Autores no natos
Muchos conocemos escritores perdidos para siempre. M¨¢s all¨¢ del lamento por unos libros no escritos, nos encontramos ante un caso de a?oranza por quien pudo haber sido y no fue
Desconozco a estas alturas de la historia la contabilidad de los individuos de la especie humana que han fallecido o, dicho de otra manera, el n¨²mero de personas muertas que lleva acumulada la humanidad. Los griegos denominaban la mayor¨ªa a esta comunidad de los que ya se fueron definitivamente. De la inmensa mayor¨ªa de ellos y de sus productos sabemos en realidad muy poco. Imposible hacerse una idea, respecto a esto ¨²ltimo, de los textos perdidos, de las obras valiosas desde el punto de vista literario o filos¨®fico de las que ni noticia hemos llegado a obtener. Por no hablar de las buenas ideas que se quedaron en palabras dichas, sin m¨¢s testimonio que la memoria fugaz, ya extinguida, de quienes las escucharon.
De unas pocas de esas obras perdidas nos ha quedado noticia. Conocemos, por ejemplo, el caso de aquel escritor que, habiendo dejado leer a alg¨²n allegado la novela reci¨¦n escrita, finalmente decidi¨®, insatisfecho por el resultado, destruirla, o el de aquel otro que extravi¨® un libro de poemas y que, aunque luego se dedic¨® esforzadamente a reconstruir de memoria sus versos, jam¨¢s sabremos cu¨¢nta fidelidad al primer impulso creador consigui¨®. Tambi¨¦n tenemos todo el derecho a sospechar de la presencia de alg¨²n tesoro abandonado en el despacho de un editor o de un agente literario, al que estos no prestaron suficiente atenci¨®n y nunca lleg¨® a ver la luz (la sospecha est¨¢ en el origen del libro de David Foenkinos La biblioteca de los libros rechazados, que sirvi¨® de base para una pel¨ªcula con el mismo t¨ªtulo). Como podemos conjeturar acerca de la existencia de joyas cuyos propios autores nunca terminaron de apreciar hasta el punto de que no se atrevieron a exponerlas a la consideraci¨®n cr¨ªtica de ning¨²n lector y prefirieron que languidecieran en un caj¨®n o en un archivo de su ordenador, hasta terminar marchit¨¢ndose en el olvido.
A este tipo de episodios y a otros an¨¢logos se refer¨ªa Javier Mar¨ªas en uno de sus brillantes art¨ªculos en EPS (¡°Los latidos de esa mente¡±, de 9 de marzo de 2020), evocando una conferencia de George Steiner que hab¨ªa tenido la fortuna de escuchar en un seminario en Cambridge en 1987. Ley¨¦ndolo, di en pensar que esa relaci¨®n de obras perdidas para siempre podr¨ªa complementarse con otra de autores perdidos para siempre. No me refiero a aquellos, desaparecidos prematuramente, que alcanzaron a dejarnos las pruebas de su incuestionable val¨ªa, sino a aquellos otros que se quedaron en ciernes, que por uno u otro motivo ni tan siquiera adquirieron el estatuto de autores m¨ªnimamente conocidos por el gran p¨²blico.
Estoy seguro de que muchos lectores deben tener la sensaci¨®n de que han conocido a alguno de esos autores no natos. Yo he conocido a dos, cuya condici¨®n de tales no me ofrece la menor duda. Uno de ellos, un compa?ero de colegio de la primera infancia y adolescencia, Ricardo F., reuniendo todas las virtudes intelectuales necesarias para tener una trayectoria p¨²blica notable, decidi¨® dedicarse a la ense?anza no universitaria, primero en escuelas de formaci¨®n profesional y luego en institutos de bachillerato. Sus alumnos se vieron beneficiados de un magn¨ªfico profesor, pero la sociedad en su conjunto se perdi¨® a un autor que seguramente hubiera podido aportar mucho (de hecho, un par de textos publicados ya tarde, tras su jubilaci¨®n, as¨ª lo acreditan).
Cosas muy parecidas podr¨ªan decirse de Pep S., esta vez compa?ero de estudios ya en la Facultad, y estoy completamente seguro de que muchos estudiantes que coincid¨ªamos en el patio de Letras de la Universidad de Barcelona las suscribir¨ªan. De todos nosotros era, desde luego, el m¨¢s brillante y mejor formado, de una avidez insaciable como lector y con una genuina pasi¨®n por el pensamiento. Todos ten¨ªamos el convencimiento no solo de que terminar¨ªa haciendo carrera acad¨¦mica, sino de que tendr¨ªa una destacada trayectoria p¨²blica como intelectual. De que ambas suposiciones ten¨ªan un fundamento real dio pruebas al terminar Filosof¨ªa. Pero finalmente, como en el caso de Ricardo F., lo dej¨® estar.
Por lo que he ido sabiendo de ellos, ninguno de los dos anda arrepentido de su decisi¨®n. Ambos han tenido vidas cumplidas y andan razonablemente satisfechos de lo que han hecho con ellas. La consideraci¨®n melanc¨®lica, esto es, la a?oranza por lo que pudo haber sido y no fue, proviene m¨¢s de sus lectores frustrados, esto es, de quienes conoc¨ªamos de la potencialidad de sus cualidades, que de ellos mismos. Habr¨ªa que recapacitar sobre esa tristeza proyectada sobre las vidas ajenas.
Porque en el fondo, m¨¢s all¨¢ del lamento, en principio comprensible, por unos libros no escritos, posiblemente nos encontremos aqu¨ª ante un caso que podr¨ªamos tipificar como de melancol¨ªa identitaria, esto es, de a?oranza por quien pudo haber sido y no fue. Esta peculiar melancol¨ªa resulta algo menos comprensible que la anterior (a no ser que el que a?ore otra identidad sea uno mismo, claro est¨¢). Al parecer, a algunos no les cabe en la cabeza que haya quienes no consideren sin¨®nimos ser feliz y ser conocido (ni tan siquiera por los lectores). Y todav¨ªa menos que los consideren, en realidad, ant¨®nimos.
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