. La primera imagen que veo es la del compositor neoyorquino Morton Feldman (1926-1987). No tiene nada que ver con el azar, porque este m¨²sico ejerce sobre m¨ª una dominaci¨®n desde aquella noche de noviembre de 2001 cuando, en Buenos Aires, se escuch¨® su Cuarteto de cuerdas n¨²mero 2.
El arte moderno nos enfrenta de golpe con una trascendencia negativa. Algunos vanguardistas sienten nostalgia por el car¨¢cter excepcional, extramundano, del arte
El Cuarteto dura cinco horas y veinte minutos, y yo permanec¨ª en la sala sin moverme. Cre¨ªa escuchar fragmentos id¨¦nticos, pero tocados en registros cada vez m¨¢s altos, m¨¢s agudos. No sab¨ªa si estaba escuchando bien, porque la duraci¨®n pod¨ªa deformar o enga?ar mi escucha. En la oscuridad, yo escrib¨ªa en mi libretita de tapas negras. Los que estuvimos en aquella noche memorable, programada por Mart¨ªn Bauer, persistimos como si cumpli¨¦ramos una promesa. Fuimos los fan¨¢ticos de Morton Feldman, objeto de alguna que otra burla, en la que se nos retrataba como afectados y esnobs.
Estas experiencias tienen una cualidad f¨ªsica. Quiz¨¢ sea por eso por lo que la intensidad de la escucha no disminuye, sino que aumenta a medida que pasa el tiempo. La larga duraci¨®n es una dura prueba para los int¨¦rpretes, que en Buenos Aires fueron los del Cuarteto Pellegrini. Pero tambi¨¦n lo es para la audiencia, que, sin abandonar la sala, est¨¢ sometida a la misma obligaci¨®n de permanencia que los ejecutantes.
Cuando un m¨²sico como Morton Feldman elige esa larga duraci¨®n, lo hace como gesto est¨¦tico que incluye una provocaci¨®n: veamos si el p¨²blico es capaz de llevar hasta el l¨ªmite sus propias fuerzas. Un desaf¨ªo entre la costumbre y la innovaci¨®n. Un experimento con la memoria: ?cu¨¢nto se podr¨¢ recordar de esa m¨²sica interminable?
Morton Feldman repite con peque?as variaciones las c¨¦lulas sonoras. Pero a medida que pasa el tiempo esas repeticiones se vuelven enigm¨¢ticas. No se puede estar seguro de que se est¨¢ escuchando el mismo grupo de notas. Se desconf¨ªa de la memoria y del o¨ªdo. Pero hay placer en esta desconfianza. En lugar de tranquilizarnos porque algo se resuelve en un acorde, nos convencemos de que eso, que nos llevar¨ªa al descanso y la calma, no suceder¨¢. Seguiremos enlazados en una sucesi¨®n hasta el fin, si llegamos hasta el fin. Puede suceder que ese fin nunca llegue porque el agotamiento o la impaciencia nos obliguen a abandonar la sala o nos dejen dormidos, como he visto dormir por largos ratos a quienes estaban all¨ª.
No me dorm¨ª durante esas cinco horas. Pero la raz¨®n no es ni mi disciplina ni mi inteligencia musical. Siempre que escuch¨¦ las obras largas de Morton Feldman lo hice escribiendo en mi libretita. Todo ha quedado registrado all¨ª, no para que alguien lo lea alguna vez, sino para que, al escribirlo, yo siguiera escuchando la m¨²sica interminable que, finalmente, venc¨ªa el agotamiento y me mostraba una hermosura desafiante. El l¨ªmite: la duraci¨®n como lo imposible. Llegamos al final del Cuarteto y creemos estar en el principio. Sin embargo, no tengo ninguna sensaci¨®n de circularidad por la casi imperceptible variaci¨®n, que repite c¨¦lulas sonoras cuyos contornos, finalmente, me parecen inconmensurables.
Los que quedamos hasta que son¨® la ¨²ltima nota aceptamos un desaf¨ªo. ?ramos los soldados de Morton Feldman, sus creyentes convencidos. Todo ten¨ªa algo de sagrado tanto para los ejecutantes como para los escuchas.
El arte moderno nos enfrenta de golpe con una trascendencia negativa. Algunos vanguardistas sienten nostalgia por el car¨¢cter excepcional, extramundano, del arte.
El Cuarteto de Morton Feldman es una experiencia de trascendencia por extenuaci¨®n.
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