Los or¨ªgenes literarios de ¡®Perry Mason¡¯
La saga firmada por Erle Stanley Gardner inspir¨® la serie televisiva de los cincuenta y sesenta, pero tambi¨¦n la nueva adaptaci¨®n estrenada por HBO, que no se parece en nada (por suerte) a su fuente literaria
El abogado de ficci¨®n Perry Mason fue creado por un autor de Massachussetts llamado Erle Stanley Gardner. Entre 1911 y 1916, Gardner ejerci¨® de abogado en California, defendiendo a inmigrantes chinos y mexicanos, a la vez que escrib¨ªa para las revistillas pulp de la ¨¦poca. Como todos los grandes literatos, ESG escrib¨ªa con solo dos dedos, y lo hac¨ªa hora tras hora hasta que los dejaba en carne viva. Pese a que las historias sal¨ªan de sus magullados d¨¢tiles con continuidad churresca, los tres d¨®lares por palabra daban para lo que daban. Hasta que Gardner se sac¨® a Mason del mag¨ªn.
La primera novela se llam¨® El caso de las garras de terciopelo, y pueden hallarla en Iberlibro por 1,80 euros (as¨ª de bajo ha ca¨ªdo la novela negra). Apareci¨® en 1933, y est¨¢ protagonizada por un Mason tentativo, a medio hacer. En ella el abogado habla de un modo m¨¢s brusco, impaciente, como si sufriese dispepsia y no le sirviesen sal de frutas en ning¨²n lado. De vez en cuando incluso dice ¡°mu?eca¡± y ¡°pimpollo¡±, algo que el Mason semijesuita futuro ni so?ar¨ªa en hacer. Se conoce que el autor trat¨® de imbuir a Mason con las caracter¨ªsticas de los detectives hard boiled del momento, los ic¨®nicos Marlowes y Spades, siempre abofeteando a pelirrojas pendonas y arrugando el labio superior ante la ¡°podredumbre que infecta esta maldita ciudad¡± (o algo as¨ª). Viendo que aquello no chutaba, el escritor decidi¨® atemperar a su h¨¦roe. Hacerle m¨¢s huevo pasado por agua que duro, por decirlo de alg¨²n modo.
Gardner estableci¨® un patr¨®n fijo para las tramas, que sus lectores amaron y ¨¦l siempre se neg¨® a alterar. Los clientes de Mason acud¨ªan a ¨¦l con problemas (¡°I¡¯m in trouble¡± era una frase t¨ªpica) y siempre ten¨ªan un secreto, que se manten¨ªa oculto a lo largo de la novela. Pero el tipo nunca era culpable, y el secreto era una nimiedad. El verdadero culpable era a menudo un fulano de rictus siniestro, hablar engolado y con nombre compuesto. Gardner odiaba a los esnobs, y la aparici¨®n en escena de un nota con bigote de mosquetero y abrigo de astrac¨¢n, fumando en boquilla y present¨¢ndose como Jean-Auguste Grossebite De Les Fleur-de-Lis se?alaba inequ¨ªvocamente al malo. Tras escasas pesquisas y notable cavilar, el abogado no solo desenmascaraba al pretencioso fel¨®n, sino que proced¨ªa a detallarle al jurado el m¨¦todo empleado, con la compostura y desapego de alguien que lee el dorso de un paquete de cereales.
En una entrevista de mediados de los sesenta, Gardner afirm¨® que prefer¨ªa ¡°ritmo, situaci¨®n y suspense¡± al ¡°sexo, sadismo y seducci¨®n¡± t¨ªpicos del g¨¦nero. Su estilo era sencillo pero florido y adverbioso (¡°dijo, innecesariamente¡±) y, a veces, parece fusilado de otros autores hasta que recordamos que Gardner fue su inventor. En todo caso, las tramas son adictivas. Uno no se da cuenta y ya tiene la nariz pegada al libro, acompa?ando a un Mason de gabardina chorreante (el L. A. de Gardner es m¨¢s lluvioso que la Barcelona de Zaf¨®n) quien pasa media vida buscando nombres en la gu¨ªa telef¨®nica para luego explic¨¢rnoslo todo en prolijas escenas judiciales. Muchos juicios y pocos taburetazos; as¨ª era Mason.
Gardner se forr¨® con aquello. Al poco de empezar pudo colocarse definitivamente los dos dedos de escribir en la nariz, pues dictaba las obras a un staff de seis secretarias, en Rancho del Paisano, su hacienda californiana. Donde, por cierto, ten¨ªa veinte asistentes a su servicio, y todos se dirig¨ªan a ¨¦l como ¡°T¨ªo Erle¡±. Gardner escribi¨® 80 novelas de Mason (a veces tres en un mismo a?o; finaliz¨® alguna en seis semanas) y fue superventas hasta su muerte en 1970: 170 millones de libros, que hoy son ya 300. Si a?adimos las novelas sin Mason y la no ficci¨®n, el total es de 150 obras.
Por a?adidura, Gardner no era solo popular entre la ignara chusma, sino que coleccion¨® lisonjas de las m¨¢s prestigiosas firmas (Evelyn Waugh, GK Chesterton, Sinclair Lewis, W. Somerset Maugham¡). Algunos cr¨ªticos cenizos, c¨®mo no, describieron lo suyo como ¡°mero entretenimiento¡±, pero Gardner, que se hab¨ªa autobautizado como ¡°la f¨¢brica de ficci¨®n¡±, dej¨® que aquellas calumnias se deslizaran por la parte resbaladiza de su rabadilla. Especialmente cuando dio inicio la serie de televisi¨®n, de la que era accionista mayoritario, y ping¨¹es nuevos dividendos llovieron sobre Rancho del Paisano.
La serie original
El abogado de Perry Mason, la serie de CBS, era muy parecido al literario. Lo interpretaba Raymond Burr, un actor con constituci¨®n de gabarra fluvial a quien muchos recordaban como vecino homicida en La ventana indiscreta. Burr, que por culpa de su sobrepeso siempre interpretaba a villanos, gorilas y tipos mayores que ¨¦l, cambi¨® de registro en Perry Mason. El suyo, como el de Gardner, era un leguleyo prudente, p¨ªo y caballeroso que nunca sudaba (deb¨ªa deshacerse de la excreci¨®n mediante alg¨²n sistema de evaporaci¨®n seca), nunca les levantaba la mano a las se?oras (por mucho que hiciesen comentarios hirientes sobre su talla de ropa interior) ni echaba mano al rev¨®lver. Era un poco como Oscar Wilde: su ingenio lo resolv¨ªa todo.
No era el ¨²nico punto en com¨²n con Wilde. Mason no parec¨ªa mostrar el menor inter¨¦s en el sexo opuesto, y trataba a su secretaria, Della Reese (Barbara Hale), como una mezcla de ahijada, novicia, objeto de estudio y robot archivador. Pero un robot, eso s¨ª, al que has pillado cari?o por su fr¨ªa obediencia sint¨¦tica. El Mason de Burr tambi¨¦n parec¨ªa dominar el control mental, pues la mayor¨ªa de sus criminales regurgitaban extensas confesiones en el estrado con solo recibir una de sus miradas admonitorias.
Pese a su f¨ªsico, el modoso Burr parec¨ªa hecho para interpretar aquel papel. En Hollywood se dec¨ªa que Gardner hab¨ªa saltado de la silla al verle en el casting, aunque quiz¨¢s lo que vio fue el abultado cheque por royalties que bland¨ªa el ejecutivo de la CBS. Burr se convirtir¨ªa en el Perry Mason ic¨®nico, y pasar¨ªa nueve a?os de su vida interpret¨¢ndole en 271 misterios epis¨®dicos, m¨¢s 26 de los telefilmes. Hasta que sufri¨® aquel accidente que le dej¨® postrado en silla de ruedas, y¡ un momento, no. Eso es Ironside.
La serie de HBO
Por el escenario licencioso y turbulento de Los ?ngeles de 1931, en plena Gran Depresi¨®n, las revistas del sector han comparado el nuevo Perry Mason con Chinatown o Boardwalk Empire, pero lo cierto es que la serie remite al inmortal mundo de Chandler (Raymond, no Bing) o Hammett. Este Perry Mason en modo precuela, interpretado por Matthew Rhys, es un mugriento detective privado que a¨²n no ha pasado los ex¨¢menes de derecho. Ni los pasar¨¢, si sigue bebiendo de ese modo y empe?¨¢ndose en sufrir traum¨¢ticos flashbacks b¨¦licos en mitad de sus indagaciones. Est¨¢ divorciado, es un padre m¨¢s inepto que el McNulty de los ¨²ltimos d¨ªas, y su vestuario completo se compone de un traje arrugado con mancha de mostaza, una camisa blanco tiza con cuello s¨¦ptico y una cazadora vieja que le prest¨® Indiana Jones.
Mason 2.0 denuesta, masculla y va por el mundo con expresi¨®n permanente de zapatos estrechos. Para colmo, tiene querencia por el chachach¨¢ horizontal. A los que a¨²n recuerdan la amanerada y glacial cortes¨ªa que empleaba con las damas el Mason old school, les espera una notable sorpresa con este modelo actual, que a la m¨ªnima de cambio se lanza a practicar coitos contorsionistas m¨¢s bien s¨®rdidos. Dichas c¨®pulas circenses, conviene apuntar, no son con Della Reese. La eterna asistente soltera de Mason reaparece en la serie de HBO, solo que aqu¨ª no es (?a¨²n?) su secretaria, no se cambia de modelito tantas veces como en la era dorada y, a juzgar por su rictus de irritaci¨®n ¨ªgnea, compra los zapatos en la misma tienda que ¨¦l.
En cuanto a los casos, se parecen tanto a los antiguos como el Joker de La broma asesina se parec¨ªa al de C¨¦sar Romero. En el primer cap¨ªtulo no han pasado ni diez minutos y ya aparece un ni?o con los p¨¢rpados cosidos (bastante muertecito). A Manson le entra tal chungo al verle que tiene que echarse algo al gollete. Y luego algo m¨¢s. Su socio decide irse de furcias, pero Manson regresa a su choza, llama a su ex, se deprime una cosa horrible, destruye a batazos el cochecito de juguete que hab¨ªa comprado para su hijo y, a los dos minutos de colgar, coloca sobre su clav¨ªcula la pierna de su vecina y la emprende con un nuevo twist p¨¦lvico. Zumba zumba zumba. Gas mostaza, bayonetas, jerrys destripados (en flashback). Mira ese cuello de camisa, por el amor de Dios. Zumba zumba zumba. Nuevo flashback del infante c¨¦reo (en realidad, todo esto no sucede en el mismo episodio; lo he unido, con intenci¨®n ilustrativa, en un plano secuencia). En pocas palabras: gracias a Dios que T¨ªo Erle no vivi¨® para ver esta sucia maravilla. Ni todos los millones de HBO habr¨ªan amortiguado el ictus.
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