El duelo que marc¨® Bretton Woods
El acuerdo que fij¨® las reglas del juego comerciales, financieras y monetarias tras la Segunda Guerra Mundial se firm¨® hace 75 a?os, el 22 de julio de 1944
Julio de 1944. La Segunda Guerra Mundial parece decidida. Los Aliados se disponen a aprobar el orden que regir¨¢ el mundo durante al menos unas d¨¦cadas. Representantes de 44 naciones, entre las que no est¨¢n las perdedoras de la contienda, se re¨²nen en el balneario de Bretton Woods, en Nuevo Hampshire (EE UU), para fijar las reglas del juego comerciales, financieras y monetarias de la paz y crear las instituciones que las har¨¢n posibles. La Espa?a franquista no fue invitada y qued¨® nuevamente al margen de las reglas internacionales. Para los pol¨ªticos y economistas presentes en la convenci¨®n era evidente que exist¨ªa una incompatibilidad frontal entre el proyecto econ¨®mico aut¨¢rquico del general Franco y el sistema econ¨®mico que deber¨ªa salir de all¨ª. La peseta qued¨® desterrada de Bretton Woods. En ese lugar se encerrar¨¢n m¨¢s de tres semanas; no se levantar¨¢n de la mesa hasta que hayan logrado su objetivo. Buen m¨¦todo de negociaci¨®n.
No parten de cero. Algunos de sus m¨¢s reputados negociadores, por ejemplo los del Reino Unido y EE UU, llevan bastantes meses intercambi¨¢ndose papeles. Existen muchas susceptibilidades sobre el papel hegem¨®nico del anfitri¨®n, el gran vencedor de la contienda. La mayor parte de los pa¨ªses figuraban como deudores, mientras que los americanos, que jugaban en casa, eran acreedores. No se pod¨ªan tener puntos de vista m¨¢s diferentes. El gran Winston Churchill hab¨ªa comentado que ¡°siempre se puede contar con que EE UU acaba haciendo lo correcto, una vez que se han agotado las dem¨¢s posibilidades¡±. Para equilibrar en lo posible el enorme poder norteamericano, el Reino Unido puso a disposici¨®n de los dem¨¢s la mejor baza de la que dispon¨ªa: su negociador ser¨ªa John Maynard Keynes, el mejor economista del mundo, el m¨¢s influyente, el m¨¢s afamado, el que hab¨ªa contribuido con su obra magna, la Teor¨ªa general del empleo, el inter¨¦s y el dinero, publicada en el a?o 1936 (cuando comenzaba la Guerra Civil en Espa?a), a dotar de un sustento intelectual al New Deal, la pol¨ªtica econ¨®mica con la que el presidente estadounidense del partido dem¨®crata Franklin Delano Roosevelt hab¨ªa derrotado a la Gran Depresi¨®n, la convulsi¨®n m¨¢s grande ¡ªjunto a las dos guerras mundiales¡ª que hab¨ªa sufrido el capitalismo contempor¨¢neo.
Los negociadores de Bretton Woods, cada uno con sus peculiaridades, se propusieron sentar las bases econ¨®micas que posibilitasen una paz global tras las dos grandes guerras; unas bases que concediesen a los Gobiernos mayor poder sobre los mercados. Hasta esos acuerdos no exist¨ªan precedentes hist¨®ricos de un sistema monetario regulado por normas expl¨ªcitas a nivel mundial; el nuevo sistema ¡ªque dur¨® hasta principios de la d¨¦cada de los a?os setenta, cuando el presidente republicano Richard Nixon, con grandes problemas para la financiaci¨®n de la guerra de Vietnam, lo hizo estallar en mil pedazos¡ª pretend¨ªa avanzar hacia la reapertura de la econom¨ªa internacional dejando atr¨¢s las ¨¢reas monetarias (el ¨¢rea de la libra esterlina, el ¨¢rea del oro y el ¨¢rea del d¨®lar) y el comercio basado en acuerdos bilaterales y pol¨ªticas nacionalistas que dificultaban el libre flujo de mercanc¨ªas entre los pa¨ªses.
Keynes pretendi¨®, sin ¨¦xito, que el mundo crease un ¨®rgano internacional de compensaci¨®n con moneda propia
All¨ª se decidi¨® la creaci¨®n del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, y se analiz¨® el antecedente de la Organizaci¨®n Mundial del Comercio, que solo se pondr¨ªa en funcionamiento medio siglo despu¨¦s. Tambi¨¦n se acord¨® que el d¨®lar ser¨ªa la moneda de referencia internacional. Las dos grandes instituciones del nuevo orden econ¨®mico tendr¨ªan su sede social en Washington. Todo ello indicaba que, pese al predicamento de Keynes, sus tesis no salieron ganando, sino que los contenidos de Bretton Woods reflejaron mucho m¨¢s las ideas de EE UU que del Reino Unido. Ello no ten¨ªa nada que ver con la capacidad intelectual de las delegaciones o con la superioridad t¨¦cnica de unas frente a las otras, sino con aspectos relacionados directamente con el ejercicio del poder: EE UU era la superpotencia vencedora de la Segunda Guerra Mundial y quien pose¨ªa la mayor parte de las armas pol¨ªticas: produc¨ªa, por ejemplo, la mitad del carb¨®n mundial, dos terceras partes del petr¨®leo, m¨¢s de la mitad de la electricidad, y acumulaba inmensas cantidades de armas, barcos, aviones, ferrocarriles, maquinaria de equipo, etc¨¦tera. Por ello, la famosa capacidad persuasiva de Keynes quedaba limitada objetivamente por la fortaleza pol¨ªtica de los americanos y por la debilidad de su pa¨ªs, en una coyuntura en la que el poder y la reputaci¨®n hab¨ªan cruzado el Atl¨¢ntico. Keynes pretendi¨®, sin ¨¦xito, que el mundo crease un ¨®rgano internacional de compensaci¨®n que ser¨ªa capaz de emitir una moneda propia (el bancor) vinculada a las divisas fuertes y que ser¨ªa canjeable por moneda local; a trav¨¦s de ese organismo, los pa¨ªses excedentarios financiar¨ªan a los deficitarios, lo que har¨ªa crecer la demanda mundial y evitar¨ªa la deflaci¨®n. La econom¨ªa no ser¨ªa un juego de suma cero. Pero la idea no conven¨ªa a los intereses de Estados Unidos, que no quer¨ªa gastar su super¨¢vit en compensar a pa¨ªses deudores.
La paradoja es que las grandes discusiones de Keynes tuvieron como interlocutor a un aparentemente oscuro funcionario del Tesoro de EE UU llamado Harry Dexter White, que previamente se hab¨ªa declarado keynesiano y que ni siquiera reportaba directamente a su presidente. Pero White no se achant¨® en ning¨²n momento ante la facilidad verbal de Keynes, sino que le plant¨® cara. Aunque el plan White venci¨® al plan Keynes en Bretton Woods, entre ambos se desarroll¨® una relaci¨®n de gran complicidad a la hora de convencer de las respectivas posiciones a sus superiores; las continuas batallas dial¨¦cticas entre Keynes y White han quedado reflejadas en las actas como una de las grandes pol¨¦micas del final de la Segunda Guerra Mundial.
En su apasionante libro La batalla de Bretton Woods (editorial Deusto), el estadounidense Benn Steil refleja las permanentes tensiones intelectuales y personales entre el elocuente y acomodado v¨¢stago del mundo acad¨¦mico de Cambridge y el atrevido y testarudo tecn¨®crata criado en el barrio obrero de Boston por inmigrantes judeo-lituanos. La desigualdad de clase. A partir de Bretton Woods, Keynes aument¨® su fama internacional en el ¨¢mbito de la econom¨ªa. Los medios de comunicaci¨®n de EE UU no se cansaban nunca del agudo e incisivo ingl¨¦s, admirado y denostado por igual debido a sus audaces e innovadoras ideas sobre las intervenciones de los Gobiernos en la econom¨ªa. Seg¨²n Steil, Keynes atac¨® la ortodoxia intelectual de las ciencias econ¨®micas de forma similar a como Einstein hab¨ªa hecho con las ciencias f¨ªsicas dos d¨¦cadas antes. El economista que comparti¨® la vanguardia est¨¦tica con los creadores y fil¨®sofos del Grupo de Bloomsbury (Virginia Woolf, Bertrand Russell, Witt?genstein, Gerald Brenan, Lytton Strachey¡), que dictaron la moda durante una ¨¦poca oponi¨¦ndose desde el pacifismo a la moral victoriana, pose¨ªa una innata facilidad de palabra que le habr¨ªa convertido en un excelente diplom¨¢tico si hubiera estado m¨¢s preocupado por convencer a sus oponentes que por arrinconarlos y humillarlos intelectualmente. ¡°Este hombre es una amenaza para las relaciones internacionales¡±, afirm¨® un observador que no era precisamente un estadounidense, sino el consejero del gabinete de guerra brit¨¢nico y futuro premio Nobel de Econom¨ªa James Meade, que consideraba que Keynes era ¡°Dios¡±.
A este personaje endiosado se enfrent¨® con ¨¦xito Harry White, que se convirti¨® en el principal obst¨¢culo para que Keynes pasara de la teor¨ªa a la pr¨¢ctica. White era un poco conocido tecn¨®crata del Departamento del Tesoro, que se enfurec¨ªa cuando los medios de comunicaci¨®n presentes en la convenci¨®n de Nuevo Hampshire suger¨ªan que tal vez ¨¦l no ten¨ªa muchas m¨¢s ideas econ¨®micas que las que le hab¨ªa proporcionado la lectura de la Teor¨ªa General de Keynes. Sin embargo, a pesar de no disponer de cargo oficial de relevancia (trasladaba sus ideas al secretario del Tesoro Henry Morgenthau, un confidente de Roosevelt de limitada inteligencia), White logr¨® con su plan una extraordinaria influencia en la pol¨ªtica exterior de su pa¨ªs. Respetado a rega?adientes por sus colegas por su audacia y por haber puesto en su sitio en m¨¢s de una ocasi¨®n al intratable Keynes, White se esforzaba por agradar. ¡°No tiene la m¨¢s m¨ªnima noci¨®n de c¨®mo comportarse o c¨®mo observar las normas de las relaciones civilizadas¡±, se quej¨® Keynes.
Nervioso e inseguro, White a veces se estresaba de modo enfermizo en las conversaciones con el pensador ingl¨¦s
Nervioso e inseguro, White fue en aquellas negociaciones plenamente consciente de su precaria situaci¨®n en Washington. Cuentan que a veces se estresaba de modo enfermizo en las conversaciones con el arist¨®crata ingl¨¦s. ¡°Intentaremos¡±, le lleg¨® a espetar durante una sesi¨®n particularmente tensa, ¡°elaborar algo que su alteza pueda comprender¡±. Y, sin embargo, ese aparente complejo de inferioridad no se reflej¨® en el resultado de Bretton Woods, donde firm¨® como arquitecto jefe de sus contenidos, y extrajo toda la ventaja posible del enorme cambio que se hab¨ªa producido durante la Segunda Guerra Mundial en las circunstancias geopol¨ªticas entre el Reino Unido y EE UU.
Ambos personajes, Keynes y White, terminaron conoci¨¦ndose bien y, pese a sus discrepancias, confraternizaron. Su punto de partida fue el mismo: evitar los errores cometidos tras la Primera Guerra Mundial (reflejados por Keynes en Las consecuencias econ¨®micas de la paz, libro que se convirti¨® en un best seller) y durante la Gran Depresi¨®n, y establecer un orden monetario con tipos de cambio fijos y monedas convertibles. Fuera de ello, lo dem¨¢s fueron discrepancias que hubieron de solventarse con el tiempo.
El fantasma de la Uni¨®n Sovi¨¦tica
?Por qu¨¦, dado su papel central en Bretton Woods, Harry Dexter White no ha pasado a la historia en un vag¨®n de primera clase? ?Por qu¨¦ no lleg¨® a ser el primer director gerente del Fondo ?Monetario Internacional, como le propuso el presidente de Estados Unidos?
Agosto de 1945. Elizabeth Bentley entr¨® en una de las oficinas del FBI en New Haven, Connecticut. ?Bentley era una mujer de 37 a?os, de 1,75 metros, 65 kilos, de grandes pechos y pies, rubicunda y con mal gusto para la ropa. Les relat¨® una historia de funcionarios que formaban parte del espionaje sovi¨¦tico; seg¨²n su propia declaraci¨®n, Bentley se hab¨ªa unido al Partido Comunista de EE UU en 1935, un a?o despu¨¦s de regresar de sus estudios en Italia, en donde el ascenso del fascismo la hab¨ªa horrorizado. Seg¨²n Bentley, se estaba creando una red de personas afines al partido en puestos gubernamentales. Entre ellos estaba Harry ?Dexter White.
Un poco antes, en noviembre de 1944, apenas terminada la convenci¨®n de Bretton Woods, J. Edgar Hoover, director del FBI, escrib¨ªa a su representante en la Casa Blanca para comunicarle que ¡°una fuente altamente confidencial¡± suger¨ªa que un cierto n¨²mero de empleados del Gobierno estaban proporcionando informaci¨®n a personas externas, que a su vez estaban transmitiendo esta informaci¨®n a ¡°agentes y esp¨ªas del Gobierno sovi¨¦tico¡±. Entre los empleados se menciona a Harry Dexter White.
Fueron las sospechas de su simpat¨ªa a la Uni¨®n Sovi¨¦tica las que turbaron la carrera p¨²blica de White, que muri¨® poco despu¨¦s. Hab¨ªa escrito: ¡°Rusia es el primer ejemplo pr¨¢ctico de econom¨ªa socialista, ?y funciona!¡±. Sosten¨ªa que gran parte de la animadversi¨®n de EE UU contra la URSS no era m¨¢s que hipocres¨ªa pol¨ªtica nacida de la incapacidad ideol¨®gica para reconocer el ¨¦xito de la econom¨ªa socialista.
?C¨®mo pudo White congeniar con Keynes, que abominaba la URSS y el marxismo? Una de las paradojas m¨¢s sobresalientes de la vida de este ¨²ltimo es la de que sus ideas hayan sido utilizadas como bandera de la izquierda socialdem¨®crata, siendo ¨¦l un liberal bastante alejado de esa izquierda, sin simpat¨ªa alguna por el comunismo, y que despreciaba la obra de Marx. Keynes acentu¨® sus fobias despu¨¦s del viaje que hizo a la ?URSS en 1925 en compa?¨ªa de su esposa, la bailarina rusa Lidia Lopokova. No pod¨ªa soportar el marxismo como an¨¢lisis ni el comunismo como m¨¦todo. Sus ataques son continuos a las pretensiones cient¨ªficas del marxismo como materialismo hist¨®rico (hismat) y como materialismo dial¨¦ctico (diamat), y a los horrores (entonces todav¨ªa no conocidos del todo) del sistema sovi¨¦tico, en sus art¨ªculos contenidos en los Ensayos de persuasi¨®n.
En cuanto a la obra cumbre de Marx, escribe: "Mis sentimientos hacia El capital son los mismos que hacia el Cor¨¢n (¡). ?C¨®mo pudieron cualquiera de estos dos libros llevar el fuego y la espada a medio mundo? Me supera. Claramente hay alg¨²n defecto en mi comprensi¨®n (¡). Pero sea cual sea el valor sociol¨®gico de El capital, estoy seguro de que su valor econ¨®mico contempor¨¢neo (aparte de sus ocasionales pero poco edificantes flashes de conocimiento) es nulo".
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