Vel¨¢zquez y la atracci¨®n del poder
Los museos cierran sus puertas, pero la contemplaci¨®n del arte sigue abierta. Cada d¨ªa, destacamos una obra visitable en la red y surgida del di¨¢logo entre dos creadores. Hoy: ¡®Retrato del Papa Inocencio X¡¯, de Vel¨¢zquez, el favorito de Giacometti
El museo fue el h¨¢bitat de Alberto Giacometti. Dec¨ªa que interrogaba cada obra ¡°intensa, largamente¡±, una tras otra, para ¡°aguzar la mirada¡±. ¡°Cuando te propones copiar ves mejor la cosa¡±, le dijo al historiador del arte Pierre Scheneider. El d¨ªa que el escultor conoci¨® Las Meninas¡±y Las hilanderas no tuvo esa calma con la que degustaba a los maestros antiguos: tuvo que v¨¦rselas con la muchedumbre del Museo de Bellas Artes de Ginebra, donde hab¨ªan llegado los camiones con las joyas del Museo del Prado, huyendo de la Guerra Civil y de los bombardeos franquistas. Las taquillas del museo suizo registraron m¨¢s de 345.000 visitantes entre junio y agosto de 1939. El ¨¦xito se clausur¨® unos d¨ªas antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente, a Giacometti le gust¨® m¨¢s Las hilanderas. Pero, de Vel¨¢zquez, su preferido siempre fue ¨Ccomo el de su amigo Francis Bacon¨C el Retrato del Papa Inocencio X, que el artista sevillano pint¨® en 1650, durante su segundo viaje a Roma. La Galer¨ªa Doria Pamphili, en Roma, conserva ese cuadro en su colecci¨®n. El lienzo puede verse en su p¨¢gina web durante el cierre temporal de ese museo privado.
Vel¨¢zquez viajaba por segunda vez a la capital italiana y, veinte a?os despu¨¦s del primero, ¡°persegu¨ªa ganarse el favor papal con vistas a sus aspiraciones al h¨¢bito de Santiago¡±, cuenta Javier Port¨²s, jefe de conservaci¨®n de pintura espa?ola hasta 1800 del Museo del Prado. Al servicio al rey Felipe IV hab¨ªa aprendido que la gloria del pintor ¨Cy de la pintura¨C depend¨ªa del contacto con los poderosos. Ellos avalaban con rapidez honor, prestigio y reconocimiento. As¨ª que Vel¨¢zquez apost¨® por el retrato, g¨¦nero que le abr¨ªa las puertas de los despachos de los todopoderosos. Para escalar hasta el Papa repiti¨® la misma jugada que us¨® para convencer a Felipe IV. Si entonces el cebo fue el retrato de Juan de Fonseca ¨Csumiller de cortina del rey¨C, en Roma se sirvi¨® del arrogante retrato de Juan de Pareja, que se expuso p¨²blicamente ¨Cjusto ayer, d¨ªa de San Jos¨¦, hace 350 a?os¨C en el Pante¨®n. Ni era un encargo ni, probablemente, colmara el deseo de Vel¨¢zquez de poseer un recuerdo de su antiguo esclavo. El Papa pic¨®.
Ante ¨¦l posaron los principales miembros de la corte papal y, entre agosto y septiembre de aquel a?o, Inocencio X. Vel¨¢zquez mostr¨® una vez m¨¢s su inter¨¦s para camuflarse en los gustos de sus clientes y se olvid¨® de la frialdad emocional con la que se hac¨ªan representar los Austrias. Tocaba enfatizar la intimidad de los protagonistas y, en este caso, dejar que aflorase la ansiedad del pont¨ªfice. La imponente pintura se exhibe hoy en las salas de este majestuoso palazzo como s¨ªmbolo de la m¨¢xima autoridad y, por tanto, como negaci¨®n del resto de los retratos. Porque son un aparato de exclusi¨®n: se erigen en el reconocimiento, pero es imposible reconocerse en ellos. Vel¨¢zquez remat¨® su conquista en el papel que sostiene el pont¨ªfice, donde incluy¨® una de las escasas firmas de su carrera.
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