La guerra que nos hizo como somos
En el verano de 1945 se descubri¨® un nuevo mundo. Europa cedi¨® el cetro del poder planetario a Estados Unidos y la URSS, pero, a cambio, puso los cimientos para su uni¨®n. La crisis que ahora vive ha resucitado los fantasmas de entonces. Todos se sienten v¨ªctimas
Ahora que el mundo encadena una crisis detr¨¢s de otra, conviene detenerse de vez en cuando a recordar que las cosas siempre pueden ir peor. Hace 75 a?os, en este mismo mes, el mundo estaba saliendo de una cat¨¢strofe que empeque?ece nuestros problemas actuales. Todav¨ªa hoy vivimos bajo su sombra.
La Segunda Guerra Mundial fue probablemente el hecho m¨¢s destructivo de la historia. Hasta agosto de 1945 hab¨ªan muerto violentamente entre 50 y 70 millones de personas, y decenas de millones m¨¢s se encontraban en peligro de morir de hambre. Miles de ciudades de Europa y Asia hab¨ªan quedado reducidas a escombros. En los ¨²ltimos d¨ªas de la guerra, el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki nos mostr¨® hasta qu¨¦ punto nos hab¨ªamos vuelto destructores: con el ardiente destello de las primeras armas nucleares del mundo, por fin, vislumbramos el apocalipsis.
La guerra cambi¨® todo. Durante siglos, las naciones de Europa occidental hab¨ªan ocupado el centro del poder mundial; pero seis a?os de destrucci¨®n las hab¨ªan reducido a meras segundonas en el escenario mundial. Estados Unidos y la URSS iban a ocupar su sitio, y la rivalidad entre las dos nuevas superpotencias iba a definir el resto del siglo XX.
La lista de transformaciones sociales debidas a la guerra es verdaderamente sobrecogedora. La guerra fue responsable de la difusi¨®n del comunismo en Asia y el este de Europa, pero tambi¨¦n de la cultura de consumo estadounidense en todo el mundo. La guerra transform¨® nuestro patrimonio arquitect¨®nico, a medida que de las cenizas de las viejas ciudades surg¨ªan otras nuevas. Nos proporcion¨® los cohetes, el avi¨®n a reacci¨®n y la energ¨ªa nuclear; pero tambi¨¦n el ordenador, el horno microondas y el pegamento instant¨¢neo. Antes de la guerra, los antibi¨®ticos eran poco m¨¢s que una curiosidad m¨¦dica sin casi ninguna aplicaci¨®n pr¨¢ctica; al terminar el conflicto, gracias a la investigaci¨®n espec¨ªfica y la masiva inversi¨®n p¨²blica, Estados Unidos estaba fabricando 646.000 millones de dosis de penicilina al mes.
Pero la mayor transformaci¨®n provocada por la guerra fue quiz¨¢ psicol¨®gica. El mundo experiment¨® un trauma gigantesco entre 1939 y 1945 y, en los a?os posteriores, tuvo que encontrar formas de asumirlo.
Los griegos se comparan con las v¨ªctimas de los nazis; los partidarios del Brexit, con sus h¨¦roes de guerra
La primera reacci¨®n fue ponerse a trabajar. En todas partes, la gente empez¨® como loca a reconstruir y planificar el futuro. Los milagros econ¨®micos de los a?os cincuenta y sesenta, que se produjeron no solo en Europa sino en todo el mundo, nacieron de ese esp¨ªritu nuevo de entusiasmo y energ¨ªa.
En el ¨¢mbito mundial, los estadistas se reunieron para intentar encontrar maneras de evitar otra cat¨¢strofe como la que acababan de vivir. En julio de 1944, cuando todav¨ªa no hab¨ªa acabado la guerra, hubo una reuni¨®n de economistas en Bretton Woods, Estados Unidos, para hablar de c¨®mo acabar con los colapsos financieros que hab¨ªan desembocado en la guerra. Las instituciones que crearon ¡ªel Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial¡ª iban a regir la econom¨ªa mundial durante los 27 a?os siguientes, y hoy siguen siendo tremendamente importantes.
En el verano de 1945 se cre¨® una organizaci¨®n todav¨ªa mayor y m¨¢s ambiciosa: la ONU. Su principal prop¨®sito, expuesto en la primera frase de su Carta, era ¡°salvar a las generaciones venideras del azote de la guerra¡±.
En los a?os inmediatamente posteriores, la cooperaci¨®n internacional se puso de moda. Se establecieron asociaciones militares, pol¨ªticas y econ¨®micas de todo tipo, desde la OTAN y el Pacto de Varsovia hasta la Organizaci¨®n Mundial de la Salud y la OCDE.
Una de las instituciones internacionales m¨¢s exitosas es la Uni¨®n Europea, que tambi¨¦n tiene sus ra¨ªces en la Segunda Guerra Mundial. Seg¨²n Robert Schuman, uno de los fundadores de la UE, el objetivo fundamental de la organizaci¨®n era hacer que otra guerra europea fuera ¡°no solo impensable, sino materialmente imposible¡±. Sus colegas y ¨¦l pensaban que la clave para alcanzar la paz en Europa era acercar a sus naciones. Por eso, desde su fundaci¨®n, la UE siempre ha declarado su empe?o de trabajar por una ¡°uni¨®n cada vez m¨¢s estrecha¡±.
Por desgracia, estas no fueron las ¨²nicas lecciones que extrajimos de la guerra. Los traumas de 1945 tambi¨¦n nos ense?aron a temer a nuestros amigos, desconfiar de nuestros vecinos y culpar de nuestras desgracias actuales a los agravios hist¨®ricos que muchos de nosotros hemos sufrido.
En las ¨²ltimas d¨¦cadas, la esperanza y el idealismo de los a?os cincuenta y sesenta se han sustituido por una cultura de victimismo cada vez m¨¢s extendida. En cada nueva crisis de hoy, no podemos evitar escuchar los ecos de la guerra.
Durante la crisis del euro en 2012, los peri¨®dicos griegos e italianos comparaban sus pa¨ªses con las v¨ªctimas de los campos de concentraci¨®n. Empezaron a llamar ¡°Cuarto Reich¡± a Alemania y a publicar fotos de Angela Merkel con el brazo levantado, como si estuviera haciendo el saludo nazi.
Durante el refer¨¦ndum del Brexit, los peri¨®dicos brit¨¢nicos compararon repetidamente a los partidarios de abandonar la UE con los h¨¦roes de guerra. El Reino Unido se hab¨ªa enfrentado solo a un continente hostil en 1940, dec¨ªan, y podr¨ªa hacerlo otra vez.
Al conflicto mundial le debemos la energ¨ªa nuclear, el ordenador y el pegamento instant¨¢neo
Hoy, en Polonia y Hungr¨ªa, es frecuente que comparen la UE con los nazis y los comunistas. A los que recuerdan la ¨¦poca comunista, les parece que los poderosos llegados de fuera no causan m¨¢s que desgracias. No es extra?o que tanta gente de esos pa¨ªses haya llegado a la conclusi¨®n de que sus respectivas naciones son la ¨²nica causa digna de creer en ella.
La cooperaci¨®n internacional, en otro tiempo tan valorada, ahora se desprecia, en muchos casos. Hay muchas razones, pero una de ellas es que los ecos de la guerra contin¨²an presentes.
Estados Unidos considera que la posici¨®n de superpotencia que logr¨® en 1945 es un derecho natural. Anhela ser ¡°grande otra vez¡±, pero se niega a aceptar las responsabilidades que acompa?an a esa grandeza. Rusia tiene una nostalgia similar: Vlad¨ªmir Putin hace en sus discursos referencias constantes a la valent¨ªa rusa durante la guerra, mientras corre un discreto velo para tapar los pecados del Ej¨¦rcito Rojo en los meses y a?os posteriores.
En Asia tambi¨¦n est¨¢n volviendo a recordarse cada vez m¨¢s los traumas de la guerra. En China, que durante mucho tiempo call¨® todo lo relativo a su guerra con Jap¨®n, desde los a?os ochenta han surgido en todo el pa¨ªs museos y monumentos dedicados a su memoria. Y la televisi¨®n llena hoy su programaci¨®n de documentales y dramas sobre los sufrimientos chinos. Lo mismo ocurre, aunque en menor medida, en Corea del Sur.
Ahora que empezamos a salir de nuestra propia crisis, quiz¨¢ podamos aprender alguna lecci¨®n valiosa de este legado. Podemos estar agradecidos por que el coronavirus no haya sido peor; desde luego, no es tan malo como la cat¨¢strofe que sacudi¨® el mundo hace 75 a?os. Y podemos consolarnos pensando que cualquier crisis, incluso una guerra mundial, tiene siempre beneficios, adem¨¢s de costes. Pero tenemos que ser conscientes de que las plenas consecuencias de lo que hemos vivido estos ¨²ltimos meses no se conocer¨¢n hasta dentro de una generaci¨®n. Esperemos ser capaces de gestionar nuestros traumas y tensiones actuales mejor que en el pasado. Si no, un d¨ªa quiz¨¢ nos veamos atormentados por los sucesos de 2020, igual que todav¨ªa nos atormentan los ecos de la Segunda Guerra Mundial.
Keith Lowe es autor de ¡®El miedo y la libertad: C¨®mo nos cambi¨® la Segunda Guerra Mundial¡¯. Galaxia Gutenberg.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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