Sobre la cultura de la cancelaci¨®n
Tenemos la sensaci¨®n de que ¡°todo vale¡± en el nuevo territorio del ciberespacio, donde no se han establecido leyes claras

?En qu¨¦ momento la llamada ¡°cultura de la cancelaci¨®n¡± lo mezcl¨® todo y quiso hacernos creer que las personas son como una serie de televisi¨®n que se puede discontinuar?
En Estados Unidos, en los ¨²ltimos a?os, han pasado cosas trepidantes a golpe de declaraciones, anuncios, confesiones, denuncias, descalificaciones y sentencias en las redes. El espacio cibern¨¦tico ha transformado las inicialmente juguetonas redes sociales, que establec¨ªan contactos e intercambio de ideas, en un impulsivo nanoblogueo. Cada aseveraci¨®n pol¨¦mica o acusaci¨®n suena como una inmensa caja de resonancia. Celebridades, pol¨ªticos, poderosos empresarios, presentadores de televisi¨®n, periodistas o actores han sido aspirados por un complejo remolino de expresivas denuncias. A veces, cuajan en imputaciones demostrables con delito tipificado en leyes precisas y otras, simplemente, se transforman en el eco de una repetici¨®n que siembra dudas y genera rechazo hacia la persona se?alada.
Uno podr¨ªa preguntarse por qu¨¦ la denuncia, la acusaci¨®n o el se?alamiento p¨²blico a trav¨¦s de las redes ha sido el mecanismo que est¨¢ imperando cuando nuestras democracias, en teor¨ªa, ya tienen los sistemas de protecci¨®n desde unos par¨¢metros de realidad tangible en instituciones concretas. Tenemos la sensaci¨®n de que ¡°todo vale¡± en el nuevo territorio del ciberespacio, donde no se han establecido leyes claras sobre los saberes que exhiben. No importa que sean asuntos ciertos de mucha gravedad como el maltrato, el acoso o la corrupci¨®n. Tambi¨¦n est¨¢n los impulsos visionarios, las revisiones historicistas, las reivindicaciones sociales, las sa?as personales, las denuncias falsas, las campa?as de desprestigio o desinformaci¨®n, las trifulcas pol¨ªticas con toda su gama de manipulaci¨®n, o la simple venta de productos de dudosa calidad. En el ¡°todo vale¡± el resultado es una amalgama gris¨¢cea, como cuando de ni?os mezcl¨¢bamos los vivos colores de la plastilina para ver qu¨¦ pasaba.
Por otra parte, las grandes compa?¨ªas, detr¨¢s de muy variados productos, han entrado en el juego de dejarse guiar por lo que digan las redes tratando de proyectar una imagen en la que sus celebridades, locutores o anunciantes no pueden tener mancha alguna. Las ca¨ªdas en desgracia desde el pedestal de la simple duda son un nuevo y ruidoso espect¨¢culo que recuerda al viejo circo romano.
Curiosamente, los pol¨ªticos han sido maquiav¨¦licos cultivando el arte de la resiliencia ante cualquier se?alamiento. El propio Trump ha salido airoso de acusaciones de variada ¨ªndole: sexual, financiera o electoral. Su manera de perpetrar la pol¨ªtica, por m¨¢s que nos llevemos las manos a la cabeza, tiene detr¨¢s un equipo avispado de t¨¦cnicos inform¨¢ticos y publicistas que neutralizan todo lo que no se pueda concretar en un delito tipificado.
Muchos escritores, ante la idea del impacto de una denuncia en las redes, se suelen asustar y algunos ya practican la autocensura cotidiana. El proceso creador tiene un ritmo diferente del discurso medi¨¢tico de los pol¨ªticos o las celebridades. Los escritores se siguen viendo a trav¨¦s de las propuestas de sus libros y cuando usan las redes, que bastantes lo hacen, se expresan con la simple franqueza que desprende una conversaci¨®n informal con todos sus defectos. Luego lamentan sus palabras y acciones, se atragantan y contemplan perplejos la polarizaci¨®n incendiaria de un pensamiento y la incomodidad del descr¨¦dito. Aunque muchos saben que la popularidad de las redes no se traduce en venta de libros. Que hay mucho ocioso que vive pegado a la pantalla de su tel¨¦fono y a sus trepidantes tramas, y no gastar¨¢n en su vida una moneda en leer un libro literario. Todav¨ªa no se puede cuantificar el impacto de este fen¨®meno en los creadores. ?Se parece a la censura institucionalizada de todas las ideolog¨ªas que ya conocemos?
Los acad¨¦micos de las universidades estadounidenses llevamos d¨¦cadas dejando la puerta de nuestro despacho abierta y tomando talleres obligatorios sobre acoso sexual, comportamiento inadecuado y protocolos de actuaci¨®n en el entorno universitario. Est¨¢ regulado anticipar correcci¨®n y asegurarse imparcialidad. Contemplamos lo complejas que son las redes, en donde la ofensa vol¨¢til puede generar reacciones agresivas y demonizaci¨®n inmediata. Para algunos, estos son revulsivos necesarios donde cuestionar y desarmar a los poderosos. Pero los poderosos tienen recursos para consolidarse en las redes, y, al final, son otros los individuos que se convierten en el tradicional chivo expiatorio.
Como estudiosa de los c¨®mics, llevo dos d¨¦cadas y media dialogando en el aula con los peligros de las ¡°miradas ofendidas¡±. Me ha tocado defender la pertinencia de Robert Crumb, Diane DiMassa o Harold Gray. Las etiquetas de la ¡°cancelaci¨®n¡± se olvidan de reflexionar sobre lo que significan las obras de los creadores en su propio momento y c¨®mo verlas desde nuestro presente para aprender y evolucionar. Las Humanidades son ese espacio tan necesario de conocimiento reposado donde se modulan todas las voces. En estos tiempos tan inquietantes hay luz y cordura en los saberes human¨ªsticos, que siempre se interrogan ampliando su corpus a nuevas perspectivas y a todo tipo de conocimiento, nunca se quedan en la superficie.
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