El b¨¢lsamo de la m¨²sica cl¨¢sica
De colosos como Brahms, Beethoven o H?ndel, a genios m¨¢s desconocidos como Frederic Rzewski o Othmar Schoeck: m¨²sica obligada en tiempos de enfermedad, convalecencia y curaci¨®n
¡°Yo la M¨²sica soy, y con dulces acentos s¨¦ aplacar cualquier coraz¨®n atormentado y ora de noble ira, ora de amor, inflamar puedo las m¨¢s g¨¦lidas almas. Con dorada lira a veces suelo los mortales o¨ªdos deleitar cantando; y de esta guisa m¨¢s incito a las almas a la armon¨ªa sonora de la lira del cielo¡±: as¨ª se expresa el personaje aleg¨®rico de La M¨²sica al comienzo de Orfeo, la ¡°favola in musica¡± de Claudio Monteverdi con la que arranca simb¨®licamente la historia de la ¨®pera. Cualquier recomendaci¨®n musical para acompa?ar nuestro enclaustramiento forzoso de estos d¨ªas deber¨ªa empezar necesariamente por aqu¨ª.
Las im¨¢genes ins¨®litas de nuestras ciudades y pueblos desiertos tienen un correlato musical perfecto en el concierto espiritual Wie liegt die Stadt so w¨¹ste (Cu¨¢n desierta se halla la ciudad), un concierto espiritual compuesto por Matthias Weckmann en 1663, cuyo texto tomado de las Lamentaciones de Jerem¨ªas, aunque referido a Jerusal¨¦n, le sirvi¨® para plasmar gr¨¢ficamente los estragos que caus¨® en aquel a?o una epidemia de peste en Hamburgo.
Quien a?ore las salidas al campo y el contacto con la naturaleza encontrar¨¢ solaz en la Sinfon¨ªa ¡°Pastoral¡± de Beethoven o en Una Sinfon¨ªa Alpina de Richard Strauss, que describe gr¨¢ficamente con sonidos el ascenso hasta una cumbre monta?osa, con todas sus vicisitudes. Y las largas horas recuperadas para el ocio permitir¨¢n actividades casi siempre olvidadas: contemplar la luna, por ejemplo, compa?era y confidente de poetas y compositores rom¨¢nticos. Un poema de Goethe protagonizado por el inevitable Wanderer que vaga solo y sin rumbo con la luna como ¨²nica compa?¨ªa inspir¨® una de las mejores canciones de Franz Schubert.
Perdidos los referentes habituales que diferenciaban el lunes del jueves, o el mi¨¦rcoles del domingo, ahora que todos los d¨ªas se parecen inevitablemente entre s¨ª, ahora que la vida de muchos se ha convertido en un mismo tema con la introducci¨®n de peque?as pero bienvenidas variaciones, nada mejor que dedicar alg¨²n tiempo a escuchar uno de los g¨¦neros m¨¢s prol¨ªficos y longevos de la historia musical occidental. Y mucho mejor optar por ejemplos muy poco conocidos, como el Aria Variata de Johann Christoph Bach, t¨ªo abuelo de Johann Sebastian, quien lo tild¨® de un ¡°compositor profundo¡±; o las Variaciones en Fa menor, de Joseph Haydn, una joya apenas frecuentada; o las Variaciones sobre un tema de Schumann que el joven Johannes Brahms escribi¨® como homenaje a su amigo y mentor.
Una variante espec¨ªfica del g¨¦nero de las variaciones son las chaconas o passacaglias, en las que un bajo permanece inmutable mientras no cesan de transformarse las voces superiores. Tambi¨¦n aqu¨ª las posibilidades son casi infinitas, pero qued¨¦monos con cuatro ejemplos muy diferentes: Jesu meines Lebens Leben, de Dieterich Buxtehude; la ¨²ltima de las conocidas como Sonatas del Rosario, de Heinrich Ignaz Franz von Biber, una representaci¨®n musical del ¨¢ngel de la guarda, al que muchos estar¨¢n confi¨¢ndose estos d¨ªas; el ¨²ltimo movimiento de la Cuarta Sinfon¨ªa de Brahms, inspirado por el coro final de la Cantata BWV 150 de Bach; y la Chaconne chromatique que cierra la Sonata para viola sola de Gy?rgy Ligeti. Escuch¨¢ndolas, los d¨ªas nos dejar¨¢n de parecer iguales.
El encierro invita tambi¨¦n al descubrimiento de m¨²sicas cuya existencia ignor¨¢bamos hasta ahora. Tres propuestas tan solo: el motete Par le grant senz d¡¯Adriane, una loa del personaje mitol¨®gico de Ariadna escrita por un compositor del Trecento italiano, Filippotto da Caserta; el primero de los Ges?nge der Fr¨¹he, uno de los milagros pian¨ªsticos del ¨²ltimo y ya enajenado Robert Schumann; y el movimiento conclusivo del Notturno del compositor suizo Othmar Schoeck, que cre¨® una de las m¨²sicas m¨¢s emocionantes del siglo XX para aliviar el dolor del desamor a partir de unos versos extraordinarios de su compatriota Gottfried Keller.
Quien a?ore las multitudes puede sustituirlas por el tropel de instrumentistas y cantantes que requiere para su interpretaci¨®n la Octava Sinfon¨ªa de Mahler, que se cierra con un Coro M¨ªstico que pone m¨²sica al final del Fausto de Goethe: ¡°Todo lo transitorio / es un s¨ªmil tan solo; / aqu¨ª lo insuficiente / deviene en evidencia; / aqu¨ª lo inexpresable / resulta realizado; el Eterno Femenino / nos empuja a lo alto¡±. Quienes opten, por el contrario, por retirarse y refugiarse en la soledad y en la m¨²sica, se sentir¨¢n reflejados en el ¨²ltimo de los R¨¹ckert-Lieder del propio Gustav Mahler. Y para quienes prefieran ponerse en manos de la Providencia, o para quienes desesperen, Bach es un referente que jam¨¢s decepciona: ¡°Espero al Se?or, mi alma espera, y espero en su palabra¡±, se canta en el coro de su juvenil Cantata BWV 131. Tambi¨¦n la divinidad, no necesariamente la cristiana, es la destinataria de la canci¨®n de gracias que, recuperado de una grav¨ªsima enfermedad, compuso Beethoven como movimiento lento de su Cuarteto op. 132, una m¨²sica obligada en tiempos de enfermedad, convalecencia y curaci¨®n.
En el a?o de su efem¨¦ride, cuando la gran exposici¨®n de la Bundeskunsthalle de Bonn ha tenido que cerrar sus puertas y se han suspendido tantos conciertos dedicados a su m¨²sica, Beethoven tiene que tener al menos una doble presencia en esta lista. La fraternidad, tan necesaria estos d¨ªas, aparece ensalzada no solo en el ¨²ltimo movimiento de la Novena Sinfon¨ªa, sino tambi¨¦n al final de su ¨®pera Fidelio: ¡°El hermano busca a sus hermanos y, si puede ayudarlo, lo hace con gusto¡±. Este mismo ideal de uni¨®n alienta en las Variaciones sobre ¡°El pueblo unido jam¨¢s ser¨¢ vencido¡±, del estadounidense Frederic Rzewski, que ha hecho suyas como nunca anteriormente un luchador nato como el pianista Igor Levit.
¡°Pero ¨Cparafraseando a Forges¨C no nos olvidemos de Italia¡±, y qu¨¦ mejor manera de recordarla que con la m¨²sica que imagin¨® Hugo Wolf para el poema que Goethe hace cantar a Mignon en Los a?os de aprendizaje de Wilhelm Meister: ¡°?Conoces la tierra donde florece el limonero?¡±. La conocemos y no podemos olvidarla. Y cuando todo esto termine, all¨ª, aqu¨ª y en todas partes, daremos las gracias con la sobriedad mon¨®dica de las secuencias y las ant¨ªfonas de Hildegard von Bingen o con la efervescencia polif¨®nica, ba?ada de luz italiana, del final del Dixit Dominus de Georg Friedrich H?ndel.
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