¡°No tengo miedo al contagio, sino a que la civilizaci¨®n se derrumbe¡±
¡®Babelia¡¯ publica un adelanto de ¡®En tiempos de contagio¡¯, el libro sobre la pandemia firmado por el escritor Paolo Giordano, que se publica este jueves en formato electr¨®nico
¡°La epidemia de Covid-19 va camino de convertirse en la emergencia sanitaria m¨¢s importante de nuestra ¨¦poca¡±. As¨ª arranca el testimonio que el escritor italiano Paolo Giordano (Tur¨ªn, 1982) empez¨® en febrero, mientras el virus se extend¨ªa por su pa¨ªs. Es el primer documento literario publicado sobre estas semanas de desconcierto y confinamiento. ¡°Un libro ins¨®lito en un momento ins¨®lito¡±, dice su autor, revelado a los 26 a?os con el superventas La soledad de los n¨²meros primos, que gan¨® el premio Strega en 2008. El autor relata su d¨ªa a d¨ªa mientras el virus se convierte en plaga, pero tambi¨¦n se apoya en su formaci¨®n cient¨ªfica ¨Ces licenciado en F¨ªsica Te¨®rica¨C para analizar una pandemia que, seg¨²n escribe en este libro pensado como reflexi¨®n sobre nuestra responsabilidad colectiva, ¡°no es ni un mero accidente, ni una calamidad ni, ante todo, una novedad: ha ocurrido otras veces y seguir¨¢ ocurriendo¡±. Babelia ofrece un adelanto del libro, que Salamandra publicar¨¢ en ebook el 26 de marzo, en audiolibro el 31 de marzo y en papel el 16 de abril.
Desear lo mejor
Ayer fui a una cena con amigos. "Es la ¨²ltima", me dije. "En cuanto sobrepasemos los dos mil afectados empiezo la cuarentena". Al entrar, no bes¨¦ a nadie, lo que les molest¨® un poco. O mejor dicho se quedaron perplejos: por lo visto, la epidemia me ha afectado m¨¢s de la cuenta. Como buen hipocondr¨ªaco, de tarde en tarde le pido a mi mujer que me tome la temperatura, pero eso es harina de otro costal: no tengo miedo de caer enfermo. ?Y de qu¨¦ tengo miedo? De todo lo que el contagio puede cambiar. De descubrir que el andamiaje de la civilizaci¨®n que conozco es un castillo de naipes. De que todo se derrumbe, pero tambi¨¦n de lo contrario: de que el miedo pase en vano, sin dejar ning¨²n cambio tras de s¨ª.
Durante la cena me repitieron una y otra vez: "en una semana est¨¢ resuelto", "ya ver¨¢s, un par de d¨ªas m¨¢s y todo volver¨¢ a la normalidad". En un momento dado, una amiga me pregunt¨® por qu¨¦ no dec¨ªa nada. Por toda respuesta, me encog¨ª de hombros: no quer¨ªa parecer alarmista, o peor a¨²n: gafe.
Si bien no tenemos anticuerpos contra el Cov-2, hemos desarrollado una gran resistencia ante la incertidumbre: siempre queremos saber la fecha exacta en que las cosas empiezan y cu¨¢ndo habr¨¢n de terminar. Estamos acostumbrados a imponerle nuestro ritmo a la naturaleza, en vez de que sea al contrario. As¨ª, exigimos que el contagio termine en una semana y que todo vuelva a la normalidad: lo exigimos esperando que suceda as¨ª.
Pero durante el contagio debemos ser conscientes de lo que es l¨ªcito esperar. Porque desear lo mejor no equivale a desear de la mejor manera: esperar lo imposible, o incluso lo muy improbable, nos expone a una constante desilusi¨®n. En una crisis como ¨¦sta, el pensamiento m¨¢gico no s¨®lo se demuestra falso, sino que nos conduce directamente a la angustia.
Detener de verdad el contagio
¡ªEntonces, ?c¨®mo detener el contagio de una vez por todas?
¡ªCon una vacuna. ¡ª?Y si no existe?¡ª. Con m¨¢s paciencia. Los epidemi¨®logos saben que la ¨²nica manera de frenar la epidemia es reducir el n¨²mero de Susceptibles. Su densidad debe mermar hasta que el contagio se vuelva improbable. Es necesario alejar las canicas entre s¨ª: cuando los choques disminuyan, la reacci¨®n en cadena se interrumpir¨¢.
Las vacunas tienen la capacidad matem¨¢tica de hacernos pasar de Susceptibles a Removidos sin sufrir la enfermedad. A nosotros, gente com¨²n, nos interesan porque nos libran del virus, pero les interesan a¨²n m¨¢s a los infect¨®logos porque nos libran de la epidemia. Ni siquiera har¨ªa falta que nos vacun¨¢ramos todos: bastar¨ªa con un porcentaje significativo que permitiese alcanzar la denominada "inmunidad de grupo".
Pero el Cov-2 cuenta con la suerte del principiante: nos ha pillado por sorpresa y v¨ªrgenes, sin anticuerpos ni vacunas. Es demasiado nuevo para nosotros. Trasladado al modelo SIR [Susceptibles, Infectados, Removidos], este componente de novedad significa que todos somos Susceptibles.
Por esta raz¨®n debemos resistir el tiempo que haga falta: la ¨²nica vacuna disponible consiste en una forma bastante inc¨®moda de prudencia.
Boca-mano-pie
En Mil¨¢n han cerrado las escuelas, las universidades, los museos, los teatros, los gimnasios. Me llegan al m¨®vil im¨¢genes desoladoras de las calles del centro: parece Ferragosto un 2 de marzo. Aqu¨ª, en Roma, a¨²n se respira normalidad, pero es una normalidad fingida: la inminencia del cambio se palpa por doquier.
El contagio ya ha condicionado todas las relaciones y tra¨ªdo consigo mucha soledad: la soledad propia de una persona ingresada en la UCI, que tiene que comunicarse con los dem¨¢s a trav¨¦s de un cristal. Aunque hay de otra clase, m¨¢s difusa: la de las bocas ocultas tras la mascarilla y las miradas llenas de recelo, la de quienes est¨¢n obligados a quedarse en casa. Durante el contagio todos estamos al mismo tiempo en libertad y bajo arresto domiciliario.
Una semana antes de cumplir doce a?os contraje una enfermedad conocida como boca-mano-pie: como el nombre sugiere, me salieron ampollas alrededor de los labios y en las extremidades. No ten¨ªa fiebre, ni siquiera malestar m¨¢s all¨¢ de la picaz¨®n, pero era altamente contagiosa, as¨ª que me pusieron en cuarentena. Igual que el Hombre Invisible, ten¨ªa que ponerme unos guantes blancos cada vez que saliera de mi habitaci¨®n. Aunque no era nada grave (s¨®lo una est¨²pida enfermedad exantem¨¢tica), recuerdo que me sent¨ª muy solo y abatido, y que el d¨ªa de mi cumplea?os me ech¨¦ a llorar.
A nadie le gusta que lo dejen de lado; ni siquiera la conciencia de que nuestro aislamiento del mundo ser¨¢ transitorio lo hace m¨¢s llevadero. Tenemos una necesidad terrible de estar con los dem¨¢s, entre los dem¨¢s, a menos de un metro de las personas que nos importan: nos parece tan necesario como respirar.
Por eso nos rebelamos: "?No permitir¨¦ que un virus interrumpa mis relaciones por un mes, ni por una semana, ni siquiera por un minuto!". Nos dicen que debemos hacerlo, pero ?qui¨¦n tiene raz¨®n?
Contra el fatalismo
As¨ª pues, la epidemia nos anima a pensar en nosotros mismos como parte de una colectividad; nos obliga a hacer un esfuerzo que simplemente no har¨ªamos en una situaci¨®n normal: reconocernos inextricablemente conectados a los dem¨¢s y tenerlos en cuenta en nuestras decisiones. En tiempos de contagio somos parte de un ¨²nico organismo; en tiempos de contagio volvemos a ser una comunidad.
He aqu¨ª una objeci¨®n frecuente que surge estos d¨ªas: si la letalidad del virus es, seg¨²n parece, modesta en especial para las personas que gozan de buena salud, ?por qu¨¦ alguien como yo no puede correr el riesgo personal de seguir con su vida? ?No es una pizca de fatalismo un derecho inalienable de todo ciudadano?
No, no debemos correr riesgos. Por dos razones al menos.
La primera es de car¨¢cter num¨¦rico: el porcentaje de hospitalizaciones a causa del Covid-19 no es en absoluto despreciable. Seg¨²n las actuales estimaciones, que siempre podr¨ªan cambiar, cerca del diez por ciento de los contagiados acaba en un hospital. Un exceso de contagios en poco tiempo significar¨ªa el diez por ciento de un n¨²mero muy grande, es decir: tantos ingresos como para acabar con la disponibilidad de camas y personal sanitario o para colapsar todo el sistema de salud.
"En tiempos de contagio somos parte de un ¨²nico organismo; en tiempos de contagio volvemos a ser una comunidad"
La segunda raz¨®n es sencillamente humana y tiene que ver con el subconjunto de Susceptibles un poco m¨¢s susceptibles que el resto: los ancianos, las personas de salud fr¨¢gil. Llam¨¦moslos los Ultrasusceptibles. Si nosotros, j¨®venes y sanos, nos exponemos al virus, autom¨¢ticamente lo aproximamos a ellos. Durante una epidemia, los Susceptibles tienen que protegerse a s¨ª mismos para proteger a los dem¨¢s: los Susceptibles son, en parte, un cord¨®n sanitario.
As¨ª pues, lo que hacemos o dejamos de hacer durante el contagio no nos afecta ¨²nicamente a nosotros: ¨¦sa es una de las cosas que me gustar¨ªa recordar cuando todo esto haya acabado.
Heme aqu¨ª buscando una f¨®rmula concisa, un eslogan f¨¢cil de recordar. Lo encuentro en un art¨ªculo publicado en 1972 en la revista Science: "More is Different" ("M¨¢s es diferente"). Cuando Philip Warren Anderson lo escribi¨®, se refer¨ªa a los electrones y a las mol¨¦culas, pero tambi¨¦n hablaba de nosotros: el efecto acumulativo de nuestras acciones personales sobre la colectividad es diferente a la suma del efecto de cada una de nuestras acciones considerada individualmente. Al ser muchos, cada acci¨®n tiene consecuencias globales abstractas y dif¨ªcilmente imaginables. En tiempos de contagio, la carencia de solidaridad es, ante todo, una falta de imaginaci¨®n.
Nadie es una isla
Cuando cursaba la ense?anza secundaria hubo varias manifestaciones contra la globalizaci¨®n. S¨®lo particip¨¦ una vez, y me llev¨¦ una gran desilusi¨®n porque no entend¨ªa cu¨¢l era exactamente nuestra queja: todo era demasiado abstracto, demasiado gen¨¦rico. A decir verdad, la globalizaci¨®n incluso me gustaba: promet¨ªa buena m¨²sica y fant¨¢sticos viajes.
A¨²n hoy, la palabra globalizaci¨®n me desorienta por imprecisa y proteica, pero adivino sus contornos por sus efectos colaterales. Por ejemplo, una pandemia. Por ejemplo, esta nueva responsabilidad compartida a la que nadie puede sustraerse.
Nadie, en efecto: si las relaciones entre seres humanos se representaran con trazos a bol¨ªgrafo, el mundo ser¨ªa un ¨²nico y gigantesco garabato. En 2020, hasta el ermita?o m¨¢s estricto tiene su cuota m¨ªnima de conexiones. Vivimos, por decirlo de forma matem¨¢tica, en un grafo enormemente interconectado. Y el virus corre por los trazos de bol¨ªgrafo hacia cada rinc¨®n.
"Nadie es una isla": aquel trillado verso de John Donne adquiere hoy un significado nuevo y oscuro.
Paolo Giordano es escritor y f¨ªsico italiano, autor de las novelas La soledad de los n¨²meros primos, El cuerpo humano, Como de la familia y Conquistar el cielo, publicadas por Salamandra. Traducci¨®n de Nicol¨¢s Pastor Dur¨¢n.
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