Los latidos de esa mente
El mundo ha quedado un poco mutilado, aunque la mayor¨ªa de la poblaci¨®n no sepa ni vaya a saber de George Steiner
La sensaci¨®n es subjetiva y por lo tanto sesgada o falsa, pero la que me domina en estos primeros meses del a?o es melanc¨®lica: se est¨¢n muriendo personas admirables, o por lo menos estimables. Cada vez temo m¨¢s mirar las necrol¨®gicas. De hecho no me gusta que desaparezca nadie ¡ªpor as¨ª decir¡ª ¡°de mi ¨¦poca¡±, lo cual significa s¨®lo que eran individuos que estaban ah¨ª desde que guardo memoria, o desde mi juventud. Hasta quienes me ca¨ªan mal lamento que dejen de estar en el mundo ¡°acostumbrado¡± (no lo lamento si se trataba de dictadores que han hecho sufrir a demasiados, o de asesinos sin escr¨²pulos, o de seres venenosos y da?inos). Pero si se esfuman quienes me han provocado placer o iluminaciones o emoci¨®n, o me han ayudado a pensar o me han divertido, la desolaci¨®n se me impone y s¨¦ que me va a faltar su ¡°compa?¨ªa¡±. Y que algunos hayan gozado de muy larga vida no es sino un muy leve consuelo, expresado en este simple pensamiento: ¡°S¨ª, pod¨ªa haber sido peor. Sin embargo, no deja de ser un desastre¡±.
Recientemente me ha ocurrido con George Steiner y con Kirk Douglas, que alcanzaron respectivamente 90 y 103 a?os. El primero deja sus brillantes ideas y reflexiones para siempre, y el segundo sus vibrantes interpretaciones. Claro que ¡°para siempre¡± es una expresi¨®n cada vez m¨¢s absurda, habida cuenta de la celeridad con que hoy se suprimen los hechos y los recuerdos. En numerosas ocasiones he dicho que la posteridad pertenece al pasado. Es un concepto anticuado, carente de sentido en un tiempo que devora las huellas de quienes ya no est¨¢n presentes para renovarlas. La tierra no fue nunca tanto de los vivos, acaparadores y ego¨ªstas. Reclaman para s¨ª todo el espacio, no consienten que unos difuntos les resten un ¨¢pice de protagonismo, salvo cuando es hora de conmemorar un centenario y cosas as¨ª, porque ¨¦stas se prestan a su lucimiento, a que exhiban cu¨¢nto saben de Gald¨®s o de quien toque.
A George Steiner le escrib¨ª hacia 1979, deslumbrado por su Despu¨¦s de Babel, ensayo fundamental para cualquier escritor o traductor, y yo entonces a¨²n traduc¨ªa. Me contest¨® con cortes¨ªa y no quise molestarlo m¨¢s. M¨¢s tarde, en 1987, me parece, le o¨ª una conferencia en un seminario de Cambridge en el que tambi¨¦n intervinieron unos a¨²n j¨®venes McEwan e Ishiguro, P. D. James y Angela Carter. Creo que habl¨¦ de la ocasi¨®n en un breve art¨ªculo de 1991, pero nadie va a acordarse de eso. Vers¨® su charla sobre los libros no escritos, o perdidos, o quemados. Mi recuerdo es por fuerza tenue, pero Steiner afirm¨® que la escasa obra del alem¨¢n Georg B¨¹chner, muerto a los 23, permit¨ªa conjeturar que, de haber llegado a los 52 de Shakespeare, habr¨ªa superado a ¨¦ste. Y que no era ocioso imaginar lo que B¨¹chner no hab¨ªa escrito: una de las probables cumbres de la literatura universal yac¨ªa en el reino de lo inexistente, de lo malogrado, en un territorio fantasma al que me he referido a veces como ¡°la negra espalda del tiempo¡±, adaptaci¨®n de una cita de Shakespeare. Tambi¨¦n habl¨® de la primera versi¨®n de Los siete pilares de la sabidur¨ªa de T. E. Lawrence o Lawrence de Arabia, que ¨¦ste apoy¨® en la repisa de una cabina telef¨®nica de la estaci¨®n de Paddington y olvid¨® all¨ª tras su llamada, el tipo de cosa que nos ha sucedido a todos, aunque con objetos no tan irreemplazables. Cuando se dio cuenta y volvi¨® sobre sus pasos, no hab¨ªa rastro de la copia ¨²nica, y los poqu¨ªsimos que la hab¨ªan le¨ªdo aseguraban que era muy, muy superior a la que hubo de reescribir y conocemos.
Lo extraordinario de aquella conferencia es que Steiner, que disertaba sobre lo nunca escrito y lo nunca legible, sobre lo que no puede formar parte de nuestra herencia en modo alguno, lo que ya no est¨¢ ni estar¨¢ o no fue jam¨¢s, nos mantuvo a los oyentes en una especie de trance durante una hora. Lo que contaba y c¨®mo lo hac¨ªa, sus digresiones y especulaciones eran tan apasionantes que tuve la sensaci¨®n de estar asistiendo a una revelaci¨®n sobre el car¨¢cter profundo de la literatura y de la escritura, y por lo tanto tambi¨¦n de la lectura, esa actividad que no pocos desde?an hoy y que es la que nos hace medio inteligentes y no del todo primitivos, y que, como ya dijo Quevedo (parafraseo, no cito), nos regala envidiables conversaciones con los muertos y con los lejanos o inaccesibles, y aprender de ellos y pasar silenciosos ratos en su compa?¨ªa. Steiner vivi¨® muchos a?os y los utiliz¨® sin desperdicio, y podemos seguir conversando con ¨¦l indefinidamente, es una suerte incomparable. Hizo un libro, precisamente, sobre los que no escribi¨®, por falta de tiempo o de fuerzas o de atrevimiento. Pero lo que s¨ª nos leg¨® es mucho m¨¢s amplio, no debemos quejarnos en ese aspecto. Tanto da, sin embargo: que su mente ya no est¨¦ por aqu¨ª y se haya parado definitivamente, algunos lo vivimos como una desgracia y un abandono. Para nosotros el mundo ha quedado un poco mutilado, aunque la mayor¨ªa de la poblaci¨®n no sepa ni vaya a saber de Steiner, y le traigan sin cuidado los latidos de esa mente, y jam¨¢s vaya a aprovecharlos.
Mis disculpas por el tono crepuscular de esta columna, pero qu¨¦ quieren en las circunstancias.
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