Habitando una m¨²sica
En nuestra ¨¦poca se asocia el disfrute est¨¦tico con la inmediatez y nada que requiera constancia parece atractivo
Confinado en M¨¢laga, en una casa de campo, y absuelto de los viajes incesantes de una estrella internacional de la m¨²sica, Daniel Barenboim se levantaba cada ma?ana y se pon¨ªa a estudiar las sonatas de piano de Beethoven. En la entrevista que le hace Jes¨²s Ruiz Mantilla, a Barenboim se le nota el pudor de reconocer que ha disfrutado tanto en una ¨¦poca de calamidad y dolor: no ten¨ªa que extenuarse por aeropuertos y hoteles de gran lujo; no ten¨ªa que dirigir y luego asistir agotado y sonriente a esas recepciones que dan los multimillonarios y los patronos de las grandes instituciones musicales a eminencias como ¨¦l. Desayunaba, sal¨ªa al jard¨ªn, se sentaba al piano, abr¨ªa una partitura. Que a los 77 a?os a¨²n tenga que estudiar con ah¨ªnco, y con visible entusiasmo, esas sonatas de Beethoven es un indicio de la riqueza sin fondo que puede contenerse en el interior de una m¨²sica y tambi¨¦n de la mezcla de constancia y de fervor que es el alimento de todo aprendizaje. Aprender no se acaba nunca. En nuestra ¨¦poca se asocia el talento con el efectismo, y el disfrute est¨¦tico con la inmediatez, y nada que requiera una larga constancia parece atractivo.
Daniel Barenboim grab¨® a lo largo de tres a?os, una tras otra, las 32 sonatas de piano de Beethoven, que se publicaron en 1984. Ahora le cuenta a Ruiz Mantilla que las ha grabado o las est¨¢ grabando de nuevo. Tantos a?os de familiaridad con esa m¨²sica le habr¨¢n dado un conocimiento ¨ªntimo, detallado, granular de cada una de las obras, una visi¨®n completa de esa corriente creativa que atraviesa la mayor parte de la vida adulta de Beethoven y que se detiene, un tanto misteriosamente, cinco a?os antes de su muerte. Beethoven empez¨® a publicar sonatas para piano cuando era sobre todo un joven int¨¦rprete que asombraba por la calidad de su virtuosismo y sus facultades como improvisador. La desgracia de la sordera, dice Richard Taruskin, al apartarlo de la vida social y malograr su carrera de pianista, le hizo recluirse en la faceta m¨¢s solitaria y especulativa de la m¨²sica: y en concordancia tal vez con esa reclusi¨®n, las sonatas de piano que iba publicando dejaron de ser partituras atractivas y de no mucha dificultad para int¨¦rpretes aficionados y salones dom¨¦sticos, y se convirtieron en obras de una exigencia t¨¦cnica extrema y de una intensidad expresiva que estaba m¨¢s cerca de la confesi¨®n y el arrebato que del cultivado entretenimiento social. El gran recluso sordo y mis¨¢ntropo se manten¨ªa alerta a las novedades tecnol¨®gicas de las que podr¨ªa beneficiarse su talento creativo. El piano, tal como lo conocemos ahora, con todas sus prodigiosas capacidades, estaba siendo perfeccionado justo en los tiempos de Beethoven, y ¨¦l dispuso antes que nadie de un modelo dise?ado en Londres por un fabricante admirador suyo que se lo envi¨® a Viena. Hay sin duda una correspondencia entre la libertad desatada de las ¨²ltimas sonatas, su radicalismo formal y su recapitulaci¨®n de la m¨²sica de sus antecesores, y la flexibilidad, amplitud, la precisi¨®n, la capacidad de matices de un instrumento tan sofisticado.
Dice Barenboim que un m¨²sico no es un int¨¦rprete, sino un lector: un lector dotado de o¨ªdo absoluto, de atenci¨®n absoluta, que ha de ir leyendo una por una cada nota y absorbiendo y expresando toda su riqueza, consciente de lo que dice la partitura y tambi¨¦n de lo que no dice, de los sonidos igual que de los silencios, como un lector de literatura percibe cada frase leyendo lo que est¨¢ escrito en ella y lo que est¨¢ implicado, lo insinuado, lo sugerido, lo no dicho, lo que se descubrir¨¢ no en la primera, sino en la segunda lectura, o cuando el libro vuelva a leerse al cabo de los a?os, a la luz de la experiencia acarreada del lector, la de sus lecturas y tambi¨¦n la de su vida. El Beethoven que termina la ¨²ltima sonata, la n? 32, a los 52 a?os de su vida no se parece al joven que public¨® las primeras casi 30 a?os atr¨¢s, cuando era un joven virtuoso cargado de porvenir. El joven compone las primeras sonatas como una celebraci¨®n de una forma perfecta, equilibrada, luminosa, heredadera de Haydn y de Mozart, modificada ya por ¨¦l con un sesgo personal que todav¨ªa est¨¢ afianz¨¢ndose. En las sonatas finales, en la ¨²ltima de todas, la forma se disgrega en mutaciones bruscas que traslucen el proceso mismo de tanteo y hallazgo de la composici¨®n. Los motivos se suceden como borradores que nunca cuajan en una invenci¨®n definitiva: uno de ellos cobra una extra?a furia de danza y suena como un boogie-woogie. La sonata, m¨¢s que terminar, se va disolviendo como en un murmullo, las l¨ªneas borrosas de un dibujo, en papel en blanco, el silencio.
Habr¨ªa que escuchar a Barenboim tocando esa sonata, llegando a ese final, en el piano de su casa, en el silencio tan raro del confinamiento. Tampoco ¨¦l es el mismo m¨²sico que la grab¨® en 1984, la misma persona. El encierro y la quietud le habr¨¢n permitido una concentraci¨®n que solo estas circunstancias excepcionales han hecho posible. A Barenboim lo hemos visto dirigir de memoria las cinco horas de Trist¨¢n e Isolda. A m¨ª me gustar¨ªa saber c¨®mo es llevar en la conciencia toda esa m¨²sica, c¨®mo ser¨¢ ir progresando en la traves¨ªa de las sonatas de piano mirando solo la partitura, o imagin¨¢ndolas, una por una, esa constelaci¨®n de formas y de emociones y estados de esp¨ªritu, el diario ¨ªntimo de una vida entera. Se parecer¨¢ al modo en que las personas llevaban antes en la memoria poemas enteros, aunque tambi¨¦n quiz¨¢s a la presencia que esa misma m¨²sica iba adquiriendo en la imaginaci¨®n de Beethoven a medida que la compon¨ªa, en los ¨²ltimos a?os, cuando ya hab¨ªa perdido por completo el o¨ªdo.
De una manera vicaria, tambi¨¦n el aficionado, aunque no tenga formaci¨®n musical, puede habitar en las sonatas, quedarse en ellas durante un largo tiempo, sin la prisa y la ansiedad de escuchar otras cosas, con un sedentarismo no del todo electivo, porque no habr¨ªa existido sin el confinamiento. En los d¨ªas inh¨®spitos de mediados de marzo yo encontr¨¦ un abrigo en ese estuche de las sonatas de Beethoven grabadas por Barenboim en 1984, y a¨²n sigo en ¨¦l. Cuanto m¨¢s las escucho, m¨¢s resonancias despiertan en m¨ª, y m¨¢s cosas nuevas descubro en ellas. No puedo imaginar c¨®mo ser¨¢ tocarlas uno mismo, vivir de verdad en ellas.
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