Solo buenas intenciones

Cuando yo era peque?o recuerdo que cuantioso y nada sofisticado p¨²blico aseguraba que solo le gustaban las pel¨ªculas del Oeste, o las policiacas, o las comedias, o las b¨¦licas, o las de amor. El ¨²ltimo g¨¦nero es complicado de definir, ya que el amor se presta al realismo y a la abstracci¨®n, no tiene c¨®digos fijos, es un territorio emocional muy denso. Pero estaba claro que los amores siempre estar¨ªan habitados por la heterosexualidad. La censura, la autocensura o el temor al rechazo del gran p¨²blico convert¨ªa en tab¨², o en algo muy marginal las historias de pasi¨®n entre homosexuales y lesbianas. Poco importaba que en la vida real existiera numerosa poblaci¨®n cuyo deseo y amor se concentraban en personas de su mismo sexo. El cine ignor¨® a esta gente todo lo que pudo. No lo encontraba comercial ni sano.

Los tiempos afortunadamente han cambiado. Ya no se puede ignorar, ocultar o repudiar las relaciones l¨¦sbicas y homosexuales. Con esa necesaria apertura se han realizado sobre este tema pel¨ªculas empalagosas, est¨²pidas, impostadas y otras cre¨ªbles, emocionantes, admirables. Los son para mi gusto Brokeback Mountain, el l¨ªrico, complejo y finalmente tr¨¢gico amor entre dos cowboys, rudos, machotes, asustados, abocados al desastre por no rebelarse contra lo que las reglas sociales les imponen. Tambi¨¦n es dura, veraz y desgarrada la francesa La vida de Ad¨¨le, que describe el esplendor en la hierba, el desgaste, los celos y el derrumbe, entre una adolescente pura y elemental y una pintora cultivada y muy vivida, pertenecientes a distintos estratos sociales, abocadas a un naufragio muy doloroso. Es tan elegante como sensible la forma en que est¨¢ narrada Carol, basada en la novela de la apasionante Patricia Highsmith, y que describe el problem¨¢tico amor entre una mujer rica y casada y una dependienta joven y confusa.

Reconozco el riesgo que afronta el director Filippo Meneghetti en Entre nosotras al atreverse a ofrecer el absoluto protagonismo al enamoramiento entre dos ancianas, dos vecinas setentonas que viven su idilio en la clandestinidad. Una de ellas tiene hijos y nieto, la otra estaba sola. Se han planteado vender sus casas y vivir un futuro lleno de plenitud en otro pa¨ªs, en su amada Roma. Hablo de la audacia del argumento, ya que los expertos en marketing deducir¨¢n que la vejez no es tema vendible en la taquilla, y si adem¨¢s retrata una pasi¨®n l¨¦sbica y crepuscular, todav¨ªa menos.

Reconociendo la originalidad del arranque espero que este problem¨¢tico amor me contagie su sentimiento y su desgarro, aunque es in¨²til, me parece que est¨¢ contado de manera plana, buscando con excesivo anhelo la complicidad de los receptores. Asisto a ella en plan t¨¦mpano. La intriga juega al suspense, al sufrir una de las ancianas un derrame cerebral y la otra reconoci¨¦ndose culpable de haberlo provocado por reprocharle su pavor a la reacci¨®n familiar. Se supone que ocurren muchas y sentimentales cosas, con la arrepentida intentando proteger a esa enferma que ha perdido la voz y el movimiento, que solo se comunica con sus ojos, pero asisto a este torrente intimista con frialdad, sin poder conmoverme con tanta desgracia y romanticismo, sin estremecerme ante el drama de dos personas que siguen am¨¢ndose en las circunstancias m¨¢s crueles. Todo me parece endeble.

Entre nosotras es la candidata francesa al Oscar y a no s¨¦ cu¨¢ntos premios m¨¢s. Es probable que los consiga. La ¨¦poca se presta a bendecir incondicionalmente un tema como este, aunque est¨¦ mediocremente desarrollado. Imagino su ¨¦xito y su capacidad de conmoci¨®n, la solidaridad, las l¨¢grimas y la identificaci¨®n que lograr¨ªa si se proyectara en el Ministerio de Igualdad. Pero el buen cine no se consigue solo con buenas intenciones.