Mars¨¦ y el esp¨ªritu de la novela
El escritor fallecido la semana pasada aprendi¨® de los grandes, pero su fuego originario estuvo en las narraciones orales y las leyendas de hero¨ªsmo popular
Juan Mars¨¦ alentaba el esp¨ªritu de la novela con una pureza y una integridad que solo est¨¢n reservadas a los nombres mayores del oficio, o bien a esos narradores instintivos que hechizan cuando cuentan y nunca escribir¨¢n una palabra. Mars¨¦ era novelista de la misma manera visceral en que era lector apasionado de novelas, y mucho antes, de ni?o, lector de tebeos y de novelillas de quiosco, aficionado a las pel¨ªculas en los cines de barrio, oyente alerta y narrador activo de las f¨¢bulas orales que se contaban los ni?os en las calles populares de la Barcelona de posguerra, las aventis que ¨¦l transmut¨® en literatura en Si te dicen que ca¨ª. En esa novela, y en Un d¨ªa volver¨¦, la memoria proscrita de la resistencia republicana se convierte en leyenda embellecida por el ejemplo de los h¨¦roes del cine y filtrada por la bruma del rumor y el misterio. Los antiguos pistoleros libertarios, los guerrilleros urbanos que en algunos casos se mantuvieron activos durante m¨¢s a?os de lo que hab¨ªa parecido veros¨ªmil ¡ªel ¨²ltimo de los hermanos Quero fue abatido en Granada por la Guardia Civil a principios de los a?os sesenta¡ª adquir¨ªan en la imaginaci¨®n infantil una estatura ¨¦pica como de forajidos de pel¨ªcula de vaqueros o de g¨¢nsteres, admirados en la oscuridad propicia de las salas de cine, recreados luego en las narraciones sucesivas de los ni?os en la calle.
Las pel¨ªculas se ve¨ªan y se contaban luego con fervor y con todo lujo de detalles a quienes a¨²n no hab¨ªan podido verlas: la promesa del cine se cumpl¨ªa plenamente en la sala, pero cobraba forma anticipada en los carteles impresos que colgaban de las fachadas y m¨¢s a¨²n en los telones pintados a mano sobre las marquesinas, con un lujo pop de colores muy fuertes, de caballos a galope, de h¨¦roes con cintur¨®n y sombreo del Lejano Oeste o gabardina de pel¨ªcula policial en blanco y negro. La est¨¦tica de los carteles era la misma de las portadas de las novelas que se vend¨ªan y se alquilaban en los quioscos, y de los tebeos que los ni?os le¨ªan ¨¢vidamente, sentados en escalones, agrupados para ver mejor lo que uno de ellos ten¨ªa en las manos y le¨ªa en voz alta. La iconograf¨ªa del cine americano empapaba la cultura popular, que estaba apropi¨¢ndose sin reparo de ella al mismo tiempo que la asimilaba. Las novelas baratas que los chicos empezaban a leer cuando ya iban haci¨¦ndose mayores para los tebeos tambi¨¦n eran de aventuras del Oeste, de detectives privados, g¨¢nsteres y rubias te?idas, de exploradores espaciales. En la mayor¨ªa de los casos, sus autores, de nombres llamativamente anglosajones, eran represaliados republicanos, escritores vetados por la censura o antiguos periodistas a los que no les estaba permitido firmar con sus propios nombres en los peri¨®dicos. Alguno de ellos pod¨ªa haber sido un personaje de Juan Mars¨¦.
El ni?o que intercambiaba tebeos y aventis en su plaza proletaria de Barcelona se fue haciendo con los a?os un riguroso aprendiz de novelista que ejercitaba su imaginaci¨®n y su talento con el cat¨¢logo de la gran literatura, con Stendhal, Flaubert, Nabokov, Joseph Conrad, ley¨¦ndolos con la misma aguda exigencia con que un pintor se fija en c¨®mo pintaron los maestros que admira. Pero su impulso, su fuego originario, estuvo siempre en las narraciones orales, en las leyendas de hero¨ªsmo popular de su infancia, en el esplendor que el cine, los tebeos, las novelas, la radio a?ad¨ªan al espect¨¢culo a menudo deplorable de la vida real.
El esp¨ªritu de la novela no es la predilecci¨®n por una cierta forma literaria, sino una actitud cong¨¦nita hacia el mundo. Es la afici¨®n por fijarse en todo lo que existe y tambi¨¦n la de no contentarse con las limitaciones de la realidad inmediata y deleitarse en fantas¨ªas de escapatoria y aventura; es prestar una atenci¨®n respetuosa y con frecuencia ic¨®nica a las personas, a sus figuras, a sus maneras de hablar, a lo que muestran de manera muy ostensible y a lo que creen que esconden, y sobre todo a sus historias, a las que llevan consigo y unas veces cuentan y otras no. El esp¨ªritu de la novela es indiscriminado, y tambi¨¦n nivelador, porque se detiene en cualquiera, con mucha frecuencia en personas irrelevantes en la escala social, y porque a unos y a otros, altos o bajos, los trata con una ecuanimidad semejante, con sarcasmo incluso, aunque rara vez con una crueldad que no est¨¦ compensada por el reconocimiento de su plena existencia.
En el esp¨ªritu de la novela hay una especie de expectaci¨®n incondicional, una inocencia incorruptible y al mismo tiempo una clarividencia en la aceptaci¨®n del desenga?o. Es la inocencia de Manolo Reyes cuando se enamora del pelo rubio y la piel bronceada de Teresa Serrat y de la cualidad dorada de belleza y privilegio sin esfuerzo que emana de ella: como la Daisy de Scott Fitzgerald, Teresa tiene una sonrisa llena de dinero. Manolo no ha le¨ªdo a Balzac ni a Stendhal, ni falta que le hace, porque ¨¦l encarna en su entusiasmo, en su rabia, en su infortunio inevitable todas esas expectativas de los h¨¦roes j¨®venes que irrumpen en la ciudad en las novelas del siglo XIX, dispuestos a labrarse un destino, a inventarse una identidad. Son ellos mismos los autores de sus propias novelas. La inmersi¨®n de cada uno de ellos en el mundo repite el viaje antiguo de los protagonistas de los cuentos, en los cuales uno de los temas m¨¢s constantes es el del trepador o impostor social: el Patito Feo, Cenicienta, el joven incauto a quien el Gato con Botas promete convertir en marqu¨¦s de Carab¨¢s. Por eso en las novelas de Mars¨¦ el realismo cr¨ªtico est¨¢ siempre alumbrado por la leyenda, del mismo modo que la realidad turbia de las cosas que suceden en Si te dicen que ca¨ª se vuelve seductora ficci¨®n en las historias de misterio que se cuentan los ni?os en la calle. Las aventis son ficciones, pero no embustes: como las novelas, est¨¢n construidas con fragmentos inconexos de realidad y con intuiciones fantasiosas, en una mezcla en la que se destila la sustancia de una verdad que de otro modo no pod¨ªa descubrirse.
El esp¨ªritu de la novela es la mirada ¨¢cida y asombrada que Juan Mas¨¦ mantuvo siempre: no dejar nunca de disfrutar de la belleza de las f¨¢bulas de la literatura o del cine, y salir luego a la calle y fijarse en todo lo que pasa para poder contarlo tal como es, o convertirlo en materia de una novela. No ha habido nadie como ¨¦l.
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