William Kentridge: ¡°Soy un campesino que no quiere abandonar su pueblo¡±
Malabarista conceptual y maestro de la incertidumbre, el artista sudafricano protagoniza una exposici¨®n en Barcelona, que adelanta en esta visita guiada por su taller en Johanesburgo
Las curvas de una tuba abrazada a una butaca, una c¨¢mara de 16 mil¨ªmetros?en tr¨ªpode de madera y una cafetera italiana dibujada en tiza en una pizarra sobre caballete. Entrar en el estudio de William Kentridge es como penetrar en una de sus animaciones. Hay esbozos y recortes, la escalera, el meg¨¢fono met¨¢lico, c¨®nico e ic¨®nico, y muchos de estos objetos que, repiti¨¦ndose, borr¨¢ndose y redibuj¨¢ndose, han convertido al artista sudafricano en uno de los referentes mundiales del arte contempor¨¢neo actual.?
Ya hace tiempo que Kentridge es imprescindible. Le reclaman en Nueva York, Londres o Berl¨ªn, mientras el Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona inaugura la pr¨®xima semana Lo que no est¨¢ dibujado, ambiciosa exposici¨®n que estrenar¨¢, por primera vez fuera de Sud¨¢frica, su ¨²ltima pieza,?City Deep,?nuevo cap¨ªtulo de su serie de animaciones?Drawing for Projections. Pero la m¨¢s esencial de las urbes sigue siendo la suya, Johanesburgo, ¡°una ciudad que es una animaci¨®n en s¨ª misma, que se borra y se rehace a ella misma¡± y que es tanto el contexto como un personaje clave de su obra.
Una pared entera es de pizarra. Y, sujetos a la misma provisionalidad que el artista evoca en sus obras, en el encerado se avistan en tiza distintos deberes en letra ligada:?¡°Ejercicio 1 ¨C Autorretrato¡±, se lee. ¡°Como no soy novelista, no tengo la capacidad de imaginarme a m¨ª mismo en el pensar y sentir de otra gente. La perspectiva de las animaciones es b¨¢sicamente la m¨ªa¡±, dice el artista. Kentridge ha aparecido uniformado con el mismo pantal¨®n negro y camisa blanca con el que se representa en sus filmaciones ¡ªlo que refuerza a¨²n m¨¢s el extra?o espejismo de sentirse dentro de una de ellas¡ª y, zarandeando teatralmente los brazos, camina por el centro de su universo.?
Junto a ese ¡°ejercicio¡± hay mediciones gr¨¢ficas y un ¨¢rbol con un 1955 en su ra¨ªz. Es el a?o en que Kentridge naci¨® en una Sud¨¢frica racista por ley y en el seno de una familia jud¨ªa, blanca y privilegiada de Johanesburgo. En este estudio-cub¨ªculo, colgado en un precioso jard¨ªn de un barrio acomodado, el invierno austral ya amaina y las flores lucen en todo su esplendor. Es el mismo jard¨ªn que le vio crecer, jugar, darse cuenta de la antinaturalidad del apartheid y despu¨¦s observar, pensar y crear. Una ventana verde y blanca, que lo enmarca como observador de las desigualdades, injusticias y racismo, pero tambi¨¦n de la lucha, cambio y liberaci¨®n que ha vivido su pa¨ªs. ¡°Soy como un campesino que se resiste a abandonar su pueblo¡±, dice. Un lugare?o que ahora vende dibujos a 5.000 euros y que est¨¢ en la esfera de los 100 personajes m¨¢s influyentes del arte en el mundo, seg¨²n la lista anual de Art Review. En 2019, ocupaba el puesto 51?.?
Es desde este lugar y sobre este contexto que William Kentridge ha ido construyendo y deconstruyendo sus conceptos, reflexiones y contradicciones, y de donde surge y bebe su obra, incluida la serie?Drawings for Projection. Usando el carboncillo, Kentridge arranc¨® esta serie en 1989, en v¨ªsperas de la ca¨ªda del apartheid, con el c¨ªnico?Johanesburgo, la segunda mejor ciudad despu¨¦s de Par¨ªs, sin sospechar que sus protagonistas Soho Eckstein, un poderoso constructor, y su alter ego, Felix Teitelbaum, le acompa?ar¨ªan durante m¨¢s de tres d¨¦cadas. Estos personajes, que han acabado navegando y representando la transformaci¨®n pol¨ªtica y social de Sud¨¢frica, as¨ª como emulando procesos de cambio universales, se le aparecieron ¡°en un sue?o¡± y son los seres cambiantes con los que Kentridge se adentra en las minas y su sistema de explotaci¨®n, en el poder y sus consecuencias, en las revueltas y sus represiones.
A Kentridge le interesan los bordes, los matices y los rastros. Cuestiona el ¡°conocimiento¡± y se decanta por la ¡°creaci¨®n de sentido¡±, reh¨²ye la ¡°amnesia social¡± como m¨¦todo saludable, a pesar de asumir el riesgo de que ¡°las memorias traum¨¢ticas puedan llegar a paralizar¡± y sit¨²a en el podio de su arte conceptual el colonialismo, los s¨ªmbolos y el poder, como huellas de este pasado que han dibujado el mundo en el que le ha tocado vivir. En City Deep, su nueva obra, Kentridge ha vuelto a las minas, esta vez retratando a los mineros informales que ya no sacan en masa el oro desde el subsuelo de Johanesburgo, sino que pican, desde la superficie, los restos de lo que ya se extrajo, s¨ªmbolo de la decadencia de la industria minera, la que origin¨® el nacimiento de Johanesburgo.
Las m¨¢quinas, ingenios del ser humano asociados con el progreso, son tambi¨¦n para Kentridge una insignia del gran cambio en la civilizaci¨®n que ha marcado las desigualdades y la explotaci¨®n global: el esclavismo, la colonizaci¨®n, el racismo, el abuso a gran escala. Y esa ambivalencia la tiene la cafetera. Es el filtro de una prensa francesa, ya en 1991, el que sale de su cilindro en?Mina, uno de sus dibujos m¨¢s conocidos, para bajar, como en un ascensor, de la comodidad del despacho de Soho a las profundidades bajo tierra donde los mineros cargan y descargan en masa. Ahora, en?City Deep, un?zama zama (o minero informal) desentierra una cafetera italiana. En el estudio, las hay en todos los muros. Son de tiza, carb¨®n o pintura.
Kentridge se expresa con esculturas, con lienzos, con recortes y collages, y hasta se atreve con la ¨®pera. Como sus ideas, su lenguaje trasciende fronteras y escapa de casillas, pero siempre fondea entre la cr¨ªtica social, las referencias hist¨®ricas y actuales, y una expansi¨®n de lo que sucede, que ¨¦l desdibuja intentando desvelar las trampas. Y la m¨²sica, como la cafetera o el meg¨¢fono, nunca deja de estar a su lado. La gigantesca instalaci¨®n More Sweetly Play the Dance,?que forma parte de la exposici¨®n del CCCB, es una danza f¨²nebre con protestas, un baile entre el futuro y el pasado, con orquesta y con tubas, m¨¢quina de escribir y ¨¢rboles. Las sombras de esta procesi¨®n no pueden llevar a otra parte que no sea m¨¢s incertidumbre. Pero en el camino, estas sombras, como la humanidad y como el propio Kentridge, se transforman, se rehacen y, sobre todo, intentan ¡°dar sentido¡± a toda esta ambig¨¹edad y complejidad que nos rode¨®, nos rodea e inevitablemente siempre nos acompa?ar¨¢.??????
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